Letra S, 2 de octubre de 1997


Verónica Ortiz, conductora del programa de televisión Taller de sexualidad, combina la agilidad verbal, el buen humor, y una constante disposición a la autocrítica. El profesionalismo y la seguridad que muestra al entrevistar a la gente también los despliega al ser ella la entrevistada

El placer: asunto prioritario de salud

Alejandro Brito y Carlos Bonfil

Con más de 17 años de labor informativa en los medios sobre el tema de la sexualidad, Verónica Ortiz conduce todos los miércoles a las once de la mañana el programa Taller de sexualidad en la barra Diálogos en Confianza del Canal 11, que este mes cumplió su primer aniversario. Ella se inició en el programa La Pareja Humana, al lado de Jimmy Fortson, donde se brindó información específica sobre los problemas de la respuesta sexual, tema en el que ha profundizado a lo largo de su carrera. Colaboradora en el diario El Financiero, la periodista recibió este año el premio ``Francisco Estrada Valle'' que otorga Ave de México, organización de lucha contra el sida.

¿Qué tanto contribuyó la irrupción del sida para que se abrieran los espacios al tema de la sexualidad?

Aunque parezca una barbaridad, creo que gracias al asunto del sida se abrieron los espacios y los temas. Aunque no creo que el joven esté preocupado por el sida hoy en día. Sigo pensando que se trata de un grupo enorme, complejo, y habrá que preguntar ¿qué joven, el de ciudad, el del campo? ¿de qué colonia de la ciudad, de qué área de la república? Pero aún así, en su gran mayoría no están conscientes de lo que puede pasarles. Hoy en México, debido a la enorme falta de campañas de prevención, la información sobre la sexualidad no llega al gran público, sobre todo al público joven que es el más propenso a este tipo de problemas. Pero la gran preocupación de los jóvenes es la de su desempeño sexual, les preocupa cómo mejorar sus relaciones sexuales. Otra preocupación es la de no embarazarse. Yo te diría que ese es el segundo punto de preocupación. Y por allá, muy lejos, aparecerían las enfermedades de transmisión sexual, incluido el sida. Parecería que no hubiera en el joven una conciencia real de que esto sea algo que le puede pasar.

¿Cuál sería una campaña ideal para sensibilizar al joven sobre la necesidad de protegerse sexualmente y de que tome conciencia de sus conductas de riesgo?

Tal vez lo mejor sería la información cantada, o los comics, o muchos programas de televisión, y de radio sobre el tema, no te sabría decir, pero es algo que tenemos que preguntarles a los jóvenes y que no lo hemos hecho. Las campañas están totalmente dirigidas a una clase media, ¡una clase media ilustrada, caray! Porque el que no sabe, no sabe ni de lo que le están hablando; porque con este gran miedo que tenemos de llamar las cosas por su nombreÉ El problema es que esta sutileza y este miedo a los grupos radicales, y este miedo a Pro Vida, que además me parece absurdo porque estamos cayendo en el juego del miedo y de la culpa, estamos cayendo en su juego y ellos ganan. Con este miedo sucede que las campañas son tibias, sutiles, incomprensibles. No le estamos llegando a la gente.

¿Has tenido problemas con la censura? ¿cómo la enfrentas? ¿tienes alguna estrategia?

Sí, no le hago caso. Para mí, bienvenido todo, porque yo sí creo en la democracia, creo en la pluralidad, pero no en la mentira, en la falta de ética, en la inmoralidad de estos grupos. Porque cuando estamos hablando de chavitas que se embarazan, de mujeres que mueren por abortos, cuando hablamos de sida y de los chavos que mueren de sida, creo que estamos hablando de un asunto que debe tener una ética y una moral muy grandes. Y en ese sentido me siento muy tranquila porque creo que estoy trabajando precisamente para esos grupos de la población. Yo hago mi trabajo para informar y educar.

En 1997, ¿quedan todavía temas tabúes, cosas de las que no se puede hablar en México por televisión?

No, yo creo que no, aunque te diría que los temas más quisquillosos, más delicados, más problemáticos para ciertas personas, serían los de la religión católica y el de la homosexualidad; esos son dos temas que siguen provocando un poco de inquietud en la gente. El aborto ya lo he tratado y no ha habido problemas. Tiene que ver con la forma como estamos abordando los temas, de una manera totalmente científica, informativa.

¿Hasta qué punto influyen los medios en las conductas sexuales de la gente?

