Como una consecuencia más del huracán Paulina, nuestra sociedad de capitalismo cada vez más desenfrenado, de incipiente democracia y tradicional clientelismo, ha mostrado nuevamente el cobre: las autoridades pudieron evitar la pérdida de vidas y no lo hicieron; los más afectados vivían en condiciones precarias, en terrenos no aptos para la construcción de viviendas, situación que las autoridades toleraron; los precios de productos básicos han subido enormemente en localidades aisladas; lucro privado con las despensas gratuitas; corrupción y compadrazgos en la distribución de los víveres; lucro político cuando al repartir algunas despensas se decía: ``acuérdense que el PRI sí cumple''.
La negativa presidencial a seguir repartiendo despensas ``porque se las clavan'' (La Jornada, 15/10/97), olvida que el afán de lucro es el valor central del modelo económico que predica. Suspender su reparto argumentando que ``muchos de los que se amontonan para recibir la ayuda en especie no son damnificados del huracán'', olvida que sí son, como diría Carlos Rojas, ``damnificados de la vida'', olvida que el huracán ha paralizado la economía de Acapulco, aumentando el desempleo y la pobreza. Así lo refleja el testimonio de una vendedora de paletas frente a una escuela en Acapulco: ``No tengo de qué vivir porque ahorita no hay clases, y no hay agua para hacer paletas'' (La Jornada, 15/10/97).
La semana pasada discutí el concepto de economía moral y lo asocié con los derechos humanos y la criminalidad. Volveré a esta asociación cuando pase la emergencia. La economía moral también se asocia con secuelas de emergencias como las de Paulina. Así, su creador, E. P. Thompson, usó el término por primera vez ``como un cuerpo de pensamiento que enseñaba la inmoralidad de lucrar en base a las necesidades de la gente''. En otro lugar señala que entiende ``por economía moral el conjunto de creencias, usos y formas asociadas con la comercialización de alimentos en tiempos de escasez, así como las exigencias de la multitud a las autoridades en tales crisis, y la indignación provocada por el lucro durante emergencias que ponían en peligro la vida, lo que le daba una carga `moral' a la protesta''.
Pero si ante el huracán nuestra sociedad ha mostrado el cobre, también ha mostrado el oro: lo mejor de sí. Decía la semana pasada que el concepto de economía moral nos hace ver que la responsabilidad moral por la vida de las personas es un hecho presente en todas las sociedades. Esta responsabilidad moral por la vida de los afectados por Paulina se ha manifestado en la sociedad civil, que espontáneamente ha organizado diversas formas de ayuda; en el Presidente de la República, que se ha mostrado más activo que nunca y que declaró que por primera vez había perdido el sueño; en el esfuerzo de algunos jóvenes brigadistas de Rescate Nacional que se han internado en la sierra para llevar alimentos, ante la ausencia inexplicable de helicópteros que hagan tal tarea.