La Jornada Semanal, 5 de octubre de 1997



UN POEMA


Javier Marías


En esta nueva entrega, el novelista español Javier Marías encuentra un poema decisivo en un sitio improbable: el aeropuerto de Dublín. Marías estuvo recientemente en Irlanda para recoger el premio literario que se otorgó a su novela Mañana en la batalla piensa en mí.



Algo bueno tenía que sucederme alguna vez en un aeropuerto, aunque no perteneciera al lugar ni se debiera al trato amable de ninguna compañía. Fue en el de Dublín. Había dormido fatal las noches anteriores, sobre todo la previa, de modo que me dirigía temprano hacia el aeropuerto con mis gafas oscuras y el único deseo de que todo marchara sin tropiezos para llegar a casa cuanto antes. El taxista que me condujo me preguntó si me gustaba la música irlandesa, y aunque lo peor que podía sentarme en aquel momento era escuchar acordes de ninguna clase, le dije que sí, lo cual era por lo demás cierto. ``¿Le gustan The Dubliners? Tengo una cinta.'' ``Sí, ya lo creo'', contesté, y añadí, puesto que la había tarareado en la calle unos días atrás: ``Molly Malone.'' Esa canción se canta en Dublín sin cesar, y es más, la joven Molly Malone de la letra, una pescadera, tiene en lugar señalado una estatua de lo más sugerente, con un escote tan atrevido que me imagino a los niños de esa ciudad estirando el cuello o deseando crecer muy rápido para atisbar desde arriba, o al menos desde la misma altura. Pero el taxista negó con la cabeza: ``No, mi favorita es Seven Drunken Nights'', lo cual significa literalmente Siete noches borrachas; y sin más consultas dejó para otra ocasión la cinta de The Dubliners y, pese a ser de mañana, me cantó enteras, con voz estruendosa y en efecto embriagada, las siete interminables noches que la balada enumera escrupulosamente, de lunes a domingo, sin saltarse una.

Así que llegué al aeropuerto, además de con el insomnio aún puesto, bajo los efectos de una resaca ajena -o quizá de siete- sobre mi cerebro. Cuando uno emprende un viaje en tal estado, los peores instantes, incluso para quien detesta volar, son los de la espera hasta el embarque. Y fue entonces cuando vi el poema. Sobre un panel gigantesco, colgado del muro de una sala, allí estaba la pieza titulada ``Postcript'' (o ``Colofón''), escrita por el más reciente Premio Nobel de Irlanda, Seamus Heaney, de quien había leído aquí y allá alguna poesía que me había gustado pero no conmovido. Y allí estaba en letras enormes, en el espacio inhóspito y anestésico de todos los aeropuertos internacionales idénticos. La poesía, en cambio, se distingue siempre, aunque sea tan a menudo nivelada y mala en nuestros días."

Allí estaba el poema, que no parecía decir nada demasiado importante en medio de tanto anuncio, o al menos no hacía el gesto de darse importancia con sus palabras inglesas mucho más rítmicas y aliterativas que las de esta modesta traducción mía. Me desperté del todo y logré zafarme de las siete noches del taxi; lo leí varias veces como ante un deslumbramiento, lo memoricé en la espera; lo guardé y lo saco ahora. Y como las palabras llaman palabras, me acordé de otro que termina como empieza este, termina con ``...algún tiempo''. Es del inglés Philip Larkin y se titula ``Al fracaso''. Pero esa es otra historia, y es también otro poema.