Influyen en la medida en que informan. En la medida que un medio de comunicación asume su responsabilidad como informador, como educador, hasta como parte de la diversión, y lleva información a los diferentes grupos, no hay problema. El problema es cuando estos grupos, o cualquier otro, nos miente, nos manipula, nos engaña y además nos maneja culpas. Esto es algo que a mí me parece no sólo una falta de ética, sino algo amoral, inmoral, o las dos cosas. En la medida en que hablemos más de sexo, podremos asumir nuestra vida sexual con mayor responsabilidad y placer, en la medida que no hablemos de esto, mayores serán los problemas. La gente no pregunta si debe tener relaciones sexuales, sino cómo las puede mejorar, cómo debe cuidarse para tal cosa, qué es una disfunción sexual, cómo manejar una eyaculación precoz, una disfunción eréctil. No se preguntan si lo harán, pues ya decidieron que lo van a hacer, los chavos ya decidieron que van a hacer el amor. En algún momento de su vida lo van a hacer, casados, divorciados, en unión libre o con la primera pareja que se les presente, entonces qué mejor que tengan información oportuna.

¿Sientes que en el país hay una infraestructura para tratar problemas como los de las disfunciones sexuales, y otros?

Creo que no, que no existe esa infraestructura y ése es el grave problema que tenemos con la sexualidad. Así como hay un programa como el mío, de avanzada en temas de sexualidad, y nos atrevemos a hablar de todo y ahí sigue, te puedo decir que hay oscurantismo, por ejemplo en los médicos. En este país, los médicos, los ginecólogos tienen por lo general poca información sobre la sexualidad. Un cardiólogo o un endocrinólogo, le hablan poco a un diabético sobre las broncas que va a tener con su enfermedad y con los medicamentos en relación con su sexualidad. En el programa sobre la diabetes recibí llamadas de señoras a punto de divorciarse porque no sabían por qué su marido ya no tenía una respuesta sexual como la anterior, y pensaban que ya no las querían. Gracias al programa estaban entendiendo al marido, pero ese pobre marido tampoco tenía información.

Todos los médicos, no sólo los ginecólogos, deberían tener una materia llamada Sexualidad. Es gravísima la desinformación a nivel profesional. Los que saben de sexualidad son los sexólogos, no es un asunto generalizado.

Los especialistas hablan de la sexualidad sobre todo desde un punto de vista clínico ¿Y el placer?

Ese ha sido el gran pleito en este tipo de espacios: involucrar la información científica, biológica, antropológica con el placer. Porque en este país y en los países con mayoría judeo-cristiana, existe una noción muy clara de culpa con respecto al placer. La sexualidad se relaciona con la procreación, y todo lo que quede al margen de ella es una cosa proscritaÉ

No creo que el placer sea un asunto automático desde que nacemos, lo que sí creo es que desde que nacemos, y antes de que empiecen las prohibiciones y las mentiras, somos capaces de sentir placer. Por desgracia, toda esa desinformación y toda esa culpa nos van metiendo en la cabeza cargas de todo tipo con respecto a la sexualidad. Eso es sucio, no te toques, es peligroso, no lo hagas, está prohibido, etcétera, todo eso te va desconectando del placer. Yo te diría que tener placer, lograr el placer, es un acto de conciencia y un trabajo personal, profundo, cotidiano, que no acaba, que sigue.

Podemos pensar que es parte de nuestra salud

Yo digo que sí. Yo digo que es un asunto prioritario de salud. Si no estamos bien sexualmente, si no estamos bien con nosotros, con nuestro cuerpo, no podemos estar bien con los demás. Yo me pregunto: un político eyaculador precoz, ¿cómo puede llegar a la Cámara o a una Secretaría de Estado a tomar decisiones congruentes, inteligentes? Un eyaculador precoz de verás está en un problema muy serio en su vida, porque es infeliz. Hace infeliz a su mujer, de seguro tiene problemas con otras mujeres, en fin. Y una mujer anorgásmica que tome decisiones, que legisle, ya sea una senadora, una diputada, o alguien con un puesto importante en alguna institución, la anorgasmia le va a provocar una serie de sentimientos muy complejos: de frustración, de angustia, de sentirse menos ¡Uf! ¡Imagínate! ¡Claro que son prioritarios! Los asuntos de la sexualidad son nuestra preocupación primera.

¿Cuál serían los retos de Taller de Sexualidad?

El primero, seguir al aire.

El segundo, mantenernos en esta línea de información y educación sexual, donde lo que nos importa es hablar claramente, con la información más actual, y tratar todos los temas que la gente nos pida. Y desde luego, si es posible, irnos más adelante a otro horario en esa misma televisora, que es lo que la gente está pidiendo, sería extraordinario.

Te diría también que ojalá broten, crezcan y maduren otros espacios en radio y televisión en este país, no sólo en el D.F., sino en provincia. Creo que ese sería el reto de un programa piloto en su género, y que sería un patrón a seguir para muchos otros programas. Eso a mí me encantaría. El que nos quiera copiar que nos copie por favor, más que bienvenidos.


