La Jornada viernes 17 de octubre de 1997

JérɄme Bindé
Para una ética del futuro

Cinco años después de la Cumbre de la Tierra, de Río de Janeiro, su programa de acción, la Agenda 21, es esencialmente letra muerta. En junio pasado en Denver, y más tarde en Nueva York y en Bonn, las negociaciones sobre reducción de gas con efectos de invernadero fracasaron: ``Río más 5'' es ¡``Río menos 5''! Esta inercia internacional traiciona la miopía temporal de la época. ``Estamos embarcados sin freno ni visibilidad en la aventura del futuro'', señala Federico Mayor, director general de la Unesco. ``Sin embargo, cuando más corre un coche es cuando sus luces deben enfocar más lejos''. Mirar el mundo de cara al futuro es darse los medios para cumplir una misión ética decisiva de cara a las generaciones futuras. Porque si no actuamos a tiempo, nuestros hijos ya no tendrán tiempo de actuar: corren el riesgo de ser víctimas de procesos incontrolables (el crecimiento demográfico, el deterioro del medio ambiente, la pugna entre el Norte y el Sur, y en el seno mismo de las sociedades, la segregación social y urbana, el auge de la intolerancia, la erosión de la democracia y los imperios mafiosos).

Pero las sociedades humanas padecen un divorcio creciente entre la proyección hacia el futuro (cada vez más necesaria) y el proyecto (cada vez más ausente). Las sociedades humanas tienen problemas, especialmente en su relación con el tiempo. La globalización y el auge de las nuevas tecnologías imponen a las sociedades la tiranía del ``tiempo real'' y el horizonte insuperable del corto plazo: hegemonía de la lógica financiera y mediática, ajuste de las decisiones políticas al panorama de la siguiente elección, atribución de una gran importancia a lo humanitario al mismo tiempo que la ayuda al desarrollo disminuye.

Lejos de ser un mecanismo transitorio, la lógica de la urgencia se hace permanente y lleva a invertir a fondo perdido en el fracaso. Sin embargo, el desarrollo en el siglo XXI exigirá una visión y unas inversiones a largo plazo, a favor de la sanidad y de la educación para todos y a lo largo de toda la vida, a favor de la ciencia, de las tecnologías y de las infraestructuras. ¿Quién construirá el equivalente high-tech de la escuela de Jules Ferry?

Rehabilitar el largo plazo implica que los actores sociales y aquéllos que tienen poder de decisión dejen de ``ajustarse'' o de ``adaptarse''; implica que sean ellos quienes se anticipen y tomen las iniciativas. Porque el lapso entre la enunciación de una idea y su realización es por lo general muy largo. El fortalecimiento de la capacidad de anticipación y de prospectiva es, por lo tanto, una prioridad para los gobiernos, las organizaciones internacionales, las instituciones científicas, los actores sociales y el sector privado. La Unesco emprendió esta reforma durante los últimos años, a través de la creación de una Unidad de análisis y de previsión y del impulso a su programa de prospectiva. Pero rehabilitar el largo plazo también exige que se planteen los primeros elementos de una ética del futuro que, más allá del contrato social entre contemporáneos, amplíe la comunidad ética a los ciudadanos futuros. La Unesco emprendió dicha reflexión en una conferencia internacional que, por iniciativa de Cándido Mendes (presidente del Senior Board del Consejo Internacional de Ciencias Sociales) y de la Unidad de análisis de previsión de la Unesco, reunió en Río de Janeiro (2 al 4 de julio de 1997) a 30 científicos de alto nivel.

``La ética del futuro es una ética de campesino. Consiste en transmitir un patrimonio'', afirma Federico Mayor. Un patrimonio que ya no se limita a la piedras sino que integra el patrimonio inmaterial y simbólico, ético, ecológico y genético. Pero la edificación de una ética del siglo XXI exige la ``reforma del pensamiento'' que ha evocado Edgar Morín. La responsabilidad, que hasta el presente se limitaba a los actos pasados, debe orientarse hacia el futuro lejano, tal como lo sugiere Hans Jonas en Principe responsabilité, con el fin de preservar la vida, el planeta, la Ciudad, que son esencialmente frágiles y perecederos. El principio de precaución debe guiarnos: cualquier prospectiva es en realidad gestión de las consecuencias de nuestros actos, pero también gestión de lo imprevisible y de la incerteza, y por lo tanto, del riesgo.

``El quehacer propio del hombre político es el porvenir y la responsabilidad frente al porvenir'' (Max Weber). En este sentido, señala Paul Ricoeur, ``hay que resistirse a la seducción de las esperas puramente utópicas, que no pueden sino exasperar la acción. Sí, es necesario evitar la evasión del horizonte de espera; hay que acercarlo al presente a través de un escalonamiento de proyectos intermediarios a corto y mediano plazo''. ¿Puede entonces oponerse la solidaridad respecto a las generaciones actuales y la solidaridad respecto a las futuras generaciones? Si la indiferencia hacia los excluidos de hoy constituye una cara de la moneda, el olvido de las generaciones futuras constituye la otra. La ética del futuro no es la ética en el futuro... remitida ad calendas grecas! Es una ética del tiempo que rehabilita el futuro, pero también el presente y el pasado. Es una ética para el mañana, pero que debemos empezar a demostrar aquí y ahora. Como recuerda el poeta Otto René Castillo: ``Es bonito amar el mundo con los ojos de las generaciones futuras''.

* JérɄme Bindé es director de la Unidad de Análisis y de Previsión de la Unesco