AUTOPISTA


Mach 1


En el alto desierto del Mojave no hay otra cosa que polvo, fósiles, cactáceas de ramas petrificadas, tormentas de arena que cruzan el aire a 42 grados de temperatura. En invierno, las lluvias forman unos charcos tenues en los que aparecen gusanos curvos, con aspecto de camarones. Las gaviotas llegan desde el océano a devorarlos. El Mojave semeja un paisaje de una antigua era geológica. También es la mejor pista de aterrizaje del planeta. En marzo, todo resto de humedad se evapora y aquella vastedad adquiere una superficie firme y pulida.

Hace cincuenta años, dos pequeños hangares, una gasolinera y la cantina de una mujer curtida por el sol que llevaba el paradójico nombre de Pancho Barnes, conformaban la Base Aérea Muroc. Los pilotos tenían un sueldo de 283 dólares al mes y vivían en búngalos con puertas de tela de alambre azotadas por los vientos que congelaban las noches.

La base ofrecía refugio a los pilotos de pruebas. La aviación era entonces una rústica empresa de pioneros, y el nuevo invento, un trasto bastante simple. El X-1 tenía alas muy pequeñas y delgadas; la nave seguía el contorno de una bala calibre .50, aunque más bien parecía una salchicha compacta, y la puerta era idéntica a las aperturas para los perros en las telas de alambre. El X-1 estaba diseñado para alcanzar la velocidad conocida como Mach 1 (en honor a las investigaciones sónicas de Ernst Mach), es decir, para romper la barrera del sonido. Algunos físicos pensaban que la barrera era un auténtico límite físico y que ningún objeto sólido saldría ileso del impacto. En 1946, Geoffrey de Havilland, hijo del célebre ingeniero aeronáutico, trató de que el DH 108 diseñado por su padre llegara a Mach 1. El avión y el piloto se desintegraron en el intento. ``La barrera del sonido era un rancho que podías comprar en el cielo'', escribe Tom Wolfe en su excepcional novela sin ficción The Right Stuff.

El piloto designado para tripular el X-1 fue Slick Goodlin, un hombre de sangre fría que pidió 150 mil dólares por salir disparado contra el cielo lapislázuli. La base Muroc apenas tenía dinero para combustible y las miradas se dirigieron a un hombre sin imaginación para el peligro, que hablaba con el inglés quebrado y arcaico de las montañas Apalaches y que a los 18 años había cambiado el overol de perforador de pozos por el uniforme de piloto: Chuck Yeager.

Cincuenta años después de sus vuelos suicidas, Yeager sigue siendo incapaz de ver en ellos el menor sesgo épico. ``Alguien tenía que hacer el trabajo'', comenta ante los perplejos entrevistadores de televisión que esperan que el general retirado, quien a sus 74 años sigue volando por placer, desentrañe el misterio del heroísmo.

Yeager es una especie de magnífico plomero del aire. Encuentra huecos, limpia la zona, traza una ruta de evacuación. Sus respuestas son las de un artesano incapaz de advertir que está a punto de que todo se vuelva mierda.

A los 22 años Chuck Yeager participó en la segunda guerra mundial, fue herido en combate y derribó 13 aviones. A los 24 años, estaba dispuesto a volar rumbo a su propia aniquilación. El único problema es que no había modo de frenarlo. En sus primeros vuelos con el X-1 llegó a Mach 0 .85 y 0 .9 sin autorización de la base. El vuelo definitivo se adelantó para el martes 14 de octubre de 1947.

El domingo Yeager se emborrachó como de costumbre en la cantina de Pancho Barnes y subió a un caballo para pastorear armadillos a la luz de la luna. Cayó en algún lugar del desierto y se fracturó dos costillas.

