José Blanco
Justo lo que nos faltaba

Justo habría comparecido ayer ante la Conferencia del Episcopado Mexicano, y entre el 27 y 31 de este mes habrá de explicarse ante la Asamblea General de la misma. La Secretaría de Gobernación, la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Procuraduría General de la República están obligadas a dar seguimiento puntual a las actuaciones de este recién llegado ``Girolamo'' corregido y aumentado.

Justo Mullor, representante ¿diplomático? de un Estado extranjero, ha comenzado a atentar contra la legalidad mexicana creyendo que puede hacerlo impunemente, en nombre del cristianismo.

Le bastaron unos cuantos días al nuncio para mostrarse como una mente ofuscada, autoritaria y oscurantista: no otra cosa se desprende de su referencia al Estado mexicano como ``totalitario'', caracterización que el nuncio desprende de los contenidos de la educación básica. No le auguramos una estancia ni buena ni prolongada en México.¶

Los mexicanos --católicos y no católicos-- somos hospitalarios pero también hipersensibles frente a quienes sin ser invitados se meten hasta nuestra cocina, como usted, señor Mullor, lo ha hecho. Tenga usted la prudencia de no volver a hacerlo.

Anote claramente que no lo hemos invitado a opinar acerca de cómo debemos educar a nuestros hijos, ni cómo deben ser nuestras instituciones. En este país, su Iglesia señor Mullor, está regida por una ley de cultos, y a ella debe usted atenerse. Al contrario, la Iglesia en este país no rige nada en el campo de lo civil ni de lo político. Si el desconocimiento de la ley mexicana a este respecto es parte de su ignorancia, la Secretaría de Gobernación debe ilustrarlo debidamente. Y si incurre usted en el pecado de porfía u obcecación, ha de invitarlo a hacer sus maletas y a marcharse, como ha debido hacerlo el embajador Perron por incurrir en las mismas faltas que usted ha comenzado a cometer.

Tenemos con la Iglesia otras cuentas pendientes. La PGR nunca puso las cosas en claro en el asunto de los tratos de Girolamo con narcotraficantes. Es de esperarse que un día esos tratos queden esclarecidos y que, además, esta vez ubique a la Iglesia en el espacio de la legalidad, y averigüe a fondo el asunto de las narcolimosnas a las que se refirió el señor Soto, miembro de su Iglesia señor Mullor, y proceda en consecuencia de sus hallazgos.

Diga usted lo que le venga en gana a su rebaño, pero no tiene el menor derecho a hacer crítica pública de nuestras instituciones. México es un Estado laico, aunque ello le reviente a usted el hígado. La mayoría de los mexicanos se ha pronunciado históricamente por una educación laica, racionalista, apoyada en el pensamiento científico, no en los dogmas que usted profesa. Puede usted enseñar sus dogmas y mitologías a su rebaño, pero ni usted ni nadie puede imponerlas a través de la educación pública.

El nuncio, se supone, posee una experiencia nula en materia de sexualidad. Probablemente por ello le aterrorizan las imágenes de lascivia que su propia mente crea al ver los ``dibujitos'' con que los libros escolares buscan aproximar a los niños al mundo natural de la sexualidad. ¡Que los borren!, ¡que nadie los vea!, exclama. No hay necesidad de tal autoritarismo. La gazmoñería oscurantista tiene derecho a ser satisfecha en sus aversiones y fobias y, si gusta, esconder la cabeza como avestruz, pero quien no haya llenado de telarañas su cabeza, puede aproximarse al rico sentido de lo sexual con la libertad propia de lo natural.

Dijo el nuncio de marras: ``hay una lucha entre quienes quieren hacer la moral del hombre para el hombre y quienes predicamos una moral de Dios para el hombre''. Llamó a la primera una moral ``inventada''. Nunca he visto tal campo de batalla. Hay sí, en efecto, quienes pensamos en la necesidad de una renovación moral de la sociedad humana, necesariamente inventada por el hombre para el hombre, pero no tenemos la pretensión de imponérsela a quienes prefieren seguir al Dios también inventado por los hombres, al que la Iglesia ha asociado una moral culpabilizante que pretende ser universalmente obligatoria, es decir, totalitaria. Ni modo señor Mullor, ésta última sólo es para usted y su rebaño. Su protagonismo, su ``emoción'' y su voz altisonante son, para fortuna de la civilización que los hombres algún día construiremos, enteramente estériles frente a la pluralidad irreversible del mundo.