En su calidad de Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), el doctor Jaime Martuscelli ha convocado ``A la comunidad científica y tecnológica nacional, a los directivos de las instituciones de educación superior y de investigación científica y tecnológica, a expresar su opinión sobre el Sistema Nacional de Investigadores...''. Martuscelli da muestras de sensibilidad alerta, de inteligencia y de valentía. Supongo qeu estos atributos deben ser extendidos a Carlos Bazdresch, director general del Conacyt. La convocatoria es digna de encomio, pero...
En las consideraciones que dan pie a la convocatoria se dice que ésta se hace ``...con el propósito de evaluar el cumplimiento de los objetivos del Sistema...''. Y es aquí donde yo encuentro que la puerca toricó el rabo, pues no me queda nada claro cuáles son esos objetivos. Quizá nunca han estado claros. Según el decir de gente enterada, el SNI fue creado con ojo previsor ante la debacle que ya empezaba hace catorce o quince años, y que barruntaba un posible éxodo masivo de investigadores en busca de mejores pastos. El SNI creado para compensar el galopante deterioro salarial. Hubiera sido más sencillo darnos un salario digno --que se reflejaría además en las pensiones de jubilación-- pero esta medida habría sentado un peligroso precedente para la política de privilegiar la acumulación de capital a costa del trabajo. Es posible que se creyese de maneara sincera que potegiendo al investigador, la ciencia y la técnica progresarían necesaria y automáticamente. Pero los investigadores sólo somos una parte del sistema. Ciertamente, una parte indispensable, pero hay otras que también lo son. Los más fervientes creyentes de que investigadores y ciencia somos una y la misma cosa, somos nosotros mismos. Es natural. Constituimos un país que se cuenta entre los de mayor retraso educativo. Habiendo crecido en este ambiente, los investigadores constituimos una élite en la que es común la sensación de superioridad, que a veces se exhibe sin rodeos, y que en algunos casos desciende hasta el más patético de los narcicismos. Por ello se explica la facilidad con la que nuestra subdesarrollada ``comunidad'' científica aceptó el termino ``de excelencia'' que nos endilgó el ``nuevo Conacyt'' de Fausto Alzati para darnos y darse coba, y ensalzar lo que en el medio académico debería ser tenido por ordinario. Claro que dentro de la élite hay otras ``más excelentes'', o sujetos que así se conciben a si mismos subidos en su pedestal curricular. Es natural. Como en toda democracia, todos somos iguales, pero hay unos que son más iguales que otros. Me temo que las opiniones de algunas personalidades ``de excelencia'' son las que han predominado. Deben ser escuchados, desde luego, pero esperemos que el SNI también atienda a otras voces, experiencias y puntos de vista.
Cuando estaba por crearse el dichoso Sistema, también se solicitó la opinión de la ``comunidad''. Si no recuerdo mal lo que entonces me comentó el doctor Salvador Malo, es que se recibieron alrededor de 2 mil 500 opiniones individuales, pero sólo una de un cuerpo colegiado: la Sociedad Mexicana de Ciencias Fisiológicas (SMCF), a la que pertenezco, y de ello me honro. Señalamos en aquella ocasión la necesidad de atender más a lo que viene que a lo que ya está. Puede ser que la actual mesa directiva de la SMCF nos convoque como se hizo entonces para recoger y sintetizar nuestras comunes opiniones, y hacérlas saber al secretario ejecutivo del SNI. Bueno sería que otras sociedades o cualquier otra forma de cuerpo colegiado así lo hiciesen también.
La ciencia mexicana tuvo un desarrollo verdaderamente extraordinario de los años cuarenta a los sesenta. De ello hay numerosas evidencias.
El desarrollo se detuvo y hoy declinamos, lo que puede ser documentado. A título de hipótesis, sostengo que el cambio de pendientes de una positiva a otra negativa (en relación al crecimiento de la población general), se debe a un presupuesto flaco y, sobre todo, a una visión política miope y errónea. En el periodo de florecimiento hubo una gran inversión en infraestructura, pero como ésta no se refleja de inmediato en cifras halagadoras para los creyentes de la nueva religión (la macroeconomía neoliberal), poco caso le hicieron después a la ciencia y a la educación nuestras faraónicas autoridades. La inversion estatal es escualida y esta mal dirigida o usa pocos canales. Muchas parcelas están en sequía. En todo caso, parece que a los gobiernos sólo les preocupa el mantener tranquilos a los investigadores (¡no hagan olas!)... o a algunos de ellos.
El SNI-Conacyt se desembaraza de buena parte de su responsabilidad y la deposita en lo más distinguido de la comunidad. ``Es una comunidad pensante'' me dijo un día don Carlos Bazdresch. Por supuesto que lo es, pero por más distinguido que sea un investigador, y por más bien que piense dentro de su disciplina, ello no garantiza que tenga una buena hipótesis sobre la política que ha de seguir el país en cuestiones de ciencia, técnica y educación. Los investigadores, como cualquier persona, somos afectos a una u otra ideología, seamos o no concientes de ello, y ¡oh paradoja! la ideología social de un científico puede ser muy, pero que muy conservadora. Y si creemos no tener ideología, pues tanto peor. Huérfanos de ideología creen ser los chicos macroeconomistas y monetaristas de hoy, devotos sin embargo de San Milton Friedman y su iglesia de Chicago.
Termino con una solicitud al doctor Martuscelli: que escoja un comité verdaderamente adecuado y representativo para tamizar, clasificar, analizar y jerarquizar las opiniones que recibe.
En un artículo anterior escribí que el Conacyt apenas recibe el 0.06 por ciento (seis centésimas porcentuales) del PIB, pero en el artículo impreso apareció 0.6 por ciento (seis décimos).