Bárbara Jacobs
Impertinencias

Hay palabras o acciones fuera de propósito. Hay inconveniencias. Hay situaciones con alta calidad de impertinencia. Gente así que se malformó por ésta y otras razones. Por otro lado, gente a la que sin querer le toca decir una impertinencia. O sea, víctimas del mal. Agentes inocentes de la maldad. O vicarios del bien cuya función involuntaria es extraer y exponer el mal.

En el país del spaguetti no vas a decir que los que prepara tu abuelita son mejores. Si eres el hermano mayor, no vas a revelar a los pequeños que en esa caja encima del armario hay un tren de juguete sorpresa para ellos. Si lo haces, alguien te va a callar con una bofetada. Si lo hiciste sin querer, vas a llorar porque de veras no la merecías.

¿Quién te escogió a ti para decir algo que no debías decir? El día de la fiesta nacional de esa ciudad, tu amigo ci- neasta calló a las jóvenes vestidas con el traje típico un día al año, un día en la vida porque la juventud no dura. En el café se explayaban alegres, bonitas y de colores. Tu amigo el cineasta quería hablar y desde la mesa de al lado el rumor de las niñas se lo impedía. ¡A callar! ¿Cómo se atreve?

¿Con qué te pegas las pestañas?, te preguntó tu amiga. No entendí; creí no haber entendido, porque si mi amiga es mi amiga no me ataca. Pero todos sabemos que la amistad es relativa y entre mujeres con mayor razón. No son falsas, aclaraste, a solas, en la noche, mientras pensabas. El punto te lo había ganado tu amiga, que te preguntó lo que no podía preguntar. Si hubieran sido falsas, te habría preguntado lo que no debía haberte preguntado. ¿Entiendes la diferencia?

Hay gente que no tiene espejo porque no quiere ver su imagen cambiante. A veces uno dice palabras que parecen fuera de propósito y que lo que hacen es reflejar una verdad. Palabras que no son magia ni física teórica ni práctica, pero que hacen las veces de espejo de lo que no tienen precisamente enfrente. Aunque esto es muy difícil de explicar, de entender y de aceptar.

Pero en salones oficiales los temas son otros. Los temas, y las maneras. El anfitrión señaló a su alrededor las paredes con espejos y dijo que le molestaban. Los invitados reímos frente a los espejos que de inmediato recogieron nuestra expresión deformada por la risa, pero no dimos a nada ninguna importancia. Es elaborado reconstruir quién era el anfitrión y quiénes éramos nosotros, porque todos somos imágenes cambiantes. A manera de paliativo, ésta fue precisamente una de las primeras frases que ofrecimos, sin saber nada del anfitrión más allá de que los espejos le molestaban.

La mesa del comedor era larga. Eramos tan pocos los invitados que las puntas de nuestros zapatos no alcanzaban a concretar señales que quisiéramos enviarnos unos a otros para prevenirnos contra palabras o acciones fuera de propósito. El anfitrión no se sentó en ninguna de las cabeceras, sino entre dos de sus invitados en el centro de uno de los extremos largos de la mesa. Frente a él, un espejo enorme, a espaldas de los otros tres invitados. ``Los espejos me molestan'', insistió, sin alzar la vista.

Y era cierto. Mientras lo decía, giró el cuello y torció los labios como si la molestia que le producían los espejos fuera algo que efectivamente corriera por su sangre y distorsionara sus músculos.

Esto no es ficción, le dijimos sin malas intenciones; pero bien podría ser un sueño. No tanto por qué le molestan, como si le molestan, por qué los tiene. No tanto por qué los tiene si le molestan, como por qué lo expresa con insistencia ante sus invitados. ¿En qué situación los pone? En todo caso, ¿quién te escoge a ti para decir algo que no debías decir? Uno puede imaginar lo que debe decir y lo que no; pero nadie puede negar que a veces uno es víctima del mal. Lo cierto es que me tocó cumplir una función involuntaria al extraer y exponer el mal oculto en la molestia que los espejos causaban al anfitrión, pues dije: ``Los espejos ahuyentan a los ladrones porque los ladrones son supersticiosos'', no tanto como si yo supiera de qué estaba hablando, como si supiera que el anfitrión era ladrón.

Hubo puntapiés frustrados debajo de la mesa, prevenciones insospechadas ante el azar que, de cualquier forma, llegaban, sin llegar, tarde. Si un ladrón abre la bóveda de un banco y se enfrenta a sí mismo mediante un espejo, huye: con las manos vacías.

Era hora de desviar la conversación del tema, así que los invitados la enfocamos al tema, sin querer. Dijimos que los espejos ampliaban las habitaciones, a ver si extraíamos una sonrisa del anfitrión. Y que eran imágenes cambiantes y por lo tanto un entretenimiento de escenas fugaces. El anfitrión insistía: ``Los espejos me molestan'', sin alzar la vista. ¿Qué explicación dar cuando ante un espejo del tamaño de tu cara y a la altura de tu cara miras hacia abajo en él y ves tus pies? ¿Cómo refleja un espejo lo que no tiene enfrente? Las respuestas a éstas y a otras preguntas posibles, fuera de propósito, e inconvenientes.