La Jornada Semanal, 19 de octubre de 1997
Mario Vargas Llosa
Hay sociedades libres, menos libres y otras que no son libres porque están sometidas a regímenes dictatoriales. Eso tiene un efecto importantísimo sobre la vida cultural y sobre la literatura en especial. La censura frena la creatividad y empobrece la lengua. Todos los regímenes dictatoriales han producido siempre catástrofes culturales en sus países.
Ahora, sería muy equivocado deducir que una vez resuelto el problema político, eliminada la dictadura, el régimen de terror y la censura, todos los obstáculos para el desarrollo de una vida literaria han sido removidos y que la literatura florecerá de una manera rica, original. No es así. Nosotros tenemos sociedades abiertas, sin censura, donde el escritor disfrutaÊrealmente de libertad, y que tienen una literatura sumamente pobre, sin vuelo imaginativo y donde incluso a veces la frivolidad o las peores formas del comercialismo guían la vida cultural.
Es una situación muy contradictoria y curiosa pero es un hecho que los países donde la literatura suele tener un carácter más pujante y suele significar más para el conjunto de la sociedad, es cuando a través de la literatura se expresa un cierto espíritu de resistencia, un cierto espíritu de rebeldía y protesta contra lo establecido.
La absoluta permisividad por la que creo todos los escritores luchamos, tiene muchas veces un efecto disuasorio y hasta empobrecedor sobre la literatura. Es el fenómeno de las literaturas en las grandes sociedades abiertas de nuestros días. La llamada literatura light, la literatura como entretenimiento, como pura diversión. Es una literatura pobre, que renuncia a cumplir lo que han sido las grandes funciones de la literatura en la historia, sobre todo en la historia moderna. Es decir, inquietar, desasosegar, desarrollar el espíritu crítico de los lectores, mostrar a través de la fantasía, de un uso creativo de la palabra, que la realidad está mal hecha, que la sociedad en la que vivimos es insuficiente para colmar nuestros apetitos, nuestros deseos.
Pero esa función se hace sobre todo visible en las sociedades en las que hay una problemática, una resistencia y una voluntad de cambio. Esto lo hemos vivido en América Latina, en los años en que había problemas en América Latina. Se luchaba contra dictaduras, había el sueño, la ambición, la ilusión de un cambio histórico profundo. La literatura era rica, creativa, y llegaba a un público que encontraba en ella una esperanza y un estímulo. Es el caso de la literatura, por ejemplo, en los países de la Europa Central en las últimas décadas, en los últimos años de resistencia contra el totalitarismo. No es gratuito que los escritores, que los intelectuales desempeñaran un papel tan importante en la resistencia contra la dictadura en Polonia, lo que era Checoslovaquia, en Hungría, en Rusia. Allí la literatura parecía cumplir una función realmente vital y estar en una lucha por la supervivencia.
Es una situación muy paradójica, muy contradictoria; sin libertad la literatura se empobrece, se frivoliza, la lengua literaria entra en una decadencia. Y al mismo tiempo, si no tiene algo a que oponerse, si no resiste, si no da testimonio y se manifiesta contra una realidad que rechaza, sin una actitud profundamente crítica, es muy difícil que haya gran literatura. La gran literatura ha sido tradicionalmente siempre una forma de desacato y de rebelión contra lo establecido. Es en función de estos contextos o estas realidades que tiene mucho más sentido juzgar el fenómeno literario y la pobreza o la riqueza de una literatura que a través de conceptos que, como dije antes, me parecen discutibles y algo confusionistas, como el de la periferia y el centro.