Octavio Rodríguez Araujo
¿Más huracanes?

Los empresarios mexicanos opinaron, ante el presidente Zedillo (El Financiero, 21/10/97), que la sociedad ya no está en condiciones de ``aguantar otro año más de sacrificio'' y que el programa económico del año próximo deberá garantizar que la recuperación de la que habla el gobierno se ``sienta en los bolsillos'' de la población.

El planteamiento empresarial no es nuevo, no por lo menos entre los capitalistas mexicanos. Estos saben muy bien cómo la política macroeconómica neoliberal del régimen ha perjudicado a miles de empresarios medianos y pequeños que no pueden, estructuralmente, competir en el mercado mundial. Saben, asimismo, que la disminución del poder adquisitivo de la mayoría de los mexicanos también los perjudica pues no tienen a quién vender lo que producen. El prometido ``bienestar para tu familia'' de la campaña zedillista en 1994 se convirtió en el bienestar para unas cuantas familias empresariales, no todas mexicanas por cierto.

La posición del gobierno, por otro lado, ha sido semejante a la asumida ante la amenaza del huracán Paulina: negligencia y, a posteriori, medidas de reparación (paliativos) siempre insuficientes dada la magnitud del desastre. Es decir, oídos sordos y miopía ante los focos rojos que se prenden cada vez con más intensidad en el mundo victimado por 15 años de neoliberalismo.

Estos focos rojos han sido detectados con absoluta claridad por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) el 16 de octubre (La Jornada, 17/10/97). 18 millones de personas mueren anualmente en el Tercer mundo a consecuencia de hambre y desnutrición. Mil 300 millones de personas viven con menos de un dólar diario, de las cuales 100 millones fueron el producto de las políticas neoliberales entre 1987 y 1993, según el secretario general de la ONU, Kofi Annan. 840 millones de personas, de las cuales 160 millones son niños, sufren de desnutrición. Mujeres desnutridas tienen hijos desnutridos, con lo que la próxima generación tendrá todavía más limitaciones para aprender y para trabajar que la presente. El número de indigentes, que significa ya la cuarta parte de la humanidad, sigue creciendo a razón de 25 millones por año. Los países altamente industrializados no se salvan de este desastre: más de 100 millones de habitantes en estos países viven por debajo de la línea de la pobreza y en los diez países más ricos del mundo hay más de 37 millones de desempleados a pesar del potencial económico que los caracteriza.

En México el gobierno no parece advertir esta situación y se aferra con terquedad a un modelo que está siendo cuestionado ya en todo el mundo con datos duros y sin cargas ideológicas. Sólo para dar una idea de la insensibilidad del gobierno y de un grupo minoritario de empresarios mexicanos y extranjeros, se ha calculado que el país necesita alrededor de 40 mil millones de dólares en inversiones extranjeras para iniciar un crecimiento sostenido que, como bien se sabe, no redundará en una mejor distribución de la riqueza (puesto que el modelo está basado en las exportaciones y no en el mercado interno), mientras que el administrador del PNUD calcula que con esa misma cantidad (adicional a la que actualmente se destina en el mundo) se lograría el acceso universal (no de México en particular) al agua potable, la salud, la educación y la planificación familiar (ídem) --que son necesidades masivas en México como reconoce incluso el gobierno, aunque no haga nada por satisfacerlas.

El presidente Zedillo perdió el sueño una noche al constatar la tragedia de miles de mexicanos pobres puesta en evidencia por un huracán que los hizo más pobres de lo que eran. ¿Cuántos huracanes necesitará el presidente Zedillo para perder el sueño más de una noche en lo que falta de su sexenio de gobierno? Porque, como podrá ver --si quiere ver--, no son necesarios los huracanes para darse cuenta de que millones de mexicanos viven en la miseria, desnutridos, sin salud y sin educación mientras los grandes capitalistas quieren más dólares para su mayor enriquecimiento personal o de grupo, al margen del México real que está en el Tercer mundo y, algunas regiones del país, en los Cuarto y Quinto mundos.