Ahora que los ciclones han hecho de las suyas, por imprevisión, por ignorar que la naturaleza es inmisericorde, poderosa e impredecible, se antoja hablar de un cuadro que se reproduce en el poster que anuncia los conciertos de otoño de la Orquesta Sinfónica Nacional, con su titular, el gran músico Enrique Diemeke al frente. La pintura, publicada en otras ocasiones, casi siempre aparece como anónima y casi nadie se ocupa de su autor, ni siquiera Pierre Francastel en su imprescindible Historia de la pintura francesa.
El poster reproduce La tempestad, óleo de Pierre Auguste Cot. La imagen probablemente se digitalizó en duotono y resulta afortunada para ilustrar la primera serie de conciertos, ya que en el programa están Tchaikovsky, Smetana, Berlioz y Mendelssohn. En ocasiones las pinturas sugieren música y viceversa: la música hace evocar colores o ambientes. Esta pintura data de 1880, pues Cot nació en 1837 y murió en 1883; el cuadro está en el Metropolitan Museum de Nueva York. Si no se anotaron estos datos en vertical a 4 cuadratines es quizá porque ni siquiera la guía ilustrada del MET (la abreviada) da cuenta de ella aun y cuando sí consigna otras obras pompier contemporáneas a ésta. ¿Y por qué interesa, si es académico-romántica, algo dulzona y totalmente inverosímil, carente de cualquier vínculo con el realismo de un Courbet? En primer término, por su eficacia. Conozco de tiempo atrás el original. Hay una bella parejita de adolescentes que corren por un sendero agreste intentando protegerse con un lienzo ondulante por encima de sus cabezas de las inclemencias de una borrasca tremenda. Los recursos son claroscuristas y la escena es literaria: está inspirada en una novela de Bernardino de Saint Pierre que tuvo mucho éxito el siglo pasado: Pablo y Virginia, radical apología de la castidad femenina. El momento del cuadro corresponde a un huracán que se desata en la isla salvaje donde viven esos niños que se aman y preconiza la muerte de ella, que preferirá morir ahogada antes que ser transportada en brazos de un marino que intentó salvarla cuando la embarcación en la que navegaba para reencontrarse con Pablo, después de un viaje obligado, naufraga casi al tocar la isla.
El tratamiento del tema es victoriano. Virginia hace honor a su nombre y eso se advierte en el cuadro. Un freudiano diría que a diferencia de lo que a ella le sucedía con su compañero de infancia, el marino le despertó apetitos que reprimió. El darles cauce la hubiese privado de su virginidad y convertido en mujer infiel. De historias virtuosas como ésta se encuentra llena la literatura y siempre es la mujer la sacrificada. Raramente es heroína como Judith, es antes que nada casta y fiel, y se le entroniza por ello.
La pintura pompier fue vetada después del triunfo del impresionismo y del advenimiento de las vanguardias. Hasta hace unos 20 años los museos de primera línea como el MET --que la adquirió en precio cómodo en 1945--, se avergonzaban de exhibirla. Luego empezó a reaparecer en todas partes y a cotizarse mejor. Subirá aún más, ahora que el siglo XIX deje de ser el siglo pasado. En parte es la renovación de la moda pompier lo que me ha llevado a interesarme en ella; tiene secuelas subliminales en todas partes del mundo y las obras son apreciadas por los coleccionistas, apelan a vastos estratos del público, están bien hechas y hay bastante trabajo depositado en ellas además de que suelen ser sentimentales. Existe un panel en la Casa de las Vacas, de Guadalajara, que reproduce este cuadro de manera naive y deliciosa. Algunos de los pintores que hacia 1925 literalmente tapizaron de pinturas al óleo con escenas bucólicas (en muchas aparecen vacas) ese palacete de adobe estilo entre colonial y morisco debe haber visto una reproducción del cuadro, que le encantó. Esa decoración se atribuye a Xavier Guerrero, pero hay varias manos allí. Ojalá todo se conserve bien.
Cot, que yo sepa, no ha sido objeto de monografía alguna. Se formó con el escultor Duret, con cuya hija casó. Alternó con Coignet, Cabanell y Gérome. Este último, junto con Bougereau, no llegó a desaparecer del mapa del arte francés porque estuvo muy vinculado a la historia de los salones oficiales. Era el rey de los jurados. Con el cuadro en cuestión, Cot recibió una medalla (no el grand prix) el año de su ejecución. Si pensamos que para esa fecha Manet había sido rechazado por lo menos dos veces en los salones, que a los impresionistas se les conocía con ese nombre a través del cuadro de Monet, Impresiones al amanecer, expuesto en 1874 en el salón del fotógrafo Nadar, donde tuvo lugar la primera exposición del grupo; que Millet obtuvo medalla en la Exposición Universal de 1867, pero que murió pobre como una rata y que Renoir pintó en 1880 Le Dejeuner des canotiers, se entiende que Cot, pese a ese y otros cuadros, haya pasado inadvertido con todo y la fascinación que La tempestad ejerce.