Sin darme cuenta ya estaba inmerso en él, me circundaba, penetraba por cada uno de mis poros, ensanchaba mis pulmones en cada inspiración y al fin, generoso y brillante, conquistando mi mente conquistó mi corazón. Tras el desconcierto y contrariedad iniciales sólo supe del júbilo. Sin proponérselo nadie, antes bien evitándolo todo mundo y más que nada como una singularidad en la función continua de la vida cotidiana, un hoyo negro en la trama del día, cayó de pronto un inesperado, bienvenido y tal vez incomprensible tiempo muerto.
Es un asunto de circunstancias, la fortuita conjunción de las circunstancias. Puede ser que la máquina se estropeó y no hay nada qué hacer por hoy o se fue la luz y uno no tiene ni pizca de sueño o la espera ya se pasó y uno cae en concienciencia de que no vendrá la persona; a lo mejor uno se quedó sin chamba y mientras busca. Temible para los muchos por la simple sobrevivencia, aborrecido por otros por la simple ganancia, recibido por algunos como bendición, nunca se sabe cuánto durará el tiempo muerto y por eso más vale tomarlo al vuelo antes de que reviva.
Lo que tiene el tiempo muerto es sobre todo que le pertenece a uno. Si a la ciencia pertenecen los nanosegundos y los miles de millones de años y a la Iglesia o cualquier religión la eternidad; si la literatura reclama el tiempo con igual fuerza y lo mismo la historia con sus ciclos, el derecho con sus veredictos y condenas, la industria con sus sirenas y relojes checadores, los medios electrónicos con sus horarios doble A y las computadoras con su tiempo en megahercios; si además el tiempo doméstico y el tiempo mítico exigen su tajada y el cumpleaños propio y de los hijos, los tiempos políticos y los tiempos burocráticos, tiempos de entrega y citatorios a destiempo; si en ese frenesí de tiempos que todos se adjudican ha de transcurrir forzosamente la existencia, entonces eso sí: el tiempo muerto es de uno y de nadie más, es el tiempo que no transcurre o no tiene por qué hacerlo, el que nos llama al ocio verdadero y a la creatividad sin cortapisas, a fumar un cigarro sin prisa, a sólo ver el techo. Tiempo muerto: ése que sin darme cuenta ya se fue.