ALBERGUE DE INVIERNO
Ricardo Olayo Ť Nómadas durante el día, por la noche al menos tres centenas de indigentes llegan a las puertas del Albergue de Invierno para refugiarse en una estrecha litera o catre. Se amontonan hombres y mujeres de provincia, damas golpeadas en huida de su casa y teporochos, que desandan el camino hasta un lugar seguro donde dormir, que paradójicamente está en la zona de Tepito.
Al amanecer, el frío les llega a los galerones hasta los 6-7 grados centígrados, justo cuando empiezan a despertar para zarpar de nuevo a la calle; y para las 9:00 ya nadie queda.
En el albergue no son suficientes la lavadora y la secadora industriales que hay para las 600 toallas que se requieren tener listas cada día; las donaciones siempre escasean en estas instalaciones que en la década de los cincuenta funcionaron como cárcel y que rebotan el frío desde sus muros.
Su albergue. Foto: Carlos Cisneros
Antes de prisión, el recinto fue monasterio y cientos de años atrás lugar de sacrificios. Hoy, es rescate nocturno de moribundos, discapacitados y algún grupo de albañiles a los que cala más duro el frío y abandonan la obra en que trabajan, para pasar la noche.
Son las diez de la noche y todos duermen. Hay algunos rezagados que se incorporan cerca de las 12 de la noche con maletas y cajas que les detienen en la aduana porque sólo pueden pasar a los dormitorios con sus zapatos y la ropa con que se van a tender en catres, lozas de cemento y literas; por precaución, todos duermen con los zapatos, las botas o los huaraches amarrados a la cama o entre las cobijas.
Si el médico lo autoriza, una vez que pasan el portón que da a la Plaza del Estudiante, van directo a la regadera colectiva y luego a cenar. Si bebieron demasiado, los retienen un ``ratito'' a la intemperie hasta que se les baja la efusividad.
A cada uno le dan un número para identificar la litera o el catre donde pasará la noche. Los hombres de un lado, las mujeres con sus hijos en otro, y quienes no tengan necesidad o pretendan tomar como hotel el albergue no son aceptados, asegura el director, Mario Alberto López Franco.
Desde las siete de la noche abre las puertas esta suerte de mesón por unas horas, en el que entran aquellos que ya no tienen familia, quienes viven de las dádivas, a quienes corrieron de su casa y también personas con deficiencias mentales.
La población cotidiana, haga o no frío, es de 270 a 280 personas, pero en estos días llegan más de 310 acompañados de los penetrantes olores de su cuerpo y la ciudad.
El albergue nació en diciembre de 1995, y de entonces a la fecha ha dado 185 mil atenciones, a un promedio de 8 mil 250 personas que pernoctan de 10 a 20 días, hasta que se les ayuda a regresar a sus estados de origen, encuentran un trabajo o se ``pierden'' unos meses por la ciudad, y luego regresan.
Setenta por ciento de quienes llegan al albergue sufren el rechazo familiar y el resto reporta a las autoridades que no tiene hogar. Pero no sólo llegan los desamparados por años, sino las familias que súbitamente caen en desgracia cuando son asaltadas en la Tapo o en la Central Camionera del Norte apenas bajan del autobús que las trae a la ciudad de México; sin un centavo en el bolso se dirigen al albergue.
Un tercio de la gente albergada viene del DF, y otro número importante de Oaxaca, Hidalgo, Veracruz y Michoacán. Dos horas antes de que se abra el recinto empiezan a ``merodear'' la Plaza del Estudiante o también llamada Del Carmen, en Tepito, cuando los ambulantes ya dejaron el paso libre.
``El albergue no es almacén, no es aduana para guardar bienes y tampoco es hotel'', define su director. ``No los podemos tener aquí durante el día, porque menos harían por salir de su situación desesperada, de regresar a sus pueblos, de buscar un empleo, o hablarle nuevamente a sus familiares''.
Después de las 12 de la noche, personal del DIF-DF sale en camionetas a buscar a los indigentes y llevarlos a Tepito o al Albergue de La Coruña, donde los atienden.
En su propia voz
Señora en comedor: No tengo por qué hablar mal de este albergue, y le voy a decir porque: le dan a uno ropa, servicio de médico, peluquería, baño, el hospedaje, la seguridad; y mire, mientras uno se porte bien, lo tratan a uno muy bien... Llegué aquí un 25 de diciembre de 1995, y entro y salgo. Mi padre dejó una casa intestada, y los mismos inquilinos me sacaron; entonces yo me quedaba en la noche en la clínica 27 del Seguro Social, en la Central Camionera del Norte, en la del Sur; no me da pena, porque no hay un apoyo familiar, pero le doy gracias al señor presidente. Si pido más leche o más pan, me lo dan... ahorita me dedico a la venta de rastrillos de un peso en La Merced, Peralvillo y Tepito, pero no voy al Centro, a República de Brasil o el Eje Lázaro Cárdenas; no voy porque andan muy duras las camionetas quitando la mercancía... no es jactancia, ni presunción, pero cuando me va bien, me gano los 85, los 90 pesos, cuando no, los 15, los 20.
Anciano lastimado de la mano: Hace tres meses murió mi esposa y me quedé solo. Creo que perdí la memoria, creo que tengo como 97 años.
Judoka en la litera: Soy cinta negra, tengo cuatro medallas de oro, dos de plata que me traje de un viaje a Osaka; estuve en el Oriente, en Rusia de un lado a lado, hasta Inglaterra, Canadá, EU; luego regresamos hasta llegar a Europa nuevamente. Salí mal con todos y como me quedé sin lugar porque la casa donde vivía en la Unidad Aragón no la puedo terminar por falta de dinero, por eso recurro al albergue. Me robaron mis medallas en el aeropuerto, pero no me han dado audiencia con el Presidente de la República. Mis maestros fueron Sato y Daniel San.
Mujer de Monterrey: Vengo a buscar mi casa en la colonia Lindavista, y mientras trabajo de sirvienta para mantener a mi hijo de 17 años que está allá. Trabajo de las cinco de la mañana a las 12 de la noche, pero como no me querían pagar, me tuve que salir de la casa; pero voy a regresar el domingo porque los hijos de la familia me echan mucho de menos. Llevó casi dos años buscando mi casa en el juzgado 14 de arrendamiento, y nada.
Dos jóvenes: Soy de Michoacán y no pude regresar porque sólo me dieron la mitad del pasaje; no sé ni andar en el tren de aquí. No jallo en qué trabajar. Vine a trabajar con una señora, pero no me pagó, y por eso nos vamos por la mañana a La Villa, donde estamos con los misioneros y les pedimos de comer; somos como cien que vivimos de la caridad... Yo me salí de la casa por problemas, tuve mis niños pero se murieron.