La Jornada 19 de octubre de 1997

Argentina, en el engaño de creerse en Europa y no en AL: Eloy Martínez

César Güemes /II y última Ť De Tomás Eloy Martínez, además de Santa Evita y La novela de Perón, hay que acudir a su labor periodística en La pasión según Trelew; a sus ensayos de Los testigos de afuera y Retrato del artista enmascarado; a sus relatos en Lugar común la muerte; a su quehacer de cronista en Las memorias del General; y a sus otras dos narraciones largas, Sagrado y La mano del amo. Y hay que conversar con él, tanto como se pueda, sobre todo si está en vena de contar, como ahora lo hace, una revelación que sólo en 1971 conocieron sus más cercanos colegas del periodismo argentino y que tiene que ver con una de las muertas más vivas y extrañas de la historia.

--En su momento, hizo usted la siguiente definición de su país para el semanario Noticias, que desde luego viene muy a tono con el símil de lo que le ocurrió y ocurre a Eva Perón: ``Argentina es un cuerpo de mujer que está embalsamado''. Es una bella imagen, pero seguramente tiene un sustento social detrás, maestro.

--Argentina, a comienzos del siglo XX, era un país que se creía destinado a cierta grandeza. Y de hecho estaba en una situación económica inmejorable: en 1928 era la sexta potencia industrial del mundo. Tenía más automóviles que Francia y más teléfonos que Japón. Las enciclopedias decían que a finales del siglo iba a competir con Estados Unidos, con lo cual, como te darás cuenta, se cometió la demasía de no considerar que son dos naciones que producen casi lo mismo. Por lo tanto, iban a competir excluyéndose. Argentina nunca tuvo ni siquiera la posibilidad de competir con Estados Unidos. En este momento es una especie de país subordinado. Las sucesivas dictaduras militares, los gobiernos autoritarios, las corrupciones infinitas fueron destruyendo al país. Pero muchos argentinos siguen creyendo todavía en ese destino de grandeza del que sus padres y sus abuelos hablaban tiempo atrás. Entonces, Argentina quedó como congelada, como embalsamada. A eso aludo, a esa memoria del cuerpo embalsamado de mujer: por eso se le dice la Argentina, porque es un país femenino. Está congelada en un momento de la historia intentando que alguien la despierte de ese delirio de grandeza que vive.

Argentina: sueños que se esfumaron

--Muy relacionado con esto, escribió Carlos Fuentes para La Nación: ``Santa Evita es la historia de un país latinoamericano autoengañado, que se imagina europeo, racional, civilizado, y amanece un día sin ilusiones, tan latinoamericano como El Salvador o Venezuela''. Es parte de lo mismo, don Tomás.

--Creo que eso es lo que más irrita a mis compatriotas cada vez que yo lo digo. Cuando me preguntan qué piensan de nosotros los argentinos en Estados Unidos, donde vivo, les digo algo muy simple: no piensan, para Estados Unidos no existimos, porque para ellos existen solamente los países latinoamericanos que son un problema. Los americanos desconocen bastante la geografía y desconocen si Argentina es o no, como digo en una novela, un suburbio de Guatemala City. Entonces, creo que el país se construyó a sí mismo, y ese fue el proyecto: hacer un país europeo, no mestizo, es decir al revés de México, e industrializado. Claro que esos sueños se fueron desarmando, descascarando, pero los argentinos se resisten a verse como tales, a tal punto que, por ejemplo, a mi mujer, que es venezolana, los choferes de taxi le dicen cuando le escuchan el acento: ``De modo que usted es de allá, de América Latina''. De allá, ¿te imaginas? A mí me impresiona mucho esa historia porque no ha pasado sólo una vez. Además, para las grandes corrientes dominantes de la cultura argentina yo, incluso, soy un marginal, porque pertenezco a la cultura del norte de mi país, que es una cultura tributaria de la incaica. En cambio, para Argentina sólo existe la cultura dominante que es la del Río de la Plata. Mis novelas procuran sobre todo, a través de las figuras dominantes del siglo XX, demostrar hasta qué punto somos latinoamericanos, hasta qué punto el país vive engañado.

--Es muy claro en su prosa que ejerce la poesía. ¿Lo hizo alguna vez de manera formal?

--Soy un poeta fracasado, ese es uno de los grandes dolores de mi vida. Cuando tenía 16 y 17 años me ganaba los premios de poesía de mi provincia porque los jurados cometían esos errores. Pero, bueno, poco a poco me fui dando cuenta de que la poesía no es mi fuerte y de algún modo intento reivindicarme cuando puedo en las novelas.

--¿Qué le implica México, donde ha vivido, trabajado y escrito?

--He habitado seis meses en Guadalajara y vengo aquí con mucha frecuencia. México me dice muchas cosas. Por lo pronto, siento una profunda admiración. Soy un estudioso de la cultura colonial de tu país y es lo que enseño en la Universidad de Rutgers. Mi especialidad son los cronistas de Indias, Sor Juana y el barroco mexicano, hasta Fray Servando. Creo que este es un momento de reflexión y de reconstrucción del país, como todos los tiempos de crisis es un momento de parto. Ustedes están pariendo una nueva nación. Y sin darse cuenta, o tal vez dándose mucha cuenta, están viviendo un proceso de recreación, revelación, reconstrucción de la Revolución mexicana.

