Jorge Camil
El fantasma de Vichy

Esta semana reapareció el fantasma de Vichy en la figura de Maurice Papon, un camaleón político que fue secretario de la prefectura de Burdeos en el gobierno de Vichy del mariscal Pétain, jefe de policía de París en la Francia liberada con De Gaulle y ministro del presupuesto de Giscard. Con esa habilidad que sólo tienen los políticos, Papon fue simultáneamente colaborador de los nazis y miembro de la resistencia. Sin embargo, en 1981, en la cúspide de su carrera política, Le Canard Enchaine reveló su verdadera personalidad detrás de las máscaras: el hombre que deportó a mil 560 judíos a los campos de la muerte. Fue formalmente acusado en 1981, pero por tecnicismos legales (o tal vez renuencia a regresar al pasado) el juicio, que promete ser un escándalo político, se inició este 8 de octubre cuando Papon se entregó a las autoridades de la prefectura donde inició su carrera política en 1940. Su conciencia está tranquila. Recientemente declaró que ``no puede haber crisis de conciencia cuando se cumplen órdenes del gobierno''; palabras inaceptables en boca de un abogado amante de la música clásica, autor de obras de teatro y recopilaciones de pensamientos filosóficos.

Como si se tratara de un encantamiento, a 50 años del Holocausto empezaron a correrse los velos de todos los misterios. Israel Singer, un rabino profesor de ciencias políticas de Nueva York, descubrió recientemente los secretos del ``oro nazi'' depositado en la inexpugnable aunque acomodaticia banca suiza, al leer una novela de suspenso que lo condujo a la biografía de Allen Dulles. Robert Badinter, el brillante abogado socialista, confidente y consejero del presidente Mitterrand, publicó hace unos días un magistral libro que revela la verdad histórica sobre las infames ``Leyes Judías'' promulgadas por el gobierno de Vichy. Con elegancia e inteligencia, Badinter borda una trama de intriga e hipocrecía para demostrar que las ``Leyes Judías'', que prohibieron la participación de los judíos en los altos puestos del gobierno y en las fuerzas armadas, y posteriormente limitaron severamente su participación en el ejercicio de las profesiones liberales, no fueron forzadas por el invasor alemán, sino diseñadas y ejecutadas con eficiencia prusiana por asesores del gobierno de Pétain. Finalmente, Marc Olivier Baruch, un joven historiador francés, reveló con asombro la semana pasada, al presentar un explosivo libro sobre el gobierno de Vichy, la increíble velocidad con la cual los más altos funcionarios del gobierno francés, ``formados en la escuela de los valores republicanos'', aceptaron servir con mansedumbre y eficiencia a un Estado autoritario de extrema derecha que desde sus inicios, sin que lo exigiera el invasor, violó sistemáticamente las libertades fundamentales.

Las revelaciones de Baruch y Badinter echan por tierra la teoría de que la colaboración de Vichy fue solamente un ``escudo'' para controlar la furia de la Wehrmacht. Sin embargo, los tentáculos del fantasma de Vichy rebasan las fronteras de Francia para adentrarse en otros países. En la España de Franco, el colaborador de Adolfo Hitler. En las bóvedas de los bancos suizos, que guardaban simultáneamente el tesoro de los nazis y los ahorros de miles de judíos que escapaban de la guerra (hoy, esos bancos están litigando con 12 mil sobrevivientes del Holocausto para quedarse con ambos tesoros). En el Vaticano, que esta semana ofreció una misa para pedir perdón a los judíos por el silencio de la iglesia durante las persecuciones antisemitas de Vichy. Y, finalmente, en Mónaco, donde el abuelo del príncipe Rainier salió de la bancarrota lavando dinero de los nazis y creando un paraíso fiscal en el cual el juego y la constitución de ``empresas de papel'' se convirtieron en una industria nacional.

Papon es el más alto funcionario francés enjuiciado por crímenes de guerra. ¿Terminarán con él las sospechas de antisemitismo que pesan sobre el pueblo francés? Todo tiene el color del cristal con que se mira: Para Alain-Gérard Slama, Vichy comparte una responsabilidad histórica ``imprescriptible'' por la muerte de 80 mil judíos, pero los 250 mil restantes se salvaron gracias al apoyo de un pueblo ``impregnado de valores humanistas y cristianos''.