Conocí a Juan José, hace muchos años, cuando había perdido el mando en el Sindicato de Músicos que si no estoy equivocado, él mismo había formado. Venus Rey, un hombre de energía y capaz de movilizarse como fuera necesario, lo había desplazado, me temo que no con toda la ortodoxia del mundo.
Juan José empezó a trabajar, porque le hacía falta, en el Instituto Mexicano del Seguro Social, en la jefatura de Relaciones Laborales que entonces dirigía y dirigía muy bien Juan Francisco Rocha Bandala. Yo venía prestando mis servicios desde mucho antes, en el Departamento Jurídico y al llegar Rocha Bandala a la jefatura de Relaciones Laborales, me incorporaron a su grupo de trabajo.
Era una época de formación profesional intensa. Atendía diariamente entre diez y doce audiencias, lo que suponía preparar las contestaciones y los ofrecimientos de pruebas y el desahogo de éstas. La verdad es que si alguna vez me hice abogado litigante fue precisamente en esos años que concluyeron en 1983 cuando me jubilé después de 28 de servicios. No me pregunten sobre el importe de la jubilación.
Juan José Osorio era un cumplido empleado. Ejercía, supongo, una especie de asesoría directamente con Rocha Bandala a la que no debía ser ajena la relación cercana entre Don Fidel y Juan Francisco. Todos los días aparecía por la oficina y cuando los litigantes regresábamos de las mil batallas de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, era grato charlar con Juan José, hombre de profunda sencillez, con una enorme experiencia en el mundo sindical.
Entonces supe por él mismo de sus aficiones musicales y de que su hijo era ya, entonces, un consumado pianista. Hablábamos de su familia y seguramente le contaba yo también cosas de mis hijos. Nació entre nosotros una grata amistad.
Años después, en 1989, cuando Juan José figuraba ya entre los hombres de la alta política de la CTM, y era diputado federal a cargo la Comisión de asuntos laborales de la Cámara, un grupo de abogados de izquierda, un poco enfadados de que no se nos diera intervención en la discusión de un supuesto proyecto de LFT cuya confección había ordenado Carlos Salinas de Gortari publicamos aquí en La Jornada un encendido manifiesto dirigido a la Cámara de Diputados exigiendo la discusión pública en un foro de los aspectos relevantes de una reforma.
Los quejosos quedamos sorprendidos de que Juan José, con toda tranquilidad, aceptó el reto y convocó al Foro que se llevó a cabo en la Cámara de Diputados en agosto del mismo año. Alrededor de cincuenta especialistas, de todos los colores y sabores, dijimos cuanto se nos ocurrió al respecto. Pero la cosa no acabó allí: la Cámara publicó las ponencias para que pudieran circular y ser tenidas en cuenta.
No debe haber parecido esa decisión muy del agrado de las autoridades que dejaron en el desempleo a los miembros designados de la comisión redactora del proyecto y a su secretario técnico, el querido y admirado maestro José Campillo Sainz.
Y a partir de entonces, por esa y otras razones, la reforma de la LFT se convirtió en una idea prohibida.
Tuve de nuevo contacto aunque esporádico con Juan José y siempre fue el mismo amigo cordial, sencillo, servicial en lo posible, congruente con su función sindical y política. Pero sobre todo Juan José fue siempre un hombre de honradez absoluta, modesto, trabajador, empeñoso y leal. Mi posición política antagónica a su Central no fue nunca motivo de diferencias entre nosotros. Eramos, simplemente, amigos discrepantes.
No ha de haber sido fácil combatir con él en las Cámaras en las múltiples ocasiones en que fue diputado federal. No le faltaba genio. Pero en última instancia, ésa ha sido otra más de sus virtudes.
Yo lo voy a extrañar.