Hoy trajeron a Fredy. Su cara regordeta parecía de cera; un diente le mordía el labio de abajo, como si fuera un gángster, de esos en blanco y negro. La verdad, yo apenas lo conocía, pero hace siglos dibujó un corazón frente a mi casa, con su nombre y el mío. Como no tenía gis, lo pintó con aspirina. Fredy siempre masticaba medicinas. A los de su familia las rodillas les crecen chuecas, y les duelen mucho. De chico, Fredy me amaba por gorda y porque él era flaquísimo. Luego se puso gordo y le gustaron las flacas. ``Si no tragaras tanto, no tendrías calor'', llegó a decirme la patrona, y eso que ya había escondido mi tamal en uno de los ataúdes. De seguro le llegó el olor. Aquí todo huele mucho, a pesar de las flores y del spray que ella avienta por todas partes. Me compré un ventilador, de esos chiquitititos que puedes empuñar, pero sólo sirve para despeinarme; a veces el sudor gotea en las caras de los clientes. El aire arde por todas las luces que se necesitan para el maquillaje. Me recuerdan los espejos rodeados de focos de las actrices, aunque la patrona dice que son lámparas de quirófano. De todas formas siempre hay sombras en las caras de los clientes, por ejemplo atrás de las orejas, que empiezan a verse verdes. Nunca me ha tocado arreglar un cuerpo más flaco que el de la patrona. A ella la ropa se le pega a las costillas y las piernas le crujen cuando se sienta. En comparación, los muertos se ven muy sanos en sus recipientes, como panes para hornearse. Bueno, Fredy no tanto. Llegó con el pelo revuelto, pintado de rojizo y las manos infladas. Le encarné las mejillas, con mucho cuidado, hasta que vino su amigo y dijo que parecía un Siqueiros. El amigo se recargó en la puerta, donde dice estética más allá, y empezó con que Fredy era famosísimo y no podía lucir como un estofado ante los fotógrafos. La patrona me advirtió que el amante de Fredy era muy importante y que Fredy se avergonzaba de estar tan gordo; por eso se operó en un hospital dizque de monjas, pero se le complicó el asma o los pulmones, el caso es que se murió y ahora el amigo, casi tan esquelético como la patrona, se sentía culpable y traía todas esas flores. No sé si odio a los flacos porque son tan nerviosos o me ponen nerviosa porque son tan flacos. Cuando trabajaba en el salón de belleza me chocaba que las clientas hablaran de guisos que a fin de cuentas nunca me convidaban. Aquí hay un silencio profundo, aunque a veces llega alguien como el amigo de Fredy, que se queja de todo y no sabe si poner un anillo en la mano del difunto o quedarse con él como recuerdo o para alguna emergencia. Lo que menos me gusta es jalar los párpados con el delineador. De repente, el ojo me mira desde un vacío horrendo. Entonces me voy al baño y bebo té de mi termo. No sé por qué orino tan poco, tal vez por andar sudando bajo las lámparas. El problema con Fredy no fue el ojo sino ese diente. No lo podía sumir en la boca y el amigo pegó de gritos hasta que se fue porque el saco se le había empapado de sudor. En eso se me ocurrió colocar una aspirina en la encía de arriba. El labio se alzó y tapó el diente. ``¿Qué tal si la pastilla se derrite?'', pensé cuando vi su boca superhermosa. Entonces la patrona llegó a avisar que ya venían los fotógrafos y me dije que al cabo los clientes tienen bien poca saliva. La caja de Fredy era carísima; la nuca reposaba en un cojín abullonado, azul celeste; en la base había un enorme ramo de rosas rojas. Los fotógrafos dispararon sus flashes, como si las lámparas de quirófano no fueran suficientes, y yo pensé ``que no se derrita, que no se derrita''. Estoy segura que con tanto calor y tantos flashes, se aflojó. La culpa fue de ellos. Fredy lucía precioso cuando el diente se le salió como un insulto para los fotógrafos. Todos gritaron y la patrona me dijo: ``además de cerda, inútil''. Nunca me había llevado nada del salón. Lo juro. Algo me hizo tomar una rosa y traérmela a la casa. Puse una aspirina en el florero para que durara más. Esto me hizo pensar en Fredy: con él nada duraba. Y me sentí muy mal de que conmigo nada cambiara. No sé por qué. ¿Qué podía importarme que un niño hubiera escrito mi nombre con una pastilla? De adulto ni lo conocí. Regresó como un muerto extraño y millonario. La maldita aspirina se deshizo rápido en su boca; en cambio a mí me trae dolores que no se van. Debería operarme y morirme y maquillarme como Fredy. Pero soy la misma gorda que mira la misma rosa. Metí la mano en el florero y saqué lo que quedaba de la aspirina. Pasan las horas y la flor no se acaba de morir.
|
(Lo que sigue es una pequeña obra para teatro por radio, género que fue popular en Europa y Estados Unidos. Beckett, Pinter y Durrenmatt escribieron para la radio. Al leerla, hay que imaginar la voz vehemente del locutor, la música y los efectos auditivos.)
