Jesús Manuel Macías y Aurelio Fernández
Crear un sistema nacional de protección civil/ II

El huracán Paulina impactó a los habitantes costeños de Oaxaca y Guerrero en este octubre, como lo pudo haber hecho uno similar hace 200, 500 o mil años. Los adelantos científicos y técnicos alcanzados en la historia de la humanidad para conocer, detectar y pronosticar al fenómeno de nada sirvieron a los pobladores con el objeto de anticiparse a la destrucción.

Los daños visibles han sido explicados como consecuencia principalmente del exceso de precipitación pluvial que dejó el paso del meteoro. Técnicamente, el fenómeno destructor lo constituyeron las avenidas torrenciales que arrasaron con personas, viviendas, cultivos, ganado, suelos, vehículos...

Hay evidencias de que ante la advertencia de un evento de grandes proporciones, hecha al menos ocho días antes de que ocurriera, instituciones como la Cruz Roja se reunieron para prepararse. Altos mandos del Ejército habrían hecho algo similar, y es de esperarse que funcionarios gubernamentales actuaron de la misma manera. Pero, sin embargo, no se actuó conforme con un tipo de planificación adecuada.

También existen datos de que algunas autoridades sí recibieron avisos de la Comisión Nacional del Agua, de las unidades estatales de Protección Civil, del Ejército y hasta de otras oficinas de gobierno. Algunas autoridades municipales indican que recibieron avisos por la vía telefónica un par de horas antes de que llegara Paulina, pero que ninguno precisaba la trayectoria ni la intensidad estimadas.

Habitantes de diferentes poblaciones costeras -entrevistados en un recorrido hecho por un equipo de investigación de Ciesas y Cupreder/UAP- dijeron haber escuchado ``anuncios'' por radio y televisión -de procedencia no bien definida- en los que se habló de la amenaza, pero la norma de su conducta fue minimizar el mensaje por ser éste ``como los de siempre''. En la mayoría de las comunidades, sin embargo, no hubo advertencias específicas. Esto fue así particularmente en las regiones montañosas de Oaxaca, donde ni la radio bilingüe advirtió del peligro; en esta parte del estado los perjuicios son enormes, sobre todo en la estructura productiva y sobre los fondos de subsistencia, con el agravante de que la ayuda llega a cuentagotas, o no llega.

Muchos daños materiales causados por el Paulina sin duda no habrían podido ser evitados. Pero las muertes de tantas personas no tienen justificación. No se pone en duda que el secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, haya registrado 420 avisos de advertencia hechos por autoridades competentes. Pero, en realidad, para evitar una catástrofe semejante, tendría que haber emitido uno sólo. Si se quiere que en otra ocasión pueda lograse un buen resultado, es preciso contar con preparativos adecuados para una emergencia de las proporciones en que se presentó, y la clave es la perfecta interrelación entre instituciones de monitoreo, dependencias gubernamentales y, en particular, de la población, sin cuyo concurso ningún programa preventivo es posible.

La ausencia de grupos especializados en evaluación de desastres puso en evidencia la falta de procedimientos adecuados para solicitar la ayuda necesaria, así como la deficiente canalización de la que espontánea o en algunos casos organizadamente se ofrecía o simplemente llegaba.

La ayuda material que se logró tuvo destinos muy diversos, no siempre para los que se los donadores la hicieron. Testimonios de damnificados, de autoridades de la zona de desastre, de socorristas de la Cruz Roja, de brigadistas voluntarios, de elementos de Protección Civil y del propio Ejército, indican que parte del auxilio fue usado con fines partidistas o de simple propaganda gubernamental; hubo venta de bienes donados; el apoyo fue concentrado en los destinos turísticos, en detrimento de las zonas más pobres; y fueron relegadas comunidades por ser consideradas simpatizantes de la guerrilla.

La pregunta es: ¿por qué no hemos podido en México enfrentar con éxito los desastres?