Rodrigo Morales M.
Refrendar la confianza

El IFE exhibió en su más reciente sesión de Consejo General una de las crisis más gratuitas o incomprensibles que uno se pueda imaginar. Es difícil de entender cómo un organismo que mediante un proceso electoral confiable pudo acumular uno de los activos institucionales más solventes del país se desgrane tan intensamente en luchas intestinas. Lo más por lo menos. No es fácil acompañar la sangría. Cómo entender esa dinámica que dilapida activos, que procura acentuar diferencias, finalmente que disminuye la confianza institucional cosechada. Pareciera que nadie está a la altura de las circunstancias.

Por lo pronto, en la sesión de Consejo General hubo novedades inquietantes. El surgimiento de un bloque de consejeros en un órgano colegiado, bloque que procesa sus acuerdos haciendo caso omiso de la opinión de los demás, apostando a su ventaja numérica, es sin duda una mala noticia. La radiografía que se publicó en el Consejo sobre la situación interna del IFE es ominosa.

En la superficie de la contienda lo que parece es una rebatiña por el poder; el problema es que no se dice qué se quiere hacer con ese poder. El bloque propone, o exige, una evaluación del desempeño del secretario Ejecutivo del IFE, pero no advierte sobre cuáles serán los criterios a emplear en dicha evaluación, y los anticipados por la prensa apelan a tal superficialidad que más vale no tomarlos demasiado en serio (pasado político, alianzas inconfesables, tradición administrativa, etcétera). Nunca se informó sobre el fondo del problema. Nunca se pudo conjugar la contundencia del 6 de julio con la necesidad de revisión o refundación institucional.

Así, el ambiente interno se contaminó de tal manera que las innmerables filtraciones de prensa terminaron por sugerir que tras la solicitud de evaluación lo que realmente existía era un juicio sumario, y que lo que se pretendía era la destitución del funcionario. El punto es que nunca se colocaron los alegatos de fondo. Así con relativa facilidad se arribó a una situación que parece eternizar el callejón sin salida: si el bloque consigue destituir al secretario habrá triunfado; si el presidente logra sostenerlo, habrá derrotado al bloque. Todo ello, por supuesto, sin que los criterios de la evaluación hayan hecho acto de aparición. Si nos conformamos con los datos que nos entregan los pronunciamientos públicos, no será difícil declarar que el IFE ha producido una crisis tan gratuita como insalvable. Todos suben las apuestas al grado que tras la escalada del conflicto la única salida posible es que los adversarios se tornen enemigos, y que la sobrevivencia de una de las partes implique la eliminación de la otra.

Empero en el fondo de la contienda parece haber dos elementos a considerar para tratar de situar el problema. Uno, que sin duda contribuiría a que internamente se ponderen de mejor manera los alcances de los diferendos, es aquél que tiene que ver no sólo con la necesidad de que los funcionarios del Instituto rindan cuentas para actualizar ante sus superiores la confianza depositada (propósito que parece animar los alegatos del bloque), sino se refiere sobre todo a que el cuerpo directivo, quienes hoy integran el consejo general, y que hace un año fueron designados por el congreso para ocupar los cargos que ostentan por seis años más, deban refrendar cotidianamente ante los partidos que siguen beneficiándose de la confianza de éstos. No se trata de perpetuar reformas, simplemente de refrendar confianzas. Si la crisis del IFE transita por una espiral sin fin hacia el conflicto, parece tan inevitable como doloroso que la única salida política posible sea volver a imaginar un cuerpo que goce de la confianza de todos los actores políticos.

El otro elemento de fondo que puede contribuir a desmontar la escalada interna, es enfrentar la discusión que explica muchas de las diferencias entre quienes integran el Instituto, esto es, debatir y resolver las facultades y atribuciones de los diversos órganos de dirección del IFE. En efecto, el Cofipe ha admitido muchas (demasiadas) interpretaciones sobre los equilibrios internos, y ha dado pie a muchos de los desacuerdos entre diversas instancias de dirección del Instituto. Las tensiones parecen haber llegado a un punto límite. Acaso un camino sea recuperar la confianza interna por la vía de hacer explícito lo obvio; desgranar a detalle el diseño institucional de manera que todos los actores, tanto internos como externos puedan refrendar la confianza que el IFE conquistó el 6 de julio, y que tanto arriesgó en la última sesión del Consejo General.