Buenas noches, señoras y señores, desde su estación deportiva en el 94.5 de su radio, la Cabeza de Puerco del cuadrante, y bajo el patrocinio de la harina plástica Estrella Roja, una luz en su cocina y en su tocador, presentamos la función sabatina de lucha libre de gusanos mansos enfurecidos al rojo vivo y con ansias de venganza por el menosprecio y la calumnia a que han sido sometidos durante las semanas de entrenamiento. En esta esquina, la llamada Mosca de Salubridad, repugnante a la vista y el olfato, pero considerada de interés social. En esta otra, la larva repugnante de gallina ciega llamada por todos el Tintero de Oso, con cabeza de inspector de policía y mirada obsesivo-compulsiva de orate decorativo. Y ya hace su entrada el Alacrán Pudibundo, Caballero del Ring, y viene ataviado con ferreruelo o capa corta color mandarina y jubón con tintes de Emulsión de Venus y máscara, sí, señoras y señores, máscara ratonera. Y sube al ring su aborrecido rival, el capitán Ramón de Godoy, Ramoncito, que parece, más que humano, dulce de almendra y también humor difusivo de peluquero. Pero, ¿qué es esto?, está subiendo también al cuadrilátero, fuera por completo de programa, Dolores Menchaca, gitana, cantaora trágica y luchadora, la Milmaridos torera a pie y a caballo, cuyo retrato, pintado por Gutiérrez Solana, cuelga en el rastro de Madrid y cuya sombra es horror de la Sierra Morena. Y se ha corrido la voz de que la Menchaca trae cuchillo, cuchillo napolitano de triple filo, y todo es confusión en el ring tempestuoso, la nave de los locos, sí señor, eso es, la nave de los locos. Pero ¿qué es esto?, alguien está subiendo al ring un cañón, un cañón, señoras y señores, un cañón de mediano alcance, de los llamados de Hipotenusa o Doble Logaritmo. Y ha dado comienzo el combate. El cielo se cubre de brillantes colores y el mar se encrespa con grandes tumbos. ¿Qué pasa, qué pasa? Como fuego de antorchas son los carros de guerra, furiosamente corren por las calles del cuadrilátero, pasan como relámpagos, y chocan con estruendo las columnas de los ejércitos, y arrojan fuego desde las altas murallas. Aprestan las catapultas el Picrato de Butecín y los abetos de las lanzas. La ciudad sitiada apenas resiste, ceden las puertas, pánico en Troya, por no decir nada de Gerona, Leningrado y Cuautla. Pero las tropas especiales, vestidas de seda y acero inoxidable, salen a combatir, carga con gran estrépito la caballería y óyense el chasquido del látigo y el escape de la locomotora, galopar de caballos, lampo de espadas, una torre hacen los cuerpos, multitud interminable de cadáveres. Tus héroes yacen muertos, oh rey. Y tus enemigos se están riendo de ti como si fuera un chiste tu desgracia. Has caído del cielo, estrella rutilante, y fuiste arrojado a tierra como pañuelo desechable, tú, oh rey, que antes derribabas las naciones. Este infeliz, este matacuás, mozo de ostionería, ¿este es el hombre que hacía temblar la tierra, que conmovía los reinos y ponía espanto en los ojos? Míralo ahora, revolviéndose y babeando en tierra con nocaut técnico. Mientras su enemigo, el rey victorioso, da ostentosos saltos de alegría y hace payasadas. Y así, señoras y señores, con un derrocamiento más, finaliza nuestra función sabatina de lucha libre, trasmitida para ustedes por cortesía de la harina plástica Estrella Roja, una luz en el fogón y en el boudoir, por su estación deportiva en el 94.5, la Cabeza de Puerco del cuadrante. Buenas noches y hasta el próximo sábado.
