Margo Glantz
Las princesas y el folletín

¿En qué se parece el príncipe Rodolfo de Gerolstein, protagonista de Los misterios de París, de Eugenio Sue, a la princesa Diana? El primero es un personaje de folletín que enloqueció a las masas parisinas durante algunas décadas del siglo XIX, la otra es una princesa de verdad que ha provocado con su muerte una ola casi imparable de sentimentalismo colectivo. Y como dice Umberto Eco existe una química de las emociones, y según una tradición ancestral, una intriga bien armada es generadora de emociones fuertes. Lo sabemos, por eso tuvieron tanto éxito los folletines el siglo pasado, por eso tienen éxito las telenovelas, las películas sentimentales y los boleros. Pero, ¿cómo se ha producido en la austera Inglaterra ese llanto universal y qué significa?

Para Eco, el folletín posee una cualidad suprema, su carácter populista, demagógico, y como consecuencia varios mecanismos de consolación, a base de lugares comunes articulados según una tradición ancestral y aplicados a situaciones específicas y contemporáneas. Los personajes son prefabricados y su aceptación depende de la familiaridad que el público tiene con ellos. El folletín juega sobre repeticiones continuas y le permite a su público el placer maravilloso de lo conocido, del estereotipo, de los clichés. Una energía combinatoria que produce un gran gozo, imposible de negar: la fábula en su estado puro, sin escrúpulos y sin demasiadas tensiones problemáticas; además, el folletín ha creado un gran héroe popular sujeto a transformaciones asombrosas que se siguen perpetuando, por eso Gramsci afirmaba que del folletín había salido el superhombre de Nietzsche. Su genealogía es fácil de trazar y empieza justamente con Rodolfo de Gerolstein, un hombre que imparte justicia de manera colectiva, y de otro héroe que impone justicia de manera individual, el Conde de Montecristo, creación de otro folletinista famoso, Alejandro Dumas, y eso sin tomar en cuenta a varios otros antecedentes, sin exceptuar a Hércules, ahora personaje de Walt Disney. El superhombre sigue reproduciéndose y podemos reconocerlo en el más obvio de sus sucesores, el que lleva justamente su mismo nombre, Superman, personaje de tira cómica, de televisión, de superproducciones jolivudescas, aunque también sea posible reconocerlo en el Hombre Araña, en Batman y en muchos otros personajes más que pululan en las caricaturas que los niños miran en sus canales favoritos.

El superhombre va acompañado de una supermujer, pero ésta es más bien frágil y en los folletines está destinada a una muerte temprana e injusta. Esa protagonista es una víctima esencial y su muerte parece previsible de antemano. ¿Cómo podría envejecer una mujer delicada, hermosa, atractiva, buena, noble, elegante, rubia de ojos azules y, además, de sangre real y sensible a los problemas de los desamparados, ya sean estos niños hambrientos o leprosos, o quienes actualmente los representan? ¿Cómo podría permitírsele a esa dulce alegoría de lo perfecto terminar su vida en el happy ending de la Cenicienta? Y es que la princesa Diana conjunta extrañamente varios estereotipos, es una mezcla curiosa de Superman y de víctima, es un producto de masas, un producto de mercado. Es más su existencia depende, como el folletín, de los periódicos que la convirtieron en personaje indispensable de la morbosidad popular.

Otra coincidencia, Rodolfo de Gerolstein, con su viejo tramado de soluciones redentoras es un prototipo del melodrama, el que ofrece a manos llenas una consolación inmediata, la ayuda fraternal, la palmada benevolente, pero también es precursor de una revolución social: Rodolfo de Gerolstein se convirtió en el paladín de las causas populares y su figura y la de su creador animaron a los obreros que construyeron las barricadas del país revolucionario. Por eso, y como represalia, cuando en 1851 Napoleón III se convierte en emperador, el folletín desaparece herido de muerte por un impuesto a los periódicos.

Parecería aventurado decir que Diana es también una revolucionaria social, y sin embargo es posible trazar ciertos paralelismos: como Sue, Diana está en la base de ciertas reformas importantes en el mundo. Primero, su gestión ayudó a que se le diera el Premio Nobel de la Paz a una ONG que desde hace tiempo peleaba contra las minas terrestres y hubo quienes pidieron que ese premio se le otorgara a la princesa muerta. Pero sobre todo, Diana le ha dado el tiro de gracia a un siglo de maneras victorianas permitiendo que la demostración masiva del sentimiento transforme de manera radical a un pueblo que consideraba de buen tono ocultar sus emociones. Diana fomentó en Inglaterra una de las revoluciones sociales más curiosas: la del libre derramamiento de las lágrimas, una de las secreciones con mayor contenido político: ¿no lo han entendido así tanto Blair, como la reina Isabel y el príncipe Charles?