La población cubana está, en su mayoría, en una situación difícil. En efecto, sólo pueden vivir los que tienen dólares (porque trabajan con los turistas, legalmente o no, porque tienen familiares que se exiliaron y les mandan dinero o porque pertenecen a la nomenklatura); todos los demás, los que viven del sueldo, pasan enormes dificultades, en particular en las grandes ciudades donde no es posible complementar la dieta con el huertito y, literalmente, hay que pedalear. Lo peor, sin embargo, es la creciente desmoralización, acentuada por el inmovilismo oficial, que se expresó en el reciente Congreso del Partido Comunista Cubano y en la renovación apenas cosmética de la dirección del mismo.
No es de extrañar, entonces, que muchos depositen su esperanza en milagros y que, en ese campo, crezca la expectativa por la próxima visita del papa Juan Pablo II cuando los homenajes al Ernesto Che Guevara y el mausoleo demuestran la decisión del Estado de congelarlo y santificarlo, para cerrar así el camino a la ilusión en una posible (y también milagrosa) restructuración revolucionaria con la venia de una parte del aparato y algunas ideas de Guevara.
Más que nunca se excluye la transparencia de las decisiones gubernamentales, se refuerza la concentración y perpetuación del poder y la identificación entre partido y Estado, se reitera la fe oficial en el monopartidismo excluyendo, al mismo tiempo, la discusión abierta y pública en el seno del partido declarado único, se confirma que el pue- blo debe simplemente esperar de las decisiones paternales y sabias del mando supremo (que sabias no fueron antes), se rechaza la idea de una democracia plural y abierta en el marco de la defensa de la independencia y de la autonomía nacional, no se encara la autogestión, la autoadministración, la autono- mía local, la planificación desde abajo, según las prioridades y necesidades de la población.
El resultado es la desmoralización, la desmovilización, la despolitización, fenómenos clásicos del socialismo real del cual el régimen cubano quiere diferenciarse sólo verbalmente. El gobierno, es cierto, sigue contando con un consenso mayoritario.
Pero el mismo es pasivo y se basa más en el temor a lo que sucedería si los de Miami se toman la revancha y en el miedo a perder la independencia nacional si Estados Unidos se impusiese en la isla, que en el apoyo a Fidel Castro (por no hablar de la fe en un socialismo cubano que nunca ha existido porque socialismo es democracia, es posible sólo en la abundancia y cuando desaparecen las clases, o sea, en condiciones totalmente diferentes a las que imperan en Cuba la cual sigue siendo independiente más gracias a José Martí que al Partido Comunista).
Es verdad que el intento de institucionalizar, congelar y estatizar al Che choca con las conciencias que de todos modos maduraron y fructificaron con la revolución y que siguen viendo en Guevara la lucha contra la burocracia y los privilegios, el antidogmatismo, la autocrítica pública, el internacionalismo. Esa contradicción todavía engendra fuerzas renovadoras, pero el Estado no las favorece sino que, de modo autista, se niega a escuchar a quienes, desde el campo de la defensa de la revolución y del antimperialismo, tanto en Cuba como en el exterior, proponen cambios reales. Es lógico, entonces, que la fuerza más hostil al cambio social y al socialismo, representada por el jefe de la burocracia y de la nomenklatura más vieja de la historia, no despierte desconfianza sino esperanzas.
El Papa, en efecto, llegará a Cuba una semana después de las elecciones locales y con un doble papel: por un lado, rompiendo el bloqueo estadounidense (que incluso un sector del mismo Departamento de Estado considera negativo para sus propios intereses), pero, por el otro, creando una base cultural y política de masas para una integración pacífica de Cuba en la mundialización, o sea, en las condiciones del Caribe, en la órbita de Washington.
Porque la vía del bloqueo, de la invasión o del retorno como vencedores de los Mas Canosa y Cía, no es la única para la reintegración de Cuba al redil del capital. También está la de la alianza entre importantes sectores de la tecnocracia y la burocracia locales, reciclados como gestores de una vía china y los capitales, europeos, de Estados Unidos e incluso latinoamericanos.
Para que la visita del Papa no se convierta en un problema ulterior para la independencia cubana no hay, por lo tanto, otra vía que el abandono del pragmatismo, la autogestión, la democracia obrera, la libre y plural expresión de ideas y propuestas; o sea, una renovación del proceso anquilosado de la revolución de 1959.