La Jornada Semanal, 5 de octubre de 1997



DE ORIGENISMOS


Angel Gurria Quintana


Nuestro colaborador Angel Gurría Quintana viajó recientemente a Cuba y se entrevistó con el gran poeta y ensayista Cintio Vitier (Cayo Hueso, 1921), fundador de la revista Orígenes, donde también participaron Eliseo Diego, José Lezama Lima, çngel Gaztelu y Fina García Marruz, y autor, entre muchos otros títulos, de Las hojas perdidizas, Vísperas, Testimonios y, el más reciente, Nupcias.



A más de cincuenta años de la fundación de la revista Orígenes, los poetas que formaban su núcleo tienen una vigencia extraordiaria.

-Más de la mitad de los poetas que hicimos la revista están en el otro mundo. Por fortuna, nosotros somos creyentes -la mayor parte lo éramos, e incluso los que no lo eran deben serlo ya, porque deben estar constatando que existe ese otro mundo. Yo creo que fuimos un grupo afortunado, pues tuvimos la suerte de ser, en primer término, amigos. Nos encontramos en esa cosa que Lezama llamaba el ``azar concurrente'', que fue muy generoso con nosotros. Y de pronto nos dimos cuenta de que formábamos una especie de familia espiritual -algo más que un grupo literario-, lo cual le dio una riqueza muy grande a un grupo cuyos integrantes eran muy diferentes entre sí. Si tú comparas la poesía de Eliseo con la de Lezama, la de Lezama con la de Gaztelu, la de Gaztelu con la de Fina, y así sucesivamente, dirías que son poetas que pudieron pertenecer incluso a generaciones distintas. Pero hubo algo que nos unía: un aire de familia, intereses comunes, convergentes, en lo más profundo. Eso ha generado una pluralidad de herencias, y, también, lectores muy diversos que han mantenido el interés por Orígenes.

Por otra parte, yo creo que una de las cosas fundamentales de Orígenes fue sentir la cultura como un perenne nacimiento -no sólo la poesía, sino la cultura misma: algo que siempre está surgiendo, algo que nunca envejece, que nace siempre. Es lo que todo el mundo quiere: nacer siempre.

-Ese fue el sentido del nombre de su revista...

-Exacto. ``Orígenes'', volver al inicio. Los orígenes son siempre eso: un nacimiento.

-Una de las premisas centrales en torno a las cuales se agrupaban era la de alejarse, en ese momento, de ciertos movimientos: la poesía ``pura'', propuesta por las vanguardias, y la poesía ``social''.

-En la época en que Orígenes surge, alrededor del año '37 -la revista empezó en '44, pero el movimiento, centrado en Lezama, empieza en el '37 con la revista Verbum-, se debatía en Cuba sobre la poesía llamada ``pura'' y la poesía ``social''. Lezama traicionó, entonces, a las dos tendencias: no quería ni la una ni la otra. Hay un editorial suyo en forma de aforismos que empieza por decir: ``El hormiguero se agita'', en referencia a la discusión entre arte ``puro'', arte ``social'', esto, lo otro. Y después viene y nos dice: ``Prepara la sopa, mientras voy a pintar un ángel más.'' Lo de la sopa es importante, no sólo lo del ángel. Es una especie de símbolo, también, de cierto idea de pobreza que podemos decir que tuvo Orígenes. No de masoquismo, no de miseria, pero sí de conformarse con lo poco, porque en Cuba estábamos viviendo un verdadero frenesí de enriquecimiento y de corrupción. Y Orígenes también reaccionó contra eso. Buscaba, en cambio, un ideal de vida decorosa, de trabajo. No nos preocupamos por los ``ismos''. Orígenes no fue una revista de ``ismos'': no le interesó ninguno, y eran todavía las últimas épocas de las vanguardias, que irrumpen en toda América. Nos interesaban los poetas, no los manifiestos ni las escuelas. La creación, los grandes creadores, pertenecieran o no a esos ``ismos''. Fue el caso de la generación del '27, de Juan Ramón Jiménez y otros grandes poetas. Pero además, Eliot, Rimbaud. No buscábamos corrientes escolásticas dentro de la poesía sino grandes creadores. Y esa fue una norma de los poetas de la revista. Que fue, por cierto, mucho más que una revista: ésta terminó y Orígenes siguió. Yo creo que Orígenes sigue vivo.

Pero sí, había un problema con la historia. Yo he llegado a la conclusión de que convertimos la frustración histórica del país en un argumento en contra de la historia. Había una especie de resentimiento contra ella: la historia se había frustrado. Sin embargo, ese desapego de la historia inmediata que nos rodeaba era, en el fondo, todo lo contrario: la apetencia de una historia verdaderamente real, fecunda, enraizada en los orígenes del país. En eso nos debatíamos. En Lo cubano en la poesía (1958) yo me muestro bastante receloso de la historia, como si poesía e historia fueran dos potencias enemigas. Después, en el nuevo prólogo a la segunda edición, hecha en el año setenta, confieso que el triunfo de la Revolución me hizo pensar que sí era posible la encarnación de la poesía en la historia -que era lo que significaba para nosotros Martí.