De la sífilis al sida:
vidas privadas y paranoias públicas

Ana María Carrillo

En México, casi una centuria separa a la actual campaña contra el sida y aquélla que contra la sífilis comenzó en 1908. Ambas han planteado contradicciones semejantes entre los derechos individuales a la intimidad, la autonomía, la dignidad y la integridad, por un lado, y el derecho a la salud, por el otro. Similares han sido también las reacciones despertadas en grupos e instituciones.

Como enfermedades mortales (la sífilis lo era entonces) que se propagan en el ámbito de las relaciones íntimas, han implicado problemas éticos y legales, y hecho surgir interrogantes sobre la función apropiada del Estado, las instituciones sociales, la profesión médica, la familia y el individuo, en materia de salud pública.

Los atacados por la sífilis hace un siglo eran blanco de oposición irracional proveniente del temor a la infección por el Treponema pallidum --como hoy lo son los enfermos de sida por el horror al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Pero las antipatías hacia esos enfermos estaban a su vez ligadas a la hostilidad a las prostitutas, como en el caso del sida lo están al rechazo a las prostitutas, los homosexuales y los drogadictos.

Aunque el principal modo de transmisión en ambas enfermedades es el contacto directo durante las relaciones sexuales, tanto la sífilis como el sida pueden transmitirse por medios extravenéreos; entre otros, la herencia y algunas intervenciones médicas. Existen en todo el mundo casos de sida por transfusiones sanguíneas, del mismo modo que hace 100 años existían casos de sífilis vacunal, ya que la vacunación antivariolosa se hacía de brazo a brazo. La discriminación se ha extendido también a ellos.

La sífilis estuvo relacionada con la colonización española en América, al igual que el sida lo está con la presencia imperialista de Europa en Africa. Como en todas las epidemias, se han buscado culpables, ya sean nacionales, o grupos étnicos o sexuales. Los peninsulares llamaban a la sífilis ``mal de la isla Española'', los franceses ``mal napolitano'' y los napolitanos ``mal francés''; los africanos culpan de la epidemia de sida a los europeos, la derecha francesa a los inmigrantes árabes, Estados Unidos a los haitianos y a los homosexuales... Y es que --como señalan Bayer y Gostin--, las épocas de epidemias son también periodos de tensión social, en que los temores exacerban las divisiones ya existentes.

Hoy como ayer, la discriminación se manifiesta expulsando a los niños de las escuelas y a los hombres del trabajo, con reclusión forzada o negación de tratamiento apropiado. Pero esta discriminación además de ser objetable desde el punto de vista de la ética, puede ser contraproducente para la salud pública. Desde el siglo pasado, las mujeres dedicadas a la prostitución trataban de evadir la Inspección Sanitaria que, en caso de que tuvieran sífilis, autorizaba a ``secuestrarlas'' y a tenerlas presas en el Hospital Morelos hasta su eventual curación. Hoy, los temores a la discriminación desaniman a muchas personas a cooperar con programas de salud pública o de tratamiento de las enfermedades de transmisión sexual y la farmacodependencia.

Educar en la castidad

El dermatólogo Jesús González Urueña fue el primero en hacer un llamado a luchar contra la sífilis. Proponía instruir a los jóvenes de ambos sexos desde los 14 años. ``Hoy --decía en 1907-- nadie piensa ya, entre los verdaderos educadores, en infundir el santo temor jesuítico de nuestros abuelos, a todo lo que se refiere a las cuestiones sexuales; más vale dar a conocer, con discreción, el peligro, que dejar a los inexpertos caer en él, vendados, ciegos, por respeto a un falso pudor.'' Proponía que la Academia Nacional de Medicina promoviera una cruzada ``... en contra de los males que resultan, no precisamente del comercio sexual, sino de la manera imprudente y loca como se practica, sobre todo en la adolescencia''. Para él y algunos de sus colegas, la educación contra las ``enfermedades venéreas'' era una necesidad de Estado, que podía salvar millares de vidas.

Su propuesta fue aceptada, pero muchos académicos --que no dudaban en apoyar las campañas contra el paludismo, la tuberculosis o la fiebre amarilla-- la criticaron, por considerar que era inmoral estudiar y tratar de resolver, a la luz de la ciencia, un problema como la sífilis. Para ellos --como para algunos en 1997-- lo único que había que difundir entre los jóvenes era no sólo que la castidad y la continencia no eran nocivas, sino que estas dos virtudes eran muy recomendables desde el punto de vista médico. Cerraban los ojos al hecho de que cerca de 20 por ciento de los enfermos de la piel atendidos en hospitales, presentaban manifestaciones sifilíticas, además de que por los diversos servicios de vías urinarias, ginecología, niños, otorrinolaringología, medicina y cirugía general, pasaban enfermos de sífilis cuyo número era imposible precisar.

