Douglas North.
Discurso en la recepción del Premio Nobel de Economía de 1993.
En la literatura económica de las últimas dos décadas ha prevalecido el pensamiento neoclásico muy por encima de las preocupaciones humanísticas que caracterizaron a los enfoques clásico y keynesiano de la posguerra.
En los países desarrollados esto ha sido muy claro, pero lo que llama la atención es que su embate ha sido implacable en países como el nuestro, sobre todo a partir del famoso Consenso de Washington a fines de la década anterior.
Este término fue acuñado por John Williamson del Instituto de Economía Internacional de Washington, quien recogió los argumentos principales de ese enfoque teórico y han sido claramente respaldados por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el gobierno norteamericano, todos ellos asentados en la capital de ese país.
En términos muy sintéticos estos argumentos indican que la manera en que los países pobres dejarán de serlo se dará en la medida que con la mayor rapidez, amplitud y eficiencia eduquen a su población, liberen todos sus mercados y se abran al exterior. El cambio social y económico vendrá por añadidura.
En este contexto, el problema central del desarrollo -así como el área de la ciencia económica que se aboca a él- pierden sentido y razón de ser. Ahora la teoría neoclásica habla exclusivamente del problema de la disparidad de tasas de crecimiento del producto por habitante entre las economías atrasadas y las desarrolladas, cuya solución se encuentra admirablemente en la aplicación de las medidas del Consenso de Washington.
Hace unos días se otorgó el Premio Nobel de Economía a dos economistas sajones -lo cual es prácticamente la norma- por sus aportes en el análisis de los mercados financieros, particularmente por sus planteamientos de los derivados que son instrumentos financieros que tratan de reducir el riesgo y la incertidumbre para quienes participan en este mercado, que son una minoría cada vez ``menor'' y más rica de la población mundial.
Hay que recordar que los premios Nobel se instituyeron en 1901 para quienes en los años anteriores realizaran el máximo beneficio intelectual a la humanidad. La ciencia económica fue apenas incluida en 1968 por el Banco de Suiza.
Parece que ese espíritu se diluye cada vez más en la medida que crecen los adeptos de ese consenso y quizá entre las pocas excepciones se encuentra el autor del epígrafe inicial.
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