El martes estaba en la cabina del X-1, untando champú en los controles del tablero para evitar que se congelaran en la altura, con dos costillas rotas y un paracaídas que sólo servía de colchón. Le costaba trabajo alcanzar la puerta y llevó un palo de escoba para ayudarse. En estas condiciones subió al cielo y produjo el estruendo del que fue el primero en salir. ``Cuando la velocidad llegó a Mach 1.05 -escribe Tom Wolfe-, Yeager tuvo la sensación de rebasar el techo del cielo. El aire adquirió un tono púrpura profundo y todas las estrellas y la luna salieron de pronto, y el sol brilló al mismo tiempo. Había alcanzado una capa de la atmósfera superior donde el aire es demasiado delgado para contener partículas reflejantes. Estaba sencillamente viendo el espacio. El X-1 se acercaba a la cima de su ascención y le quedaban siete minutos... de Paraíso Aviador. Iba más rápido que ningún otro hombre en la historia, todo era casi silencioso allá arriba, pues había agotado su provisión de combustible y estaba tan alto, en un espacio tan vasto, que apenas había noción de movimiento. Era amo del cielo. Era la soledad de un rey, única e inviolable, sobre el domo del mundo. Le llevaría siete minutos reorientar la ruta y descender a Muroc.''

Cincuenta años después, Chuck Yeager narra la escena como si nunca hubiera despegado y Tom Wolfe como si nunca hubiera aterrizado. En la tercera roca a partir del sol, el cielo sigue siendo una barrera misteriosa.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

LOS MISTERIOS DEL CUARTO AMARILLO


Imagina un cuarto, no hay ventanas, la única puerta está cerrada. El piso, las paredes y el techo del cuarto son amarillos.

¿De qué tamaño imaginaste el cuarto? Puedo suponer que de cuatro por cuatro metros, más o menos, de lado y tres de alto. No había instrucciones al respecto, ¿por qué lo imaginaste de ese tamaño?

Alguien pudo haberlo imaginado muy largo, un cuarto donde cabe una mesa de boliche, y muy alto. ¿Diremos que esa imagen es anómala? En cierta medida, la noción de cuarto trae con ella ciertas regularidades, una de ellas es que no es muy grande. O dicho de otro modo, si el cuarto fuera muy grande habría que especificarlo en la orden: ``imagínate un cuarto muy grande''.

Ahora, imagina que en el cuarto hay una mesa y sobre la mesa una pecera. ¿Ya? Tu mesa, supongo, tiene cuatro patas y es de madera. Las anomalías en este caso serían que la mesa fuera, por ejemplo, de tres patas o de fierro, o con cubierta de mármol blanco. Podría ser, pero las regularidades de ``mesa'' incluyen cuatro patas y madera.

La pecera es de regularidades más flexibles, ¿cómo la imaginaste? ¿Redonda y con uno o dos peces chicos? ¿Rectangular, más tipo acuario, con peces más grandes y plantas acuáticas?

No importa, lo importante no es tanto qué imaginaste, sino cómo hiciste la operación. Supongamos que tu pecera fue redonda, pequeña, con un pez, como la de Pinocho, o con dos peces rojos, como la de Matisse: lo que quiero mostrarte es que, aunque la pecera es tuya, y tú la imaginaste, tú no la hiciste a tu voluntad sino que ella apareció delante de ti, sin tu esfuerzo. Tú no hiciste nada, oíste la orden y de pronto, pum, ahí estaba la pecera en el centro del cuarto amarillo, sobre la mesa.

Aquí tienes un ejemplo claro y sencillo de cómo se hacen los sueños y por qué, pese a que son tuyos, te suceden y te sorprenden. Tanto los sueños como la pecera los hace la imaginación, y la imaginación funciona así, entrega su mercancía y oculta el rastro de su obtención. La nota distintiva de la imaginación es que tú no la gobiernas. Está dentro de ti, tú la usas, pero ella hace lo que ella quiere. En esa autonomía y libertad residen su poder y su fuerza.