Hay una frase de Lezama en Orígenes que dice: ``un país frustrado en lo esencial político, puede alcanzar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza''. Eso fue interpretado como que él estaba pregonando la superioridad de la creación poética por encima de la política. Pero no se fijaban en que dice ``lo esencial político'': con esa frase Lezama clarificó lo que nos estaba pasando en Orígenes. Había una conciencia oscura, profunda, casi subliminal, de la frustración nacional en todo lo que escribíamos, aunque no escribiéramos sobre eso. Y cuando empezó a verse, con el triunfo de la Revolución, la posibilidad de que esa frustración fuera superada, saludamos a la Revolución con ese entusiasmo tan grande. Se ha ido viendo con el tiempo que la preocupación histórica, y por tanto política, era fundamental para Orígenes. Tanto más cuanto no se manifestaba en la superficie.

-¿Cree que la frase de Lezama, ``un país frustrado en lo esencial político'', pueda prestarse a una lectura contempóranea que permita describir la situación de los jóvenes escritores cubanos?

-Parece que no. El descreimiento en la historia es más profundo ahora. Ya no es un despego doloroso, sino un desprecio de todos los valores que involucran a la historia, la política, la revolución, las utopías...

Comparado con nuestro desencanto de la historia, el de los jóvenes de hoy es mucho más radical. Ahora no se trata sólo de frustración. Yo noto en una buena parte de los jóvenes del mundo un nihilismo, una especie de descrédito hacia todas esas esperanzas del hombre relacionadas con la justicia. Se han decretado tantas defunciones que estamos rodeados de cadáveres: se murió la revolución, se murió la utopía, se murió la esperanza, se murió la historia. Se murió el pueblo... ¿Qué es lo que queda? Resulta que el pueblo está ahí. Todas esas cosas que dicen que han muerto están vivas. Otro asunto es que se hayan realizado o no, que sean posibles o no. Nosotros aprendimos en Orígenes la fuerza de lo imposible: lo que no se realiza tiene una fuerza tremenda; lo que no es tiene una fuerza inmensa, porque es lo que quiere ser.

-Leía un artículo suyo sobre Carlos Pellicer...

-Ah, sí. Ese fue un hombre que no perdió nunca la fe. Pellicer era un ingenuo: creía en Bolívar, en Martí, creía en el pueblo, en América. Sí, un ingenuo. Pero yo creo en la ingenuidad. Es una fuerza, y creo en esa fuerza de lo puro, en el candor último de la vida, del hombre que está amenazado pro todas las drogas materiales y espirituales. Pienso en Pellicer como en una excepción de su generación: no lo corroyó tanto la ironía como al resto de sus contemporáneos. En el otro extremo estaría, quizá, José Gorostiza.

Fina [García Marruz] y yo conocimos tardíamente a Pellicer. No tuvimos la suerte de mantener una relación larga con él. Mi relación fue mucho más larga y más intensa con Octavio Paz. Habrá empezado por ahí del año '49, en París, cuando él era funcionario diplomático. Me atendió muy cariñosamente, con mucha cordialidad, y a partir de ese momento mantuvimos una larga correspondencia. Fue una amistad larga. Duró de '49 hasta 60 y pico, cuando él ya estaba en Nueva Delhi. Conservo una carta de él, muy elogiosa para la Revolución, donde dice que Cuba estaba dando un ejemplo, y que estaba escribiendo con su heroísmo en la página en blanco de la América Latina...

-¿Qué sucedió después?

-Eso habría que preguntárselo a él. Hubo cierto texto suyo, sobre poesía latinoamericana, en el cual la presencia de José Martí era casi desdeñable. Yo le escribí para decirle que Martí no tenía en ese libro el peso que merecía. ƒl me contestó con una humildad y una sencillez desarmantes. Me dijo que probablemente no conocía bien la obra de Martí, que si yo podía le enviara algo de su obra. Estábamos ya en plena Revolución, y la revolución y el correo nunca se han llevado bien. Mandar los 28 tomos a la India, ¡ni soñar! Hice una selección. Fue por entonces cuando él renunció a su carrera diplomática como protesta por la matanza de Tlatelolco. Se fue, lo perdí de vista. Vino, después, el caso Padilla, y empezó a decir cosas. Fue grave: una controvesia casi mundial en torno a Cuba; los intelectuales comenzaron a firmar manifiestos, y ahí él se desencantó con este país. Claro, eso es lo que imagino. No voy, ahora, a pedir una explicación. Empezó a existir cierta distancia, porque Octavio empezó a escribir cosas que me parecían injustas sobre Cuba y, después, sobre Nicaragua (desgraciadamente, Nicaragua le ha dado un poco la razón). Empezamos a tomar caminos distintos. Pero yo tengo una enorme admiración por su obra como poeta, como ensayista -es un ensayista prodigioso. Y no sé, espero que algún día nos demos otro abrazo, porque no me parece que sea tan grave el asunto.

-Para terminar, ¿qué se siente vivir con una poetiza en casa?

-¡Ah, la felicidad total! Hay quien dice que eso es una desgracia. Un novelista cubano, ya fallecido, me decía: ``si yo estuviera casado con una mujer como Fina García Marruz, o yo la mataba a ella, un día, o ella me mataba a mí''. Yo me moría de la risa. No veía por qué. No ha habido nunca una relación competitiva. Y te voy a decir una cosa: ya que empezamos por Orígenes, vamos a acabar por ahí. Esa fue una característica de aquel grupo de poetas: no hubo celos, no hubo competencia. ƒramos distintos, y sin embargo formábamos una familia interesante, con un mismo centro. Ese centro era y es, entre los mimos y los disgustos, la convicción de que las cosas tienen sentido, de que la vida tiene sentido. Y el sentido último es la poesía.