Ya van dos semanas que Mauricio Merino, consejero electoral, toma la pluma y vuelve por sus fueros de escritor para rebatir opiniones vertidas sobre la pasada crisis del IFE, calificada por él mismo como una ``tormenta'' en un vaso de agua. Está en su derecho de hacerlo, faltaba más, sobre todo cuando se trata de contribuir a disipar el clima de crispación suscitado por el debate de las últimas semanas. No puedo menos que congratularme por ello. Llama la atención, sin embargo, el tono inicial de su alegato. Me explico. Afirma Mauricio que en la prensa se ha disparado una batería de insultos contra los consejeros. Me extraña que Mauricio, tan cuidadoso con las formas, incurra en esa generalización sin distinguir, para beneficio de los lectores de La Jornada, entre los que hablamos del tema en estas páginas y las decenas que lo hicieron en otras publicaciones, entre las críticas a la actitud de los consejeros, respetable pero discutible, y los insultos meramente descalificadores. Más aún, a diferencia de lo que piensa Merino, hallo en muchas de esas opiniones azoro, una evidente preocupación por el futuro del IFE como la institución indispensable para nuestro futuro democrático que es y queremos que siga siendo.
Permítaseme hablar en primera persona.
En cuanto a lo que a mí atañe, no puedo menos que sentirme aludido. Sin embargo te recuerdo, Mauricio, que en estas mismas páginas, el consejero Jaime Cárdenas se permitió decir -y luego ratificar en el Consejo General- que la solicitud de renuncia del secretario ejecutivo se relacionaba con el hecho de que dicho funcionario era una ``cuña del gobierno'', colocado en esa posición por sus vínculos con la Secretaría de Gobernación, sin la más mínima consideración sobre su desempeño e integridad profesional, como si a los consejeros les estuviera excusada la necesidad de justificar con pruebas sus aseveraciones o como si éstas no tuvieran por fuerza otras consecuencias. Peor todavía fue la insinuación dejada correr por el consejero sobre el mismo Woldenberg, en un vano intento de ``oficializar'' la gestión del presidente del IFE, abriendo con ello una brecha de sospecha y desconfianza en la discusión de un tema que, por lo visto, debiera resolverse con pleno sosiego y serenidad de juicio, no sumariamente en la prensa y a partir de infundios. Es, justamente, esa declaración del consejero mencionado la que desata tantos comentarios y despierta la justificada alarma de tantos analistas. Concuerdo en que se trata de una opinión personal que no es compartida --en buena hora-- por los demás consejeros, pero me parece a todas luces poco serio que no se considere la gravedad de tales acusaciones a la hora de valorar esta pequeña tempestad que ahora te esfuerzas en devolver al vaso vacío.
Por lo demás, Mauricio, coincido contigo en la urgente necesidad de reencauzar los trabajos del IFE por el camino de la responsabilidad, debatiendo lo debatible sin poner en un predicamento lo que se ha conseguido con el esfuerzo de todos. Deseo no tener que ocuparme del IFE salvo para felicitarme por su existencia. Como en el 6 de julio, tan próximo y tan lejano.
Pido disculpas a los lectores por la forma coloquial de esta entrega, pero espero que ayude a romper el cascarón para ir, ahora sí, al contenido. Veremos.