La Jornada Semanal, 28 de septiembre de 1997



OCTAVIO PAZ LEYENDO


Guillermo Sheridan


Guillermo Sheridan presentó hace unos días Travesías: Tres lecturas, de Octavio Paz. Su lectura fue un auténtico performance donde se sirvió de grabaciones en las que el poeta leía su propia obra. El autor de Contemporáneos ayer ha hecho esta versión sin sonidos para los lectores de La Jornada Semanal.



Hear the voice of the bard!
W. Blake

Hace un año, para celebrar en El Colegio Nacional la edición de Blanco que realizó El Equilibrista, se le propuso a Octavio Paz la realización de una grabación del poema. Como Blanco es, digamos, un solo a tres voces, nos invitó a Eduardo Lizalde y a mí a acompañarlo. Escuchar y ver a un metro de distancia al mayor poeta del idioma, leyendo uno de sus más altos poemas, fue una experiencia inolvidable.

Las palabras de Paz comenzaron a levantar ante nosotros su frágil fábrica de signos y silencio. Desde niño escuché poesía y cedo con facilidad al trance de ese ritual antepasado, previo a toda empresa, religión o ruina. Leer y escuchar poesía es un ritual fundacional pero, a la vez, agónico: la página impresa ha desplazadola oralidad a las catacumbas. Quizás en 1913, cuando Apollinaire -pionero en esta como en tantas cosas- grabó Le pont Mirabeau, se comienza a revertir el proceso. Paz, para quien ``comprender un poema quiere decir, en primer término, oírlo'',(1) continúa esa reciente tradición y ha grabado en varias ocasiones su poesía. Además, teorizó sobre el tema hace años, cuando escribió que las grabaciones hacen ``posible la vuelta a la poesía oral, la combinación de palabra escrita y palabra hablada, el regreso de la poesía como fiesta, ceremonia, juego y acto colectivo''.(2)

Pero hay una convicción previa: ``La poesía no se siente: se dice. O mejor: la manera propia de sentir la poesía es decirla.''(3) Y si no es la primera vez que Paz graba sus poemas, Travesías: tres lecturas es su definitiva invitación a esa ceremonia. Además, los discos se acompañan de un libro de ciento cincuenta páginas que constituye una singular antología: un autorretrato hablado. Tres horas de lectura con poemas que van desde Semillas para un himno y ¿Aguila o sol? (1949-1950) hasta los grandes momentos de çrbol adentro (1988). Si no me bastara el medio centenar que suman, echaría de menos un poema juvenil (alguna de las prístinas canciones de ``Condición de nube'', por ejemplo). O alguno de los sonetos. También lamentaría que ``Respuesta y reconciliación'', su último gran poema extenso, y uno de los más elevados, no haya alcanzado sitio, pues lo terminó a poco de realizada la grabación, en agosto de 1995.(4)

Zarpa con una primera lectura, titulada ``Mi casa, mi gente, mi tierra'', que recoge un par de poemas en prosa de ¿çguila o sol? en los que alude a su infancia; ``Cuento de dos jardines'', que evoca su natal pueblo de Mixcoac; el retrato de familia de ``Pasado en claro''; su iniciación literaria en ``Valle de México'', o su inventario afectivo de la ciudad de México con ``Vistas fijas''. La clave de esta sección aparece en un fragmento de ``Vuelta'', incluido también en esta primera travesía, en el que Paz discurre sobre su pacto con la memoria:

La segunda travesía, ``Decir: hacer'', navega el vasto mar abierto de sus oficios de poeta. Entre Piedra de sol, ese fascinante rito de pasaje que lee completo, con especial intensidad, y la parte final de Pasado en claro, recoge la brillante y divertida ``Fábula de Joan Miró'' para celebrar su amor a la pintura, y algunos de los breves y enormes poemas sobre la frágil naturaleza de la identidad personal y la dudosa realidad. La tercera parte es la bitácora de llegada al destino del amor. ``Eros'' comienza con las páginas de La llama doble en las que Paz explica por qué ``el amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte''. Después, dice algunos de los mejores poemas que ha escrito en el amor, esa otra forma de la navegación por el cuerpo y el alma: la serie de ``Maithuna'', un fragmento de Blanco, los soberbios ``Como quien oye llover'' y ``Pilares'', el final del ``Nocturno de San Ildefonso'' y ``Carta de creencia'', impecable summa del poema amoroso, que lee íntegro. En ``Carta de creencia'', por cierto, por estarlos escuchando, emocionan especialmente algunos versos en los que Paz habla precisamente del misterio de hablar y escuchar enamorado. Son versos a Marie-Jo, su mujer, pero si como dice Paz ``nuestra voz es muchas voces; nuestras voces son una sola voz'',(5) ingresamos vicariamente a su hospitalidad:

