Se inconformarán con el peritaje a las ropas halladas en el Ajusco
Blanche Petrich Ť Los destinos de Román Morales Acevedo, Carlos Alberto López Inés y Angel Leal se cruzaron en la esquina de Doctor Andrade y Doctor Morones Prieto, más conocida como Eje 3. No eran amigos, sólo conocidos. Pero además de ser nativos de la colonia Doctores tenían otra característica en común: los tres trabajaban para sostener a sus familias. ``Este miércoles ya va a ser un mes de que se los llevaron. Con todos sus amaneceres y anocheceres'', dice María de la Luz Leal, madre de Angel.
En esa esquina, justo donde hay una caseta de lámina que expende helados, se detuvo el camión gris, la tarde del 8 de septiembre. Era un ex ruta 100 que transportaba personal de la policía capitalina, todavía no se sabe si Zorros o Jaguares. Los testigos cuentan que desde un carro Crown Victoria negro aventaron un botellazo contra el camión. El vehículo se detuvo y una veintena de agentes saltaron a la calle disparando. La gente que caminaba por esa calle corrió. Pero en la esquina donde está el puesto de helados se quedaron clavados por la curiosidad Román, Carlos y Angel. A los tres los policías los subieron al camión. Este dio una violenta vuelta en u y aceleró en sentido contrario tras el carro negro. Después, mientras refuerzos en motocicleta completaban la persecución y provocaban la segunda balacera, con un saldo de dos muertos y otras tres ejecuciones extrajudiciales, a unas cuadras de ahí --Doctor Barajas Lozano y Doctor Andrade-- el camión enfiló hacia el Eje Central y de ahí arrancó y se perdió por Doctor Solís Quiroga hacia el Viaducto.
Carmen, Vicky y Lucha
Ellas tres no se conocían. Se vieron por primera vez en la barandilla de la 50 agencia del Ministerio Público, a donde llevan a los detenidos en las redadas y los operativos. En la televisión habían dicho que ahí se encontraban sus hijos declarando. Al día siguiente, ya con el hallazgo de Tláhuac, trabaron relación. Ahora pasan la mayor parte del tiempo juntas, metidas en trámites y más trámites. Siempre se citan en el mismo lugar: la heladería en Doctor Andrade y el Eje 3.
De Román, Carlos y Angel no se supo nada más hasta que sus ropas --y restos humanos incompletos, en estudio para determinar su identidad-- fueron encontrados el lunes 29 de septiembre en un paraje del Ajusco.
Carmen Acevedo viuda de Morales saca su anafre al zaguán para vender quesadillas. La diabetes le da un tono de tierra a su piel. María Victoria Inés de López atiende la agonía de su esposo. Sus hijos menores la relevan mientras ella dedica sus horas a alimentar una investigación judicial llena de obstáculos. María de la Luz Leal Alonso, que lava trastes en el mercado del barrio, albergó una esperanza a la vista del pantalón de mezclilla con un pants debajo. Angel tenía dos pants. Si hallaba los dos en el cajón, no era él. Buscó y sólo encontró uno.
En la puerta de la casa de su hermana, donde vive arrimada con sus demás hijos, se despinta un pequeño cartel: ``Muertos y desaparecidos. ¿Dónde están? ¿Y si fuera tu hijo.....?''
Pero la ropa no son los hijos y ellas se aferran hasta la última brizna de esperanza, mientras la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal da el veredicto final, la prueba del ADN. Sea como sea ellas se inconformarán con el peritaje. Se inconformarán con todo lo que no logre explicarles el golpe que quebró sus vidas el 8 de septiembre.
Un día como tantos
Ese lunes fue un día de trabajo como tantos, de atracos y balaceras como muchos otros en el rumbo, de amenaza de operativos policiacos como se ha hecho costumbre.
Angel no trabajó ese día. Tenía 24 años. Era mil usos. Para una de sus chambas alquilaba un carrito de basura de una bodega donde vive su abuela en el Eje Central y recogía desperdicios de los restaurantes y fondas del barrio. Otra era guiar comensales a los negocios de Garibaldi a cambio de una comisión. A veces se empleaba de mesero. Ese día se le antojó un helado, le pidió unos pesos a su mamá y cruzó la calle.
Román se despidió temprano de su niñita de un año. Ocho días antes le había organizado su fiesta de bautizo. Se puso su ropa de trabajo y cruzó la frontera --el Eje 3-- que divide la Doctores de la Buenos Aires. En la calle Bolaños Cacho está el taller Limpiadores López. Ahí trabaja desde que estaba en primero de secundaria, hace 10 años. El oficio de mecánico le viene de su padre, ya difunto. Poco antes de las cinco de la tarde su patrón, don Luis, lo mandó a otro taller --del lado de la Doctores-- por un elevador que necesitaba. Ya iba de regreso con la refacción en la mano. Antes de cruzar se le atravesó el camión gris.
Carlos se desayunó un licuado de nuez antes de salir de su casa, en una unidad del Infonavit Iztacalco. ``Mamá chulísima'', le dijo de despedida a su mamá. El atendía el negocio de su papá, Casa López, ahora postrado por un cáncer terminal. María Victoria de Inés le habló poco antes de las cinco para saludarlo. Le dijo que iba por unas piezas que requería un cliente al negocio de su tío Claudio y que al llegar le devolvería la llamada. No se sabe si iba de ida o vuelta cuando se detuvo a ver el episodio de la balacera en la esquina de los helados.
A los tres se los llevó el camión gris. La dueña del puesto de los helados es, quizá, la testigo ocular que estuvo en mejor posición para identificar a los policías que se los llevaron. Pero no quiere declarar. Hasta ayer, casi nadie quería declarar, ni ante la Comisión de Derechos Humanos del DF y mucho menos ante el Ministerio Público. Este martes los visitadores Arturo Galvez, Guadalupe Chavira y Rosa González tuvieron mejor suerte. El Toronto, El Mere, doña Angela --la pancera-- y una veintena más de talacheros, vecinos y dueños de negocios de refacciones que hace un mes estuvieron en la esquina Eje 3 y Doctor Andrade, accedieron a prestar su testimonio. Pero Galvez se desespera. No es suficiente. Se necesita de testigos oculares que se atrevan a identificar a quienes subieron al camión a los tres jóvenes para determinar si los Jaguares ya consignados son o no los responsables. Sólo uno de los entrevistados afirma contundente poder hacer esa identificación. A él ya no lo dejan caminar solo por la colonia.
Cuando se va la camioneta de los visitadores de la CDHDF dice Lucha: ``apenas ahoy empieza la investigación''. Las tres madres se refugian en la Casa López, donde refulge la colección de Power Rangers y Dragon Boy de Carlos Alberto. Su mamá saca sus calificaciones de secundaria y prepa, la carta de pagador de impuestos cumplido que le envió Hacienda, sus fotos. Doña Carmen cuenta de la pecera de Román, de cómo solo se tomó dos cervecitas el día del bautizo de su hija. Y Lucha relata cómo Angel fue un segundo padre de sus hermanos cuando los abandonó su marido. Perfiles muy maternales: ``eran muchachos limpios, sin vicios, trabajadores, sin antecedentes penales. Pero aunque no hubieran sido, aunque hubieran sido rateros, viciosos, vagos. ¿Con qué derecho?'' Las tres lloran.