José Blanco
Paulina y el pobrerío

Paulina produjo muertes probablemente evitables en su mayor parte: hoy la humanidad posee los medios técnicos para prevenirlas e impedirlas.

La noche misma que entre Zipolite y Puerto Angel tocó tierra el huracán, entró en uno de los noticiarios mexicanos una ``cortesía'' proveniente de un canal televisivo especializado de Chile (leyó usted bien: especializado), en la que mediante fotografías satelitales, con gran profesionalismo, precisión y detalle, una especialista explicó las velocidades de rotación y de desplazamiento del fenómeno, y señaló una a una todas las poblaciones costeras del Pacífico, desde Puerto Angel hasta Zihuatanejo, que serían afectadas.

Ya que se conocían la velocidad de desplazamiento, la amplísima circunferencia del huracán y el rango de velocidades dentro del cual variaba la velocidad de los vientos, podía saberse a qué hora y con qué fuerza tocaría cada uno de los centros de población costeros y, por ende, las poblaciones tierra adentro que serían necesariamente afectadas. ¿Alguien hizo esta tarea?

Hubo dos tipos de población afectada (todos pobres): los que habitan en zonas

expuestas y lechos o riberas de ríos en áreas urbanas, y los totalmente expuestos dada la absoluta precariedad de las viviendas de los pequeños pueblos de tierra adentro -a la vera de los ríos o en campo abierto- en una franja -se ha dicho- hasta de unos 90 kilómetros de ancho paralela a la costa, la mayor parte de tierras serranas.

Sólo en Oaxaca el número de centros de población afectados, con escasos habitantes (los hay de unos 50), sumamente dispersos y muy incomunicados, que fueron colapsados, puede elevarse hasta unos mil 500 pueblos.

El primer tipo de población referida es producto de la urbanización caótica que ha caracterizado al país durante al menos los últimos 50 años (los asentamientos irregulares en crecimiento perpetuo en todas la ciudades); el segundo, resultado de la marginalidad y el precarismo que forma uno de los extremos de la innombrable desigualdad social que solemos profundizar durante algunos lapsos con mayor rapidez que en otros, como ha ocurrido durante los últimos 20 años.

Quiero decir: allí donde haya responsabilidades públicas que fincar, debe procederse en consecuencia. Esto ha de ser lo normal en todo momento. Pero frente al cuadro descrito, aun pintado a brocha gorda, es evidente que el problema es muchas veces más grande que el grito crispado que se pregunta o de plano señala directamente quiénes son los ``culpables'' (como lo ordena la moral cristiana, o como lo prevé el Código Penal).

Con el fin del partido ``casi único'', terminó la era del monólogo (Monsiváis dixit): el diálogo que hoy es posible implica corresponsabilidad y cogobierno desde distintas esferas de responsabilidad. Es hora entonces de desdramatizar la escena pública, sobre todo en momentos en que el país enfrenta hechos tan dolorosos como el infligido por Paulina.

En el río revuelto de la formación de los asentamientos irregulares urbanos sobraron pescadores oportunistas que han medrado con el caos. Pero el caos no fue producto de los pescadores. El problema real, por tanto, no son los pescadores, sino el caos: el conjunto de las causales que explican la naturaleza de nuestro proceso social. Es frente a este proceso que es necesario ser seriamente radical, explicarlo correctamente, pero sobre todo: ser capaces de llegar a acuerdos y soluciones, uno por uno, para nuestros grandes problemas: ¿cómo vamos a regularizar -y a evitar que vuelvan a formarse- los asentamientos irregulares? ¿Cómo lograremos que los numerosísimos poblados ampliamente dispersos en el país cuenten con servicios de una vida civilizada? ¿Cómo vamos a organizar un centro técnicamente efectivo de prevención de desastres cuyo alcance cubra la totalidad del territorio, incluida la dispersión?

Terminada está la era del facilismo de la ``denuncia''. Ahora es necesario estudiar, saber, proponer e instrumentar soluciones para los problemas en su real y concreta ``lógica'' intrínseca. Sólo gritan de disgusto los menores de edad.