La Jornada domingo 5 de octubre de 1997

ARGELIA ¿TRAGEDIA SIN FIN?

¿Expresa el drama argelino un ``choque de culturas'' o, peor aún, de ``civilizaciones'', como pretenden algunos autores racistas que ven en el Islam, y sólo en éste, violencia, terror y barbarie? ¿Acaso no pertenecen a la misma cultura musulmana las víctimas y los asesinos? ¿Acaso, como ha sucedido en Medio Oriente, no se han perpetrado atrocidades y matanzas tanto por extremistas musulmanes como judíos? ¿Acaso los terroristas de Oklahoma no son cristianos, conservadores?

El fundamentalismo religioso -de cualquier creencia- históricamente, desde hace siglos, marcha de la mano con los asesinatos masivos y con las ambiciones de los poderosos. Millones de budistas, que no reconocían la nobleza hinduista, fueron eliminados, los pogroms marcaron la marcha de los cruzados hacia la supuesta liberación de la Tierra Santa, la conquista de Jerusalén llevó a la muerte o a la esclavitud de todos sus habitantes árabes y el llamado ``descubrimiento'' de nuestro continente y su cristianización fue un verdadero genocidio en América y en Africa.

Sin embargo, el drama argelino no se explica únicamente por fundamentalismos religiosos, ni siquiera por luchas internas por el poder entre las diferentes facciones integristas o laicas. Cabe preguntarse si, en las continuas matanzas y en el claro afán desestabilizador que se padece en esa nación norafricana, no están presentes factores de índole geopolítica, en especial los relacionados con el control de la riqueza petrolera argelina, y si detrás de los perpetradores de las matanzas no existen grupos e intereses extranjeros. Es sugestiva a este respecto la tendencia de Inglaterra, primero, y de Estados Unidos, ahora, a apoyarse en el fundamentalismo y en el terrorismo como arma geopolítica, así como utilizaron el arma de la droga (y los ingresos que ésta dejaba) desde la Guerra del Opio contra China hasta la difusión de la droga en Vietnam o, más cerca aún, en los barrios pobres de Los Angeles.

En la medida en que la política en que se apoya la mundialización lleva a la destrucción de las reglas y valores impuestos en los tres últimos siglos por el Humanismo y el Iluminismo, destruye la idea misma de unidad e identidad nacionales, debilita política, económica y culturalmente a los Estados, zapa la idea de igualdad entre las etnias y los sexos y busca aniquilar el concepto de solidaridad, de igualdad ante la ley y de justicia, se abre el camino al resurgimiento brutal de los regionalismos, de los racismos, de los fundamentalismos.

Es evidente que el Grupo Islámico Armado es abastecido por alguien con armas modernísimas y toda clase de apoyo logístico. Si Naciones Unidas no puede impedir que las grandes potencias traten de desplazarse mutuamente de sus zonas de influencia arrojando sobre la mesa cadáveres mutilados de nativos, si el Grupo de los Siete ni siquiera osa discutir este problema, corresponde entonces a los pueblos hacer oír su voz a sus gobiernos y apuntar el dedo acusador contra los mandantes intelectuales y organizadores de una matanza cotidiana en Argelia que aún puede ser detenida, tal como fue frenada la violencia en la martirizada Bosnia.