``Están haciendo el país. Lo que ustedes están realizando ahora es la segunda revolución mexicana, por suerte más o menos pacífica. Y espero que de esto nazca un México mucho mejor. Tengo una enorme confianza en el futuro de este país. Los mexicanos están llamados a ser los grandes focos de producción de cultura y de ideas en el siglo XXI.''

Escribir para aprender

--¿Viviría usted en México?

--Seguro. Encantado de la vida.

--¿Escribiría una novela con los personajes mexicanos sobre los que da clase?

--No, ¿sabes por qué? Porque ya los conozco mucho. Y yo escribo para aprender, para conocer. Trabajo sobre lo que menos conozco. Aunque me gustaría imaginar o reimaginar historias como la de un personaje que ve a Bernal Díaz llegar. Me gustaría meterme en esa cabeza y construir una historia con eso. Claro que pienso que es mejor dejar esto para los escritores mexicanos, aunque los argentinos, Borges y Cortázar, hicieron dos maravillosos relatos breves en los que la cultura azteca es como el eje, el centro.

--¿Cuál es su personal historia respecto del Premio Rómulo Gallegos al cual era natural y muy fuerte candidato?, ¿le parecía que estaba cerca?

--Nunca me he ganado ningún premio, salvo cuando adolescente. Creo que los premios satisfacen por un momento la vanidad personal de uno y punto. No pienso que los premios marquen de ningún modo jerarquías, ni valores. Son un azar dictaminado por la buena o la mala voluntad del jurado. Pero sí debo decirte que en el caso del Rómulo Gallegos me alegré muchísimo y muy sinceramente de que lo ganara Angeles Mastretta, que es una escritora a quien quiero mucho. De todos los otros competidores es la que yo prefería. Aunque no voy a ser hipócrita para decirte que no me hubiera gustado ganármelo. Pero si algo me atenuó de manera casi completa la decepción de no haberlo obtenido, fue el hecho de que lo obtuviera Angeles. Y por otra parte, me permitió estar un mes tranquilo en Buenos Aires. Si no, habría vivido un mes de espanto, con la prensa detrás. En Argentina la tradición es que los premios nacionales nunca se le dan a los buenos escritores.

--Según se sabe, retiró usted uno de los capítulos finales de Santa Evita. En su caso, si lo hizo, ¿cuáles fueron las razones?

--Lo que ocurrió fue que cuando terminé la novela, en mayo de 1995, me di cuenta que acababa 50 páginas antes. Y que toda la continuidad era como una reflexión fatigosa de lo anterior. Entonces no es que retirara un fragmento, sino que la novela acababa antes. El final es el que es. La novela seguía con el desentierro del cadáver en Milán, la persecución del cuerpo a través de las carreteras italianas y españolas, y la entrega del cadáver a Perón. Realmente me parecía un poco fatigoso volver al personaje de Perón que aparece muy tenuemente. Así como el personaje de Evita en La novela de Perón es muy secundario. De modo que terminar con él me parecía como una falta de novelista. Y estoy muy contento de que así haya sido. Cada vez me siento más feliz de haber quitado esas 50 páginas.

--¿Qué ocurriría si tuviera usted la oportunidad de estar unos minutos, a solas, frente al cuerpo de Evita, ya que todavía se preserva?

--Pues estuve casi a solas con ese cuerpo.

--Cuénteme eso, maestro.

--Pues mira, en 1971, en octubre, le tuve que hacer una entrevista a Perón porque se anunciaba su regreso a Argentina. Al terminar la plática le dije que me complacía que le hubieran devuelto el cuerpo de su segunda esposa, y que esperaba que estuviera más tranquilo con eso. El me preguntó, así nada más: ¿la quiere ver? Y yo le dije: claro que sí. Entonces me llevó al comedor de su casa, donde la tenían sobre la mesa. Ella estaba desnuda, cubierta por un lienzo que iba del nacimiento de los pechos al inicio de las piernas. De modo que ni el sexo ni los pechos se le veían. Evita estaba con la cabeza hacia el borde de la mesa, e Isabelita estaba peinándola. Me quedé un instante. La miré y me sorprendió la perfección del embalsamamiento. Me sorprendió mucho. La miré y me fui. Ese fue todo mi contacto con el cuerpo de Eva. Yo creo que Perón, a sabiendas de que yo era un periodista más o menos conocido en mi país en ese momento, me hizo verla con una escena para que yo la contara. Pero no la conté entonces. En su momento se la narré a mis colegas, pero no la escribí y nunca la conté del todo. Te la estoy contando ahora, casi por primera vez, para que Isabel lo recuerde, ya que ella todavía está viva. Ellos la tuvieron un par de meses en la mesa del comedor de la casa, así que se iban a comer a la cocina o se iban fuera mientras le construían una especie de pequeño santuario en el ático de la casa.

--Así que Evita, que ya no sabemos si está viva o muerta, sí es un algo maravilloso.

--Es la mejor momia del mundo.