Convencimiento o coerción

En el porfiriato, de acuerdo con el Código Penal, las autoridades no podían compeler a los profesionales de salud a revelar los secretos que se les hubieran confiado en el ejercicio de su profesión, ni siquiera en caso de delito. Algunos médicos hablaban del derecho de prevenir a quien iba a casarse o estaba casado con un(a) sifilítico(a). Otros, en cambio, aseguraban que en ninguna circunstancia podía violarse el secreto médico. El gran clínico mexicano José Terrés contaba en una de sus lecciones, que en una ocasión atendía a una señora atacada de sífilis cuyo esposo le era desconocido y estaba ausente. Recibió una carta del señor en la que le rogaba le indicara las precauciones que habían de tomarse con los hijos para que no se contagiasen de ``la enfermedad de la sangre'' de la que curaba a su mujer. Terrés le contestó que siempre que atendía a un enfermo le indicaba lo que él creía que debía hacer, y que probablemente sufría una confusión, porque si bien atendía a la señora, aún no había dado su diagnóstico. Obró de esa manera porque ya había dado los consejos conducentes para evitar el contagio, pero desconocía el origen de la sífilis de la señora, e ignoraba si el esposo era sifilítico o el tiempo que había durado su ausencia.

Más tarde, se exigió la confirmación de no estar enfermo de sífilis como condición para contraer matrimonio, y es obligatoria también la declaración de enfermedades epidémicas, si bien muchos médicos no hacen caso de este requisito, sobre todo cuando se trata de enfermedades estigmatizadas.

La amenaza de discriminación ha tenido gran efecto sobre la forma en que los portavoces de grupos muy vulnerables al VIH han exigido una estricta protección de la confidencialidad. También en este punto, tanto factores éticos como pragmáticos han propiciado el interés del sector salud para fomentar el respeto a la vida privada. Las autoridades sanitarias establecieron la práctica de exámenes en condiciones de anonimato para resolver el problema de la desconfianza de los enfermos. Sin embargo, hay defensores de la notificación obligatoria de los casos de sida, quienes alegan que con ella el Estado podría vigilar la prevalencia de la infección y proporcionar información a posibles afectados.

La posibilidad de violar la confidencialidad para alertar a las parejas sexuales que no sospechan nada, es también motivo de intensos debates y ha dado lugar incluso a juicios. ¿Debe extenderse el informe médico a terceras personas en peligro cuando el paciente se niega a informar a su o sus parejas sexuales o a aquellos con los que comparte jeringas? En muchos casos, ha prevalecido el derecho a la vida privada. Hay países que no imponen restricción alguna a los enfermos de sida, otros que aíslan a aquellos que presentan una conducta peligrosa, y un par que ponen en cuarentena a todos los afectados.

El control y las sanciones legales han sido siempre aplicadas con mayor facilidad entre prostitutas y soldados. En el siglo XIX, muchos médicos, autoridades y miembros de la Iglesia consideraban que las prostitutas eran ``indeseables pero útiles'', y planteaban la reglamentación de la prostitución como el medio seguro de preservar a la sociedad de las ``enfermedades venéreas''. Sin embargo, había objeciones a la reglamentación; desde el punto de vista médico, la principal crítica era que ésta tomaba en cuenta a la mujer pero no al hombre que, decía el doctor Ricardo Cicero: ``... tan vector es del contagio como ella y si ella le trasmite la enfermedad es también porque de él la recibió''. La mayoría de los países reglamentaron la prostitución, pero desde las primeras Conferencias Internacionales para la Profilaxis de la Sífilis y de las Enfermedades Venéreas, reunidas en Bruselas en 1889 y 1902, se vio que en todos los países la reglamentación había sido imperfecta, y muchos la eliminaron. En nuestros días el asunto vuelve a debatirse.

En el Primer Congreso Médico Mexicano de 1890, Martínez Ancira proponía inspeccionar a las soldaderas, como se hacía con las ``mujeres públicas'', y reglamentar las relaciones sexuales del soldado (en cuanto a su frecuencia, duración y antisepsia), como medio de satisfacer la moral, la higiene y la disciplina militar. Actualmente en Estados Unidos, los militares infectados por VIH están obligados a informar a sus parejas sobre su estado y a tener relaciones sexuales protegidas; si no lo hacen, pueden ser acusados desde ``desobediencia a una orden militar'' hasta ``asalto con arma peligrosa e intento de asesinato``.

Muchos piensan que el ejercicio de la coerción contribuirá escasamente al logro de lo que se persigue, y que serán de mucho mayor importancia los programas de educación concentrados en determinados grupos, las pruebas voluntarias, la información y el tratamiento de las farmacodependencias.

El desafío, hoy como hace 100 años, es proteger la salud pública y, al mismo tiempo, los derechos de las personas vulnerables.

Historiadora, profesora de la Facultad de Medicina, UNAM.