Luis Linares Zatapa
Reflejos democráticos

La transición democrática en México pasa, hoy en día, por el esfuerzo de la sociedad para normalizar prácticas y perfeccionar los organismos derivados de los ordenamientos que ha creado recientemente. También exige la continua correspondencia entre el discurso partidista y el de la autoridad constituida con los intereses y las ambiciones ciudadanas. Esto implica la búsqueda implacable de la comprensión y apoyo colectivo como el factor determinante para la renovación y la continuidad de los programas y formas de gobierno.

Más que privilegiar las modificaciones faltantes de llevar a cabo para finiquitar el anterior régimen en mucho injusto, excluyente y autoritario, lo urgente es asimilar, en la vida cotidiana, lo que se ha caminado en la transformación del país. Ello no implica cerrarse al empuje por visualizar cambios adicionales que completen la dilatada transición (reforma del Estado), sino que se priorice el hacer funcional lo que ya se ha cambiado en modos y normas. El deterioro experimentado por la población durante la sucesión de las demoledoras crisis sufridas, es un detonador permanente que impele a buscar la eficiencia y probar las bondades del actuar por rumbos plurales, abiertos, inéditos. Pero tampoco es sólo trillar el camino escogido como sustituto sino hacerlo suficientemente ancho para que pueda dar cabida a los nuevos actores que por él quieran andar y gritar.

La reforma electoral, aunque incompleta, lleva por ahora un cúmulo de energía suficiente para derrumbar mitos, evidenciar mecanismos obsoletos y afectar creencias que actuaban como sostenes del régimen que caracterizó, durante largo tiempo, la naturaleza de la vida pública mexicana.

El dictamen de las urnas fue inconfundible. Nadie tiene el mandato para concebir y conducir, en solitario, los asuntos públicos. El modelo de gobierno y las mismas formas de accionarlo fueron puestos al refrendo de los electores y quedaron en entredicho. Ahora ambos factores tienen que aceptar modificaciones tan profundas como los seis millones de votos extraviados por el oficialismo. La concertación entonces se impone como indispensable cimiento de las decisiones que han alterado lo conocido y van forjando la nueva actualidad de la nación.

La disputa entablada para aprobar el presupuesto federal agrupa una serie de aspectos que son cruciales para la transición. Y lo son en varios sentidos, cada uno de ellos crítico y ejemplar para normalizar la democracia en cuanto cauce para la participación en los asuntos de todos. El primero porque de los montos y destino de los recursos dependerán las visiones, calidades y contenidos que se intentan introducir al modelo. Otro ángulo lo definirá, precisamente, el número adicional y las características de los mismos actores que participen en el proceso. Hoy, los presidentes municipales (PAN) quieren aumentar las participaciones que les sean asignadas. Los sindicatos independientes desean imprimir su menospreciado sello en las pensiones y los salarios. Los diputados de oposición, hoy mayoría actuante, además de conducir las discusiones, tendrán un peso determinante en todos los aspectos siempre pendientes y no sólo quedar confinados y atender aquellos puntos sobrantes o marginales. Los indios ya han lanzado desde ultimátums hasta advertencias de que nunca más haya un México sin ellos. La crítica ciudadana, la academia y demás grupos de investigadores han ido difundiendo sus hallazgos para asentar mejor la racionalidad de las propuestas y clarificar las pretensiones de los cambios avanzados. Con seguridad otros actores irán surgiendo y difundirán sus intereses para que sean tomados en cuenta. De ello trata, precisamente, la democracia como una forma de vida, según reza la Constitución.

La intención de autoridades y oposición por dar seguridades de que el presupuesto será aprobado en tiempo, de que hay lugar para el acuerdo y que se actúa con serenidad y conocimiento como garantía de responsabilidad para su elaboración, se entiende pero no es suficiente. Hay que hacer un esfuerzo adicional de transparencia para que la ciudadanía comprenda, con detalle suficiente, los vericuetos, sentido y consecuencias de los consensos y los disensos. En el transcurso de la puja por el presupuesto, los reflejos democráticos, tan endebles y raros en la cultura ciudadana, habrán de ser fortalecidos para consolidar la transición. Hacer asequibles las formas y los contenidos de la discusión entablada para que reciban soporte y talento adicional parece, por ahora, lo sabio. Las modificaciones faltantes, que son muchas, podrán venir después.