Ahora imagina que la puerta del cuarto amarillo empieza a abrirse lentamente, alguien va a entrar y tú estás inmóvil, junto a la pecera. Supongamos que tú ``sabes'', a la hora de imaginar tú ``sabes'' siempre muchas cosas, que el que va entrar es un mago. La puerta se abre lentamente y ¿qué te imaginas que sucede?, ¿quién entra al cuarto amarillo?

Aquí las posibilidades se multiplican. Estamos no sólo en las regularidades que se constelan alrededor de la noción de mago, sino ante el tono que vamos a darle a la escena. Esto último depende de las emociones de quien está dentro del cuarto. La situación podría implicar cierta pasividad, desvalimiento, impotencia del que espera, es decir, miedo. Quizá desde el principio estaba ahí la idea latente de que quien está en el cuarto, está encerrado, capturado, o bien que está donde no debe y es un intruso sorprendido in fraganti por el mago que está entrando.

Pero estas son especulaciones. La imaginación sólo afirma, es muy asertiva, dice así es. Yo imaginé que quien entraba era una anciana. Es el mago dueño del cuarto, sólo que el mago es una anciana. Después calculé que podría, como en el Fausto de Goethe, haber entrado un perro, que ya dentro del cuarto se transfigurara en Mefistófeles. Pero cuando hice esto estaba pensando y recordando. Mi imaginación espontánea me dio a la anciana. Una anciana dulce que dice:

-Y ahora, hijito, el cuarto va a emprender el vuelo.

Y el cuarto empieza a volar. Y aquí descubro, en la sensación de subir y bajar, que conecté las regularidades de cuarto cerrado con las de avión y de elevador. Pero la noción operativa para que el cuarto volara fue la de mago, sin ella no habría podido hacer la conexión, que sin embargo ahí estaba desde el principio. El cuarto amarillo ya está volando pero, como no tiene ventanas, no puedo ver por dónde voy. No obstante, confío en la anciana y me siento relajado y tranquilo.

No sé quién imaginabas tú que entraba al cuarto amarillo. Pero lo que fuera debió aparecer tan brusca e inopinadamente como la pecera del principio. El resultado parece una especie de sueño.

Si eso refleja bien nuestros trabajos nocturnos, un sueño dura fracciones de segundo.




Naief Yehya


DEL PANFLETO PORNOGRAFICO A LA FOTOFALSIFICACION

La pornografía moderna es un producto de la Revolución francesa que no se volvió un género independiente sino hasta principios del siglo XIX. En la antigüedad, las representaciones de cuerpos desnudos o de actos sexuales no eran generalmente transgresoras de las normas morales, por el contrario, tenían una función ritual o documental. En cambio en Europa, entre 1500 y 1800, la pornografía, más que un artefacto masturbatorio, era un vehículo crítico que se valía de las representaciones sexuales (en texto o imágenes) para ridiculizar a la monarquía, el clero y demás autoridades políticas. Gracias a la proliferación de la imprenta, circulaban en varios países europeos panfletos pornográficos relacionados con conflictos políticos y religiosos. Ahí se representaban a menudo escenas orgiásticas en donde miembros del clero y la corte se entregaban a toda clase de excesos y placeres perversos. Actualmente, la pornografía ha perdido buena parte de su filo político; no obstante, la industria pornográfica sigue conservando una actitud socarrona e irreverente ante las normas sociales. Esta postura es la misma que tienen los tabloides amarillistas y su infantería: los paparazzi. Los fotógrafos de celebridades son una especie de fusión entre el superfanático y el criminal; es tan importante para ellos mostrar a los famosos felices, hermosos o sinceros, como frustrados, humillados o furiosos. Todo admirador establece una relación de amor-odio con la estrella; en el caso de los paparazzi dicha relación puede llegar fácilmente a la violencia, debido a que su función consiste en capturar estados de ánimo singulares u obtener reacciones extremas de los ídolos populares. El efecto que lograban los dibujantes y grabadores al mostrar a un obispo fornicando con una cabra, a María Antonieta sodomizada por un sirviente particularmente bien dotado, o al mismo rey involucrado con dos hombres en un méneage ˆ trois contorsionista, lo logran ahora estos fotógrafos valiéndose de poderosos telefotos, motocicletas, helicópteros y una variedad de tácticas de guerrilla.

