¿Eres frágil? Cuídate de las manos de un niño.
El niño no puede vivir sin romper algo.
Federico Nietzsche
El diferendo generado por el coordinador perredista en la Cámara de Diputados, al que dócilmente se ha sumado su colega panista, tendría las características inocuas de una pueril travesura, si no estuvieran de por medio valores institucionales que no pueden ser desconocidos irresponsablemente.
El más reciente de los mareos que sucesivamente han padecido los conductores visibles de las cuatro minorías coaligadas para ensayar el artilugio de una mayoría legislativa prendida con alfileres, los condujo a declarar inhabilitado al secretario de Gobernación para cumplir con las funciones que las leyes le atribuyen y su superior jerárquico le confía. La intromisión en un ámbito decisorio que no les corresponde resulta intrascendente, pero el absurdo en que pretende sustentarse es descomunal. Las fracciones parlamentarias no son la Cámara de Diputados y ésta no es el Congreso de la Unión.
El síndrome de I'Etat ce moi subyace en el infantilismo político del ahora autodenominado ``grupo de los cuatro'', al proclamar paladinamente: el Poder Legislativo somos nosotros y tenemos la autoridad política necesaria para imponer un diálogo al titular del Poder Ejecutivo, bajo las condiciones que ya hemos decidido. Tal es el trasfondo de la pretensión de Medina Plascencia cuando, llevado de la mano por Muñoz Ledo y acicateado por el aplauso servil de sus dos pajes, exige del Presidente de la República una relación ``sin intermediarios entre los dos Poderes'', es decir, se arroga la representación del Poder Legislativo (como si no existiera la Cámara de Senadores) y niega al Ejecutivo de la Unión la facultad de hacerse representar por uno de los secretarios del Despacho a que se refieren los artículos 90, 91, 91 y 93 de la Constitución General de la República.
Son como niños con un juguete nuevo al que su fantasía atribuye cualidades funcionales que no posee. Tienen en sus manos unos patines e imaginan que es un coche de carreras.
La falsa percepción de su fuerza real los lleva a dar por cierto que la facultad de aprobar el presupuesto de la Federación es un instrumento de chantaje que basta por sí solo para obtener del Ejecutivo federal compromisos y concesiones eslabonados. Si el Presidente de la República accediera a las exigencias de forma (``hablaremos contigo pero con nadie más''), tal sometimiento implicaría que la partida estaría prácticamente ganada en las cuestiones de fondo. Es ingenuidad suponer que una táctica tan falta de sutileza no haga transparentes sus propósitos.
El ``pretexto Chuayffet'' podría ser cualquier otro. Sustituya el lector ese apellido por el primero que se le ocurra. Las pretensiones de los cuatro aprendices de brujo no cambiarían, porque la ensoñación en que están inmersos no admite otro desenlace que el de medir fuerzas con el presidente Zedillo y, a partir de esa primera devaluación de su investidura, emprender el desmantelamiento del sistema presidencialista, como ya lo han anticipado en su candorosa verborrea.
Resulta curioso que en la misma fecha el dirigente nacional del PAN haya declarado lo siguiente (La jornada, 23-X-97): ``El político michoacano advirtió que sólo dialoga con un interlocutor `al que considero serio' --Andrés Manuel López Obrador-- y en referencia a Porfirio Muñoz Ledo señaló que cualquier contacto entre políticos debe realizarse `en su nivel'. El coordinador parlamentario del PAN dialoga con su par, que es el coordinador parlamentario del PRD; yo lo hago con el presidente de ese partido y lo haría con el del PRI, si es que fuera verdaderamente la cabeza del PRI''.
Uno se pregunta si esta regla sobre los niveles de interlocución solamente es válida para los dirigentes políticos, pero no para el Presidente de la República, a quien se niega el derecho de escoger a sus ``pares'' y de rechazar el diálogo con alguien a quien el propio Calderón Hinojosa considera, en términos bastante claridosos, que no es serio.
El infantilismo político arranca sonrisas de conmiseración o de burla, segun el caso. Pero no deja de ser un mal pernicioso, que pone en riesgo la normalidad institucional e indirectamente a la sociedad. Hay niños que no solamente rompen sus juguetes, sino abren las llaves del gas y hacen explotar la casa.