No obstante que hay un avance significativo a nivel macroeconómico, este año ha sido muy difícil para la población. Si bien es cierto, como afirma el gobierno, que experimentamos una recuperación, ésta es todavía débil e insuficiente, en virtud de que hasta ahora y dada la naturaleza regresiva del programa de ajuste, sólo se ha traducido en una estabilización de las grandes cuentas públicas nacionales y en el aliento de unas cuantas actividades económicas que han sido capaces, por diferentes razones --algunas de ellas muy transitorias--, de aprovechar la recesión interna para volcarse al mercado exterior. No hay todavía una sólida y extendida rcuperación de la inversión, del empleo y del salario que permita suponer que efectivamente estamos ya en el umbral de una nueva fase de desarrollo y en condiciones de acceder a una reforma estructural que reoriente radicalmente nuestro desenvolvimiento económico y social. Podemos decir que la recuperación de 1997 es real, pero acaso sólo parcial y limitada, y bien puede llegar a ser transitoria si no se actúa con coherencia y libertad en los próximos años. Hay indicadores que obligan en verdad a moderar el entusiasmo oficialista por esta recuperación. ¿De qué indicadores se trata?
En primer lugar --para decirlo una vez más--, del terrible descenso de la capacidad adquisitiva de la población, sin la cual no habrá fortalecimiento alguno del mercado interno. Además del indicador tradicional de la caída real de los salarios, reconocida por todos en un nivel próximo al 20 por ciento en lo que va del sexenio, podemos mencionar otro índice que muestra nítidamente dicho deterioro. Se trata de la participación del consumo privado en el PIB, que en el segundo trimestre de este año fue de 65.7 por ciento, lo que manifiesta todavía un grave descenso en relación con el nivel del segundo trimestre de 1994, que fue de 71.5 por ciento.
En segundo lugar, del bajo nivel de empleo y ocupación, a pesar de la recuperación relativa manifiesta en los índices oficiales. Esta situación delicada es reconocida por los mismísimos indicadores oficiales que muestran cómo, de manera estable, 45 por ciento de los ocupados trabajan en establecimientos de una a cinco personas, es decir, en ``changarritos'' vinculados a bajos ingresos.
Y en tercer lugar --para no olvidarlo--, de la dramática caída de la inversión. Sin ascenso firme y extendido de la formación de capital, no hay recuperación posible ni mucho menos duradera; no hay salario estable, no hay empleo firme. Ciertamente, la inversión ha crecido 21.5 por ciento en términos reales durante el primer semestre de 1996. Con ello ha avanzado casi cuatro puntos en su participación en el PIB: de 13.9 por ciento en el se- gundo trimestre de 1995 a 17.8 por ciento en el segundo de este año. Pero lejos está ya no sólo de la máxima participación histórica lograda en 1981 (26 por ciento en el segundo trimestre), sino de la máxima reciente, correspondiente al segundo trimestre de 1994: 19.2 por ciento.
Sirvan estos tres indicadores fundamentales para invitar a la temperancia cuando se juzgue el éxito de la estrategia gubernamental, sobre todo porque precisamente el ajuste de nuestra economía ha sido marcadamente recesivo y altamente concentrado, como se podría demostrar analizando con mayor detalle sobre qué ramas, qué esferas, qué regiones y en qué sectores de la población descansa esta recuperación. No es cierto --sin duda-- que todo lo que hace el gobierno está mal. Pero su matriz teoricoideológica, que pone por delante y a cualquier precio el violento mercado al servicio de una pesada deuda, impide que los aspectos progresivos de su estrategia (bajar la inflación y sanear las finanzas públicas) se traduzcan en un esquema de desarrollo alternativo más justo y bondadoso para la población. Por eso, aunque efectivamente es previsible el sostenimiento del ritmo de crecimiento de la economía, éste tenderá a ser todavía modesto en relación con los requerimientos de la población. Hay que decir --una vez más-- que se siguen dando soluciones para el corto plazo: estabilizan rápido, pero sin solidez; corrigen rumbo aceleradamente, pero de manera endeble; dan soluciones pragmáticas y coyunturales a problemas secualres y estructurales. Por ello, conviene moderar ese optimismo desbordado que ha generado una recuperación que se reconoce en algunos indicadores positivos en el contexto de una estabilización forzosa y forzada. Cuando se recupere sólidamente la capacidad adquisitiva de la población, haya más empleo, se intensifique y se extienda la inversión, entonces, sólo entonces, podremos hablar en otros términos.