La Jornada domingo 19 de octubre de 1997

VENTANAS Ť Eduardo Galeano
La tumba

Iba Gabriela abrazada a las flores que llevaba para su hermano Javier, en el cementerio de La Chacarita, cuando por casualidad descubrió la tumba de Osvaldo Soriano.

--Flores, no quiere --advirtió el cuidador--. El es socialista.

--A los socialistas nos gustan las flores --dijo Gabriela.

Y el cuidador meneó la cabeza:

--Aquí viene cada raro, si usted viera. Si yo le contara...

Y le contó. Mientras barría el tierral con un escobillón, dijo el cuidador que allí acudían unos raros que se ponían a dar vueltas en torno a la tumba de Soriano y charlaban, no se callaban nunca, no hay un respeto, y se reían:

--¿Quiere creer? Se ríen, oiga, se ríen.

Se doblaban de risa los raros, dijo el cuidador, pero eso no era lo peor, si usted supiera, si yo le contara. Y le contó. Confidencial, en voz baja:

--Le dejan cartas. Le entierran papelitos, quiere creer.

Cuando el cuidador dio por concluida su denuncia, y pasó a ocuparse, escobillón en mano, de otros difuntos, Gabriela quedó sola. Y a solas, al pie de la tumba, esta leyente agradeció el humor desvestidor y entrañable de los libros del gordo Soriano.

El cuidador estaba lejos y no escuchó la voz del Gordo, que desde las profundidades susurró:

--Perdoná que no me levante.