La reciente visita a México del director alemán Volker Schlöndorff, la promoción de su película El ogro (Der unholt), de 1996, y la proyección en la Cineteca Nacional de una retrospectiva suya, acompañada del documental Mejor sería otro cualquiera, de Peter Buschka (1991), señalaron el interés de una relectura de una obra clave del llamado Nuevo Cine Alemán de los años 60. De El joven Torless (1966) a El ogro, realizada 30 años después, se percibe una misma obsesión: capturar en la pantalla la esencia del universo literario de autores entrañables para el cineasta: Robert Musil, Günther Grass, Heinrich Bll, Marguerite Yourcenar o Michel Tournier, y a través de esas visiones proponer un paisaje moral de la Europa de la posguerra, y de manera particular de la Alemania que sobrevive al nazismo.
Señala el director al ser entrevistado por Peter Buschka: ``No creo en la demonización de los poderes. En realidad se trata de gente muy ordinaria. Son personas mediocres y ridículas a las que el poder vuelve peligrosas''. De esa manera, desde sus primeras cintas Schlöndorff realiza una labor de entomólogo: escruta las motivaciones sicológicas de sus personajes, señala los imperativos morales que los someten y también sus incontables contradicciones emocionales. No hay en el director una voluntad deliberada de crear frescos históricos ni visiones metafísicas, como en las trayectorias de Fassbinder, Syberberg y Herzog. Tampoco el retrato de las ciudades ni los ritos de la ciudad cotidiana, como en el cine de Wim Wenders.
Lo que parece inquietar a Schlöndorff es la descripción de ese territorio frágil en el que lo privado se torna asunto público y el individuo un sujeto vulnerable, susceptible de desplomarse emocionalmente frente a los reclamos y las convenciones sociales. Eso es evidente en una película como El honor perdido de Katherina Blum, pero también en ese universo de apariencias y engaños sociales que muestra el director en Un amor de Swann (1984), basada en un capítulo de Por el camino de Swann, de Marcel Proust. Parece decir Schlöndorff que tan patético es el autoritarismo de la gente mediocre con poder político, como los celos enfermizos de Swann (Jeremy Irons) persiguiendo a Odette (Ornella Mutti). Las dificultades de la pareja, la imposibilidad de la dicha en la pasión, y la violencia infligida a la persona amada, son algunas constantes en películas como Llamarada (Strohfeuer, 1972), La moral de Ruth Halbfass (Die moral der Ruth Halfbass, 1971), o Tiro de gracia (Der fangshuss, 1975-76). Cabe señalar la importancia en el tratamiento de estos temas de la colaboración de la esposa del director, la actriz y guionista Margarethe von Trotta, más tarde realizadora de la estupenda Los años de plomo (Die bleierne zeit, 1981) y de Rosa Luxemburgo (1986).
Schlöndorff llamó la atención internacional con su primer largometraje, El joven Torless (en México se llamó Nido de escorpiones), basado en la novela de Robert Musil. En la descripción de la crueldad y despotismo de un grupo de estudiantes que desprecia a las personas débiles, el director hacía una alusión transparente a la ideología nazi. Dos años después, en 1978-79, Schlöndorff realiza su película más brillante, El tambor de hojalata (Die blechtrommel), a partir de la novela homónima de Günther Grass, con guión del director y de Jean-Claude Carriere. Esta sátira antiautoritaria, situada en la época nazi, es también el relato fantástico de un niño (David Bennent) que se niega a crecer física y mentalmente, a manera de protesta por la irracionalidad social que le rodea. Con esta película, Schlöndorff conquista en 1980 el Oscar a la mejor película extranjera.
En un largometraje anterior, La repentina riqueza de los pobres de Kombach (1971), el director había elaborado ya una vigorosa crónica social, con estilo realista, casi documental, y un afán de restituir minuciosamente la atmósfera de la provincia alemana a principios del siglo XIX. En 1977-78, el cineasta participa al lado de otros cinco directores alemanes en el filme colectivo Alemania en otoño (Deutschland im herbst), denuncia política muy abierta del clima de terrorismo estatal que prevaleció en Alemania durante la persecución de los miembros de la organización extremista Fracción Roja, dirigida por Andreas Baader y Ulrike Meinhoff.
El alumno de Louis Malle y Jean-Pierre Melville, el admirador de Billy Wilder y William Wyler, admite la conveniencia de conocer y respetar las reglas del oficio (el cine, creación artesanal) como condición primera para subvertirlas en el proceso de la invención artística. Crear ficciones propias a partir de construcciones literarias ajenas, reinventar el material artístico (como infructuosamente intenta hacerlo en Un amor de Swann, y como sí lo consigue en El tambor de hojalata) es una empresa azarosa, pero para Schlöndorff representa un signo de vitalidad y rebeldía. Un signo más, apenas distinto del impulso libertario de Oskar, el niño que al negarse a dejar de ser niño le da la espalda a la suficiencia y a la indiferencia criminal de los adultos.
El tambor de hojalata se exhibe hoy en la Cineteca Nacional.