Es fascinante escuchar alta poesía en la voz de los altos poetas. ¿Quién no recuerda, hace años, aquellas lecturas multitudinarias con Paz y Borges? ¿A Ginsberg con su organillo, o a Ted Hughes, ese gigante con voz de molusco? ¿O las fanfarrias de Vozneshenski y los cachondeos de Sarduy? La poesía dicha y escuchada ¿era más poesía? La disputa retórica de si la música comienza cuando el poeta calla, o al revés, resultaba irrelevante. Como la sor Juana que, quejosa de que los oídos se hallaran tan distantes, le pedía por escrito a su enamorado que la oyese ``con los ojos'', la voz de los poetas nos hacía leerlos con el oído. En el vértigo de la cenestesia, poner entre la mente y el poema no al ojo, sino al oído, nos conduce a los orígenes de la poesía, cuando los poetas escribían con su voz en la memoria de los pueblos y fundaban naciones elocuentes. El agregado de la voz hace que el poema nos parezca más depurado aún, nos traslada a una zona aún más misteriosa de la experiencia poética. No sólo por su ceguera, John Milton se refiere a la voz y la poesía como a ``las harmoniosas hermanas surgidas de las esferas''.(6) La voz no le agrega nada al poema, pero sí le restituye algo. Gracias a la voz del poeta, de un modo ignoto los poemas son más suyos y más nuestros, pues los oímos y los escuchamos, además de con la mente, con el cuerpo. Pero acaso la única diferencia estrictamente semántica entre el poema escuchado y el poema leído, radique en que al escuchar sin el apoyo del texto, el sentido -en la doble acepción de la palabra: oído y significación- fortalece la naturaleza sucesiva de la poesía, su temblor de puro presente, su acontecer de gotera. Apartado del anclaje espacial de la página, sostenido por la sola voz, el poema nos suspende en un presente dilatado. Al leer poesía en voz alta, o al escucharla, ingresamos a un gerundio mental y físico, percibimos al tiempo ocurriendo en nuestro ser. Paz dice que al escuchar poesía ``literalmente, el poema se hace y se deshace frente a nosotros'';(7) y quizá del mismo modo, los oyentes, ciegos eventuales asidos de la mano del poema, nos estamos haciendo y deshaciendo en tiempo. Paz también ha explicado que la hoja de papel que acoge al poema impreso es una metáfora, una representación espacial del tiempo; mientras que, en el acto de escuchar, el poema es tiempo, no su representación. De ahí que en la ``Obertura'' a los discos recuerde la idea de estirpe mallarmeana que, en el carácter verbal y temporal de la poesía en voz alta, observa similitud con la música y la danza, pues que la voz y el oído crean un teatro de palabras. Pero Paz ya ha explicado que la poesía dejó de ser canto para convertirse en ``operación mental'', y, en este sentido, oír poesía no es mejor que leerla: es otra cosa. El que sólo oye, pierde el ``paisaje simbólico'' de la página impresa; el que sólo lee, atenúa la corporeidad y el gusto del tiempo. Hablada o escrita, cada palabra ``exige un espacio distinto para manifestarse''.(8) Así pues, en cierta forma, las grabaciones reconcilian esos dos espacios.

Por tratarse de un poeta que, como ninguno en la modernidad, ha dedicado su poesía a interrogar al ser de las palabras, escuchar la voz de Paz aporta una emoción especial. Tiene dos formas de leer: sin espectadores, lee para sí mismo; más que asir el papel, lo atrapa con las manos, como si se tratase de un objeto concreto y fantástico, surgido de una engañosa duermevela; despacio, marca los acentos con tenues movimientos de cabeza; agrega a veces la voz muda de un pausado ademán; su elocución es parca y respetuosa, con un esmero de paleógrafo, una aleación de charla, murmullo y letanía. Antes de hablar, escucha en su interior el otro poema, el indecible. Casi no hay gestos en su voz, si acaso una emoción administrada con pericia de minimalista. Los gestos están más en sus ojos, sorprendidos e intrigados, como los de un niño que debutase en la básica ciencia de asomarse a un pozo. Escudriña el papel como si cada signo fuese una ventana abierta hacia un mundo incalculable. Se congratula a veces, a veces titubea.

Cuando lee en público, otros lenguajes figuran en el teatro de palabras: el del rostro, azorado y luminoso; el del brazo que parece prolongar en el aire el trazo de la escritura. En ambos casos, cada palabra se enuncia como una sorpresa, no como una certidumbre; cada palabra es un ``novillo de azufre'', un signo de aire, un golpe de sangre, un refugio y un trampolín, una muleta de la conciencia, un pasadizo de la memoria o un buscapiés del deseo: cada palabra palpita, pasa ``descalza, de puntillas'', cada una murmura y colorea, cae madura desde el árbol de la poesía, danza en su ingravidez y se bebe su fugacidad en silencio. Cada palabra habla; cada palabra es

inaudita inaudible

grávida impar nula

sin edad

la enterrada con los ojos abiertos

inocente promiscua

la palabra

sin nombre sin habla(9)

¿Y nosotros, los lectores, los oyentes? Paz dice que ``el poema debe provocar al lector: obligarlo a oír -a oírse''. Nuestra tarea es, pues, tan ardua como la del poeta. Con estas Travesías, Octavio Paz nos ha recordado la responsabilidad de oír y oírnos en la poesía y, a la vez, el mérito de merecer sus dones. Y por si fuera poco, como en tantas otras cosas, nos ha puesto el ejemplo.

(1). En ``Recapitulaciones'', La casa de la presencia, Poesía e historia, Obras completas, I, Barcelona, Círculo de Lectores, 1991, p. 294.

(2). ``La nueva analogía: poesía y tecnología'', ibidem, p. 310.

(3). Ibid., p. 192.

(4«). Está recogido en Reflejos: réplicas, México, Vuelta, 1996.

(5). Obras completas I, p. 172.

(6). En ``At a Solemn Music'', Poems Written at Horton.

(7). Obras completas I, p. 18.

(8). Ibid., pp. 268-69.

(9). De Blanco.