Contrariamente a lo que proclama Estados Unidos, probablemente nada haya conspirado más contra la democracia en Cuba que su hostilidad contra la Revolución.
A esa situación se refería recientemente en estas páginas el escritor Carlos Fuentes cuando afirmó, decepcionado por la ejecutoría del gobierno de Clinton --la cita no es textual--, que en la Isla no habrá cambios mientras Estados Unidos continué con su actual política.
En la construcción de un nuevo modelo, empero, que permita a la Revolución Cubana rebasar la crisis y tomar un nuevo aliento, habría dos cuestiones meridianas a instrumentar: la democracia participativa y el despliegue del pensamiento crítico, fundamentos de la recomposición del consenso y de una mayor capacidad negociadora en el mundo.
No se trata de la promoción del pluripartidismo, lujo que Cuba no puede permitirse en tanto subsista el virtual estado de guerra no declarada por parte de Estados Unidos.
Ha habido una saludable apertura en religión, que incluye el eventual derecho de los fieles a ingresar en el Partido Comunista y ha propiciado la restauración del diálogo con una jerarquía católica, conciliadora en vísperas de la visita de Juan Pablo II, pero generalmente de oposición moderada.
¿Por qué no alentar también una apertura política en el campo revolucionario y escuchar propuestas que, aunque discrepen del discurso oficial, son de irreprochable signo constructivo y popular?
Los cubanos han adquirido en estos años la cultura política que permitiría desafiar los peligros de un proceso renovador y poseen suficiente imaginación para hacerlo en el marco del partido único.
Pero el Partido Comunista de Cuba (PCC) con ser el que debiera iniciar el proceso, no estaría en condiciones, si no se supera a sí mismo, de conducirlo hasta las últimas consecuencias.
Históricamente heredero de las luchas revolucionarias del pueblo cubano, pese a contar en sus filas con no pocos de sus mejores exponentes y de haber surgido de una consulta democrática, fue contaminado a la postre --como en distintos grados todos los partidos dirigentes en el modelo socialista real-- por el dogma, la intolerancia y la ausencia de verdadera discusión política. El haber tenido que desenvolverse en una situación cercana al estado de sitio ayudó a justificar estos males.
El PCC --sin soslayar valiosas y revolucionarias experiencias de su trayectoria-- debería realizar una reflexón autocrítica sobre sus errores, y hacerla pública para despejar el camino a una consulta popular que permita marchar hacia un auténtico sistema democrático de relación de la sociedad con el poder político y el partido dirigente. Para ello habría que arrancar de un análisis crítico del modelo actual y tener en cuenta las nuevas realidades de la Isla y del mundo; sería necesario reivindicar valores, que no por haberlos proclamado las revoluciones burguesas, dejaron de hacer suyos los fundadores del socialismo revolucionario.
Las reformas operadas en la economía cubana introducen gérmenes de capitalismo, no importan las vacilaciones y contramarchas conque se manifiesta la desconfianza en la aparición de un sector de trabajadores independientes y microempresarios. Más aún, tomando en cuenta que las reformas no parecen poder conseguir por un buen tiempo más que la supervivencia, cabe esperar otras nuevas, favorecedoras sí del remozamiento del área de propiedad social, pero también de la pequeña iniciativa privada.
El derrumbe del socialismo conocido, con la historia de disparates, atropellos y crímenes a él asociada y --sin hacer tabla rasa-- aun las versiones de aquél que sobreviven, demuestran la necesidad de repensar su experiencia toda y actualizarla, sin renunciar por ello, todo lo contrario, al sueño primigenio de una sociedad fraterna que distribuya equitativamente la riqueza. Pero sería suicida aplazar las soluciones que demanda Cuba ahora en espera de esa elucidación teórica.
De lo que se trataría entonces es de buscar cómo salir de la crisis y alcanzar lo antes posible niveles decorosos de vida --con el uso ineludible de herramientas capitalistas-- sin que el apego a las viejas fórmulas o los intereses ilegítimos que se les asocian, o el egoísmo y el afán de lucro, minen irreversiblemente las conquistas sociales y éticas de la Revolución.
El Partido debería unir en pos de estos fines al pueblo cubano, en la pluraridad, la tolerancia y el respeto a la diversidad y abrirse a todas las clases, capas sociales e individuos que están dispuestos a apoyarlos, sin distinción de ideología, creencias religiosas o preferencias sexuales.