Si por un momento pudiéramos olvidarnos de nuestra estrecha relación, a veces fetichista, con los libros, tal vez entonces podríamos evaluar fríamente su utilidad. Como ya lo dijo Daniel Bell, el libro no puede ser comparado con la capacidad de almacenamiento, búsqueda y clasificación de la información de los dispositivos de memoria magnética, electrónica u óptica. ``Pero si leemos para reflexionar, para `hablar' con la obra, para construir una argumentación o interpretar un pasaje, parece que el formato del libro, con sus márgenes y su comodidad, puede ser un medio mejor''. Alejandro Piscitelli ([email protected]) se pregunta en su libro más reciente, Ciberculturas en la era de las máquinas inteligentes (comentado en la entrega anterior): ``¿Cuánto hay de probado y cuánto de impostado en estaÊtesis fuerte? ¿Cuánto hay de añoranza por un mundo que ya no volverá y cuánto de incertidumbre frente a un mundo que ya se nos aparece como perdido?'' La primera revolución informativa tuvo lugar cuando el ojo le quitó al oído el privilegio de ser el principal órgano utilizado para recibir información. Uno de los profetas de esta transición fue Platón, quien atacó las formas orales de transmisión del conocimiento. Más tarde, el libro fue muy útil para el establecimiento y expansión de las religiones judeocristianas. Este invento tecnológico se convirtió en un modo de comunicación con Dios. ``El libro no era tan sólo el instrumento domesticador de las conciencias a través de la fe, sino el cielo mismo tocado con las manos.'' Inicialmente la tecnología del libro no condujo a la liberación de la mente sino a la sumisión al dogma. La tecnología de la palabra digitalizada ya nos ha inoculado con nuevos dogmas y ha modificado enormemente nuestra relación con el conocimiento. ``Yo escribo, no proceso palabras'', responde horrorizado Gilles De Ath, el protagonista de la cinta Love and Death in Long Island (Richard Kwietnowski, 1997), cuando le preguntan si utiliza un procesador de palabras. Hace algunos años nadie se hubiera imaginado que el reformateo automático de la página, el cambio instantáneo de tipografías, las subrutinas de corrección ortográfica, la repaginación, el desplazamiento de bloques de texto y el manejo de archivos virtuales serían operaciones tan comunes como cambiar el cartucho de una pluma o lavarse los dientes. ¿Quién está dispuesto a renunciar a los avances de la palabra digital para ser fiel a la tinta impresa en pulpa muerta? Todos amamos al libro, pero quizá debamos considerar que la suya es hasta cierto punto una ``cultura elitista, egocéntrica, pasiva y orientada a valorar un pasado irrecuperable'', como escribe Piscitelli. Además la estructura del libro nos obliga siempre a seguir un recorrido secuencial y lineal, lo cual puede ser muy apropiado en ciertas obras, pero en otras resulta sin duda restrictivo, ya que sería mejor un desarrollo en ramas o en otras estructuras más flexibles y apropiadas.
Las tres edades de la tele
Con la misma pasión con que defendemos las virtudes del libro, solemos condenar los vicios de la televisión. El problema es que en general las críticas dirigidas a la pantalla casera apuntan de entrada en la dirección incorrecta. Piscitelli divide la historia de la caja idiota en tres: paleo, neo y postelevisión. La paleotele es vectorizada, unidireccional y jerarquizada. La neotele ha roto con ese modelo, se caracteriza por una incipiente interactividad y por que la tele por cable establece un flujo de imágenes continuo y sin jerarquías que rompe con las tradiciones de programación (criterios como división por géneros, estructura temporal rígida y enfoque en públicos definidos por edades o gustos). Cuando llegue la postele digital, seguramente van a extrañar la TV de hoy. El principal error de los críticos de la tele es que su nostalgia ilustrada los lleva a comparar la tele de hoy con la de ayer, cuando en realidad son medios muy distintos, su ignorancia tecnológica no les permite valorar el horizonte histórico y las posibilidades evolutivas del medio. Piscitelli escribe: ``La TV es una mitología finisecular; es la épica homérica rediviva en la que un auditorio escucha epítetos que se pronuncian una y otra vez, y donde la repetición es fuente de júbilo... Lo distintivo de la TV es precisamente la repetición compulsiva. Es como el acto de rezar el rosario católico.''
Nuestra cultura en línea
Una grata sorpresa en el web es el excelente Foro virtual de cultura mexicana, dirigido por Manuel Zavala y Alonso y coordinado por Ana López-Aguado Zavala. El foro está dividido en 22 secciones, como Revistas, Museos, Arte contemporáneo Fotografía, México en el mundo, Instituciones culturales, Editoriales y Teatro, entre otras. Este espacio está aún en construcción; sin embargo, ya ofrece interesantes bases de datos, conexiones, museos virtuales, un directorio de escritores, antologías de cuento y poesía entre otros servicios: http://www.art-history.mx.
Naief Yehya
|