El culto de las estrellas muertas

La celebridad es la verdadera estrella de la cultura de nuestro tiempo: ya sea el golpeador de mujeres O.J. Simpson, el dúo beatífico Lady Di-Teresa de Calcuta, el ciberlibertario-poeta y filósofo encapuchado Marcos (quizá nuestra más valiosa aportación a la cultura del fin de milenio), el ex director prodigio Almodóvar o el atacadísimo crack Maradona. El entretenimiento masivo se sitúa en el terreno fronterizo entre las vidas privadas y la imagen pública de los iconos de la cultura popular. Para poderlos adorar tenemos que sentirnos parte de ellos, cerca de sus momentos de gloria, sus derrotas y, si es posible, sus muertes trágicas. Nada es más apreciado por el público que ver a una celebridad perder la vida ante sus ojos, ya sea Kennedy en el film de Zaptruder, Colosio en Lomas Taurinas o Diana Spencer en el mítico video de su muerte. Sin crueldad o morbosidad, el culto de la superestrella no tendría mucho sentido. Así como las guerras y los grandes cataclismos, la muerte de las celebridades funciona como purga emocional, como la catarsis requerida por una sociedad desesperada por reencontrarse con la espiritualidad perdida en la cultura del consumo. Asimismo, al morir, una celebridad se vuelve frágil y vunerable, se humaniza por un momento y más tarde se proyecta a la inmortalidad del Panteón de las estrellas.

El arte de la falsificación

No tengo la menor duda de que en un futuro cercano, el género fotográfico de los paparazzi alcanzará algo semejante al estatus de obras de arte. De igual forma, el subgénero de las falsificaciones digitales será reconocido por sus méritos técnicos y su extraño, ambivalente e ingenioso discurso estético. Y en ese novedoso terreno de las artes, sin duda reinará la imagen mil veces repetida de Gillian Anderson, la provocadora, cerebral y asexual agente Scully de Los expedientes secretos X. Gracias a programas de edición de imágenes como Photoshop, cientos de fanáticos han materializado sus fantasías creando fotofalsificaciones eróticas de sus celebridades favoritas, desde Pamela Anderson Lee hasta Ronald Reagan, y las han compartido con el mundo al subirlas a la red. Estas imágenes de cuerpos anónimos pegados a caras hiperconocidas constituyen ya una de las artesanías características del folclor de Internet, que data casi desde los orígenes de la comunicación digital. Las fotofalsificaciones van del hilarante ridículo de algunos pegotes desproporcionados a la inquietante y excitante perfección de ciertos desnudos apócrifos. Estos pornógrafos digitales tratan de sembrar confusión, compartir sus sueños eróticos y desafiar a los expertos. La intención de estas fotos escandalosas, como los grabados pornográficos del siglo XVIII, es tanto la parodia como la estimulación erótica. Dos sitios famosos por sus colecciones de falsificaciones son: http://207.136.33.27/fake/fake.htm; y http://www.spinnaker.com/-luxlucre/lair. A pesar de que algunos de los fotofalsificadores nunca tratarían de hacer pasar su trabajo de edición por fotos reales, es de esperar que pronto se intentará imponer alguna forma de censura en estas obras. Finalmente una foto (obviamente falsa) de la muerte de Lady Di: http://209.75.32.22/rotten/diana876/di-acc.html.

La tercera es la vencida: La verdadera dirección del Foro virtual de la cultura mexicana es: http://www.arts-history.mx.

Naief Yehya

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