En sus declaraciones de ayer, el presidente de la Asociación de Banqueros de México, Antonio del Valle, deslindó al neoliberalismo --que calificó como un mito creado por los seguidores de las doctrinas comunistas para atacar a las políticas de libre mercado-- del crecimiento de la pobreza en el país y atribuyó a las prácticas populistas y al elevado crecimiento poblacional del país la responsabilidad del atraso y la miseria que padecen millones de mexicanos.
Más allá de estas consideraciones de Del Valle, por demás inexactas y simplistas, existen otras que es necesario tener en cuenta para poner en su justo lugar las características y consecuencias de la política económica vigente en México desde 1982. En primer lugar, cabe aclarar que este modelo no se circunscribe únicamente a impulsar el libre mercado, sino que en él se incluyen estrategias como la apertura de fronteras al comercio internacional, la desregulación, la reducción del aparato estatal y la privatización de empresas públicas, el recorte de los subsidios y del gasto social y una administración que privilegia a los capitales financieros y comerciales por encima del sector industrial, que propicia el surgimiento y el fortalecimiento de grandes grupos empresariales en perjuicio de la pequeña y la mediana empresas.
Debe considerarse que, de 1982 a la fecha --el periodo de vigencia del llamado neoliberalismo-- el poder adquisitivo de los salarios ha tenido una caída acumulada de cerca de 80 por ciento y que a partir de 1987 la contención salarial ha sido uno de los pilares de la estrategia económica del gobierno. Mientras, en el periodo de referencia algunas grandes empresas obtuvieron ganancias en los mercados bursátiles del orden de 30 mil por ciento neto --es decir, descontada la inflación--; en el campo mexicano la miseria, la insalubridad y la marginación acumuladas en los años de referencia se han agravado, han intensificado la migración masiva de campesinos desposeídos hacia las ciudades y han generado un descontento social gravísimo que se expresa, incluso, en movimientos armados. En las zonas urbanas, el deterioro de la economía de las clases populares ha propiciado el desmedido crecimiento del sector informal --directamente relacionado con la pérdida de empleos fijos-- y ampliado los cinturones de miseria que caracterizan a la periferia de las grandes ciudades. En Acapulco, esos asentamientos marginales, producto de la política de expropiaciones para el desarrollo de centros turísticos, fueron precisamente los más severamente golpeados por el huracán Paulina.
Con base en los hechos señalados, es inevitable concluir que las políticas neoliberales no sólo no han contribuido a resolver los problemas de pobreza sino que, por el contrario, han incidido de manera importante en su agudización.
Incluso en Estados Unidos, país altamente desarrollado y con una economía mucho más robusta que la de México, la política neoliberal aplicada en la década pasada --popularmente conocida como reaganomics-- dejó a millones de estadunidenses en la pobreza, factor que fue una de las causas de la derrota de George Bush en las elecciones de 1992.
Resulta sorprendente, por otro lado, que el dirigente de los banqueros culpe al populismo de los problemas del México de hoy: en 1981, luego del boom petrolero, los salarios reales alcanzaron el nivel más alto en la historia del país. Si bien es cierto que este modelo tampoco fue capaz de atender los problemas ancestrales y contemporáneos del país y propició el elevado endeudamiento externo causante de la crisis de 1982, no resulta lógico atribuirle los graves saldos sociales que corresponden, por el contrario, a la política económica emprendida desde entonces.
Finalmente, cabe considerar que las argumentaciones de que el modelo prevaleciente es el único posible y los demás son pura ideología resultan justamente la cobertura ideológica del neoliberalismo, cuyo carácter falaz es evidenciado por la aplicación en Europa occidental, Japón y otras naciones desarrolladas, de manejos económicos gubernamentales que, sin apartarse de las reglas básicas del mercado, buscan el bienestar de la población y no sólo la salud de los centros financieros. Las declaraciones de Del Valle, en suma, deben ser entendidas, antes que como un análisis objetivo de la realidad económica nacional, como la posición del sector más beneficiado por las prácticas neoliberales: el de las finanzas y la especulación.