Angeles González Gamio
El arte y la educación

Hasta el siglo pasado la educación en nuestro país era fundamentalmente responsabilidad de la Iglesia católica. Fue después de la Independencia que un grupo de maestros mexicanos y extranjeros fundó la Sociedad Lancasteriana, que se puede considerar como la base de la instrucción pública. De allí partieron diversos esfuerzos del Estado, que culminaron en la creación de la SEP, el 25 de julio de 1921. Motor importante de este proyecto fue don Justo Sierra, quien promovió la primera Ley de Educación Primaria, en donde por vez primera se adoptó el término ``educación'', en lugar del tradicional ``instrucción''.

Al crear la trascendente secretaría, se buscó un lugar digno y de buen tamaño para alojarla; se optó por el antiguo convento de Santa María de la Encarnación del Divino Verbo, fundado en 1549 por monjas de la orden concepcionista. De los más amplios de la ciudad, fue construido entre 1639 y 1648, al igual que la iglesia. En el siglo siguiente fue necesario rehacerlo pues presentaba severos daños, lo cual tuvo su lado bueno, ya que el autor fue el arquitecto Miguel Constansó, uno de los mejores de la época, quien lo convirtió en un edificio barroco de gran elegancia.

Al abandonarlo las monjas por las Leyes de Desamortización, pasó a formar parte de los bienes del Estado, dedicándolo a usos diversos, hasta que al triunfo de la Revolución se acordó destinarlo sede de la recién creada Secretaría de Educación Pública. Para adecuarlo a ese fin, se contrató al arquitecto Federico Méndez Rivas. La obra se concluyó en 1922, siendo secretario José Vasconcelos, quien le imprimió a la dependencia un carácter renovador, concibiéndola como pivote de la creación de una nueva mentalidad, que llevaría a cabo la reconstrucción del país, desgarrado tras el prolongado movimiento revolucionario.

En esta visión, el arte jugaba un papel destacado; por ello contrató a los mejores artistas del momento para que pintaran los muros de los edificios públicos, llevando así un mensaje vivo que todos podrían ``leer'', aunque no conociesen el alfabeto. El inicio fue el Anfiteatro Bolívar, en la Escuela Nacional Preparatoria, ubicada en el antiguo Colegio de San Ildefonso, en donde Diego Rivera pintó un mural en estilo neoclásico, titulado ``La creación'', con la ayuda de Jean Charlot, Amado de la Cueva, Xavier Guerrero y Luis Escobar.

Después cambió radicalmente ese estilo que nos recuerda la pintura europea, creando un lenguaje propio de carácter mexicano, reflejo de una ideología, que habría de iniciar un movimiento artístico profundamente nacionalista y monumental.

Con esta clase de arte Diego Rivera cubrió los muros del viejo convento de la Encarnación, con una obra de dimensión y calidad impresionante: mil 585 metros cuadrados, en 235 tableros, distribuidos en los tres pisos de los dos grandes patios. Los temas que aborda: el trabajo, la lucha para el mejoramiento social, las conquistas logradas gracias a la Revolución y las fiestas populares. También trató la ambivalencia que suele aparecer en los mexicanos: su alegría, su tristeza, que se ponen en evidencia en murales como: ``El día de muertos'', ``Judas en Semana Santa'' y ``Festival de Santa Anita''.

Junto a Diego trabajaron otros artistas; algunos de ellos realizaron excelentes obras, aunque desafortunadamente varias han desaparecido, como las pinturas de Roberto Montenegro, dedicadas al trabajo, las de Carlos Mérida, del venezolano Cirilo Almeida y ``El torito y la danza de los Santiagos'' de Fermín Revueltas; se salvaron dos espléndidos de Jean Charlot: ``Cargadores'' y ``Lavanderas''.

Al paso de los años, el soberbio edificio resultó insuficiente, por lo que con inteligencia se anexaron el vecino, que es precisamente la antigua Aduana Mayor de México, espléndida construcción barroca, con entrada por la majestuosa Plaza de Santo Domingo. Siguiendo el ejemplo de Vasconcelos, aquí se embelleció la escalera con un impresionante mural de David Alfaro Siqueiros, titulado ``Patricios y patricidas'', que pintó en 1946. Todas estas maravillas se pueden apreciar en días y horas hábiles, aprovechando para ver a detalle las magníficas construcciones, y de paso darse una vuelta por el bello Colegio de San Ildefonso, para visitar la exposición Luz del Icono, con más fama que sustancia, pero hay que verla. El remate: un delicioso cabrito, precedido de su caldo de camarón en el Bar Sobia, en la calle de Palma; para los fríos que de repente aparecen en estos días, es un lugar excelente; ubicado bajo tierra, siempre esta tibiecito.