La Jornada Semanal, 12 de octubre de 1997
Guadalupe Sánchez Nettel nació en la ciudad de México en 1973. Es traductora del francés y este año publicará su primer volumen de relatos en la editorial Aldus.
Al leer a los escritores que más admiramos, resurge siempre el impulso incontenible que lleva al niño a destruir el reloj de la sala para ver de cerca el mecanismo. Pocas veces el lector se conforma con la belleza del misterio, de lo inaprehensible, quiere encontrar el gato detrás de la sonrisa, quiere saber. Entrar al cuarto de máquinas en la obra de autores como Georges Perec, donde el lenguaje corre suelto por los estantes como un reptil escurridizo, donde los objetos cobran vida de tanto describirlos y se adueñan de los personajes, es un acto temerario.
Durante mucho tiempo, Perec se ganó la vida haciendo crucigramas bastante fuera de lo común, se dedicó a elaborar definiciones horizontales y verticales llenas de pistas falsas y juegos de palabras, es decir, a construir trampas, una de las tareas favoritas del Oulipo. Perec, primer discípulo de Raymond Queneau, a quien dedica La vida instrucciones de uso, su opera magna, perteneció a este grupo y fue uno de sus grandes pilares. Varias de las mejores novelas de nuestro siglo, como Las flores azules o Si una noche de invierno un viajero, están basadas en las consignas de ese conjunto de escritores que consiguió de las palabras una maleabilidad capaz de crear palíndromas de doscientos vocablos. El Oulipo, que bien podría llamarse ``El club de la paradoja'', tiene una máxima, basada, como es de esperar, en una contradicción: la mejor manera de expresarse con libertad es el impedimento.
La palabra ``contrainte'' adoptada por el grupo para dar nombre a las reglas que ellos mismos se imponían -casi siempre apoyadas en esquemas matemáticos- significa en francés una norma fastidiosa, una obligación o un impedimento. Es extraño, entonces, que alguien lo utilice como incentivo. Recordemos que Francia es la madre de muchísimos perversos y que la perversidad es una manera más de atizar la inteligencia. Las normas oulipoianas son innumerables; casi todas radican en principios matemáticos, como combinaciones de números y letras que, aplicadas a los textos literarios, se transforman en personajes y objetos. Así, tenemos figuras como el bicuadrado latino, el lipograma -en el que se basó îscar de la Borbolla para hacer sus Vocales malditas-, supresiones de una letra en novelas enteras, estructuras de crucigrama.
Al principio resulta difícil imaginar cómo se puede escribir tras este tipo de rejas, pero el recurso del impedimento, según quienes lo aplican -y aquí encontramos otra paradoja-, enjaula al escritor para darle libertad a lo que escribe: la atención que se necesita para escribir bajo estos impedimentos no deja espacio a las autocensuras y modelos aprendidos de lo que se debe decir y lo que no. Esta cualidad le es útil sobre todo a quienes se interesan en el género de la autobiografía, donde más trabajo cuesta respetar cierta objetividad. La autobiografía sin impedimentos aparentes, dice Philippe Lejeune, tiene muchos más límites reales. Si en los talleres literarios de Francia suele darse el consejo de abandonar cualquier intento de autobiografía, es quizá porque sólo una autobiografía donde impera la ficción podría proporcionar, por vías oblicuas, lo indecible, lo insoportable: la estrategia de lo indirecto.
Escribir bajo la luz de la paradoja es tal vez la característica más original en el libro de Perec W ou le souvenir d'enfance, que lo haría entrar en la celebridad y donde, desde el segundo capítulo, el autor afirma que no tiene ningún recuerdo de infancia. Se trata de una autobiografía escrita al rededor de un olvido, de un no recuerdo.
Es comprensible que alguien con una historia tan dura como la suya -deportación y muerte de los padres en la segunda guerra mundial- y tan aficionado al psicoanálisis, tome como eje de su literatura la autobiografía, ya sea ficticia o no. En varias de las reglas que Perec escoge para escribir se reconocen coincidencias que serían auténticos manjares para los psicoanalistas. Una de sus más famosas novelas hace desaparecer a la vocal ``e'', la única en el apellido del autor pero también la letra más utilizada en el idioma francés y que escrita de otra manera -eux- significa ``ellos''. Por cierto, el título de la novela es La disparition (La desaparición).
Sin embargo, la búsqueda de la historia personal, de los orígenes de las cicatrices infantiles, deja de ser la consigna principal en la obra de este autor y se ve reemplazada por un rasgo común para muchos escritores oulipoianos: la referencia a la literatura, tomada como otra historia personal, donde la familia es un poco más amplia y está dispersa en el mundo entero. Escribir novelas que hablaran de literatura fue una tarea que compartieron Queneau, Calvino, Perec y Cortázar, quien sin ser un miembro formal, estuvo muy cerca del grupo (Aurora Bernárdez tradujo, mientras era su mujer, Las ciudades invisibles y Las propuestas para el último milenio). Esta intención es muy evidente en La vida instrucciones de uso, donde hace referencia a Rulfo, a Kafka, a Verne y a muchos otros escritores, pero sobre todo en 53 días , que según Perec sería la obra maestra oulipoiana; la muerte prematura del autor nos impidió confirmarlo. Basta asomarse a las tres libretas que explican la pretenciosa estructura de esta novela inconclusa para sentirse mareado; las referencias literarias son innumerables, y la historia misma tiene por andamio principal una frase de Stendhal: ``Una novela es un espejo arrastrado a lo largo de un camino.'' Por si fuera poco, la trama de la novela tiene forma de espejo; todo ahí, incluidos el detective y el narrador, es el reflejo de otra cosa.
Si revisamos lo que Perec escribió acerca de su obra, ya sea para conducir a su lector -como ``Notas sobre lo que busco''- o para guiarse a sí mismo -como sus múltiples bitácoras-, nos damos cuenta de que sus novelas, sus poemas, incluso sus crucigramas son mucho más pensados de lo que podría creerse. La prosa de Perec está llena de recovecos, de alusiones sutiles, de guiños para el bibliómano. Su literatura siempre está dirigida a un lector ideal, a la mujer de la tumbona para quien escribe Silas Flannery, pero sin explicar nada; como si Perec nos dijera que la comprensión del público depende de él mismo y no del autor. Esta tendencia a la racionalidad, a planear las cosas mil veces y disfrutar tal vez más de la antelación que llevar a cabo los proyectos, son rasgos comunes entre Perec y sus personajes: Bartlebooth, en La vida instrucciones de uso, investiga durante meses en atlas y revistas antes de salir a pintar como un bólido sus quinientas marinas, sus espejos arrastrados a lo largo de los puertos.
Así, además de él y sus textos, el primer destinatario de los impedimentos perequianos es el lector. También él se ve enredado en esta literatura del impedimento. Leer esos textos donde todo depende de las series, la polisemia, los juegos de sonoridad, la combinatoria y las supresiones de letras, implica un esfuerzo suplementario, un trabajo doble de desciframiento; se lee de manera activa o no se lee. En la obra de Perec, a diferencia de en Si una noche de invierno un viajero, la participación del lector no consiste en ser personaje sino en desempeñar su papel desde su lugar y con absoluta conciencia, es decir, en ser lector más que nunca.