La Jornada Semanal, 28 de septiembre de 1997



EL CUENTO TRISTE


Nicolás Alvarado, Alvaro Enrigue y Julio Trujillo


ENTREVISTA CON AUGUSTO MONTERROSO Y BARBARA JACOBS


El pasado mayo, Alfaguara reeditó la antología El cuento triste de Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs. El punto de partida del volumen es que todo buen cuento es triste. Para hablar del secreto de las historias cuyos pesares nos cautivan, los autores participaron en el programa La república de los necios, que se transmite por Ondas del Lago. Ofrecemos una versión escrita de dicha conversación y celebramos así el Premio Nacional de Literatura de Guatemala, que se le otorgó a Monterroso el miércoles pasado. A partir de este número, el arquitecto y director de teatro Juan José Gurrola, quien ya nos ha beneficiado con sus ensayos, empieza su colaboración como ilustrador de este suplemento.



Alvaro Enrigue: Yo abro fuego: ¿cómo eligieron los cuentos de la antología?

-Bárbara Jacobs: Como relatamos en la breve introducción al libro, todo empezó en un viaje que hacíamos de Nueva Orleáns a México, en 1981 -quiero dar el dato del año porque a veces se olvida el tiempo que tarda en hacerse un libro-, en el que Monterroso propuso que hiciéramos una antología del cuento triste. Entonces, para entretenernos en el avión, hicimos cada uno la lista de cuentos tristes que recordábamos en ese momento. Al aterrizar, comparamos la listas: coincidíamos en algunos de los cuentos, en otros no; los acomodamos, quitamos los repetidos y empezaron a salir muchos datos interesantes. Descubrimos, por ejemplo, que nuestra selección abarcaba cien años -porque los acomodamos cronológicamente- y esto nos empezó a dar una idea bastante sólidaÊde la ocurrencia que había tenido Monterroso, de lo que es la tristeza en la literatura, de por qué, casualmente, siempre que se piensa en recoger la tristeza en su representación literaria solemos enfrentarnos a un texto de calidad... en fin, empezaron a salir muchas cosas a partir de una selección azarosa.

-Nicolás Alvarado: Antes de iniciar esta entrevista, hablábamos sobre la dificultad de crear un cuento triste; decía Augusto Monterroso que no se trata de decir ``ahora me voy a sentar a escribir un cuento triste, dos puntos'', lo cual es perfectamente comprensible. Entonces, ¿qué hace triste a un cuento?

-Augusto Monterroso: Si el cuento recoge realmente algún trozo de vida, alguna situación de uno, dos o más personajes, y si lo hace con profundidad, siempre va a ``tocar hueso'', como dicen; siempre vamos a encontrar que en el fondo de todas las situaciones de la vida se puede llegar (y, desgraciadamente, se llega casi siempre) a la tristeza. Esto supongo que obedece a que la vida, en sí, es triste; no necesariamente triste así, secamente, sino que la vida es difícil. El arribo de cada ser humano a la vida lo está enfrentando a una serie de dificultades: desde respirar hasta empezar a sobrevivir como pueda, de acuerdo con los medios en que se desarrolle la vida. Siempre habrá una lucha que, además, no termina nunca; las dificultades que tiene que vencer el ser humano generalmente lo llevan a preocuparse, angustiarse, agobiarse, problemas que lo conducen a una tristeza esencial. Ir venciendo estas dificultades, ir salvando cada una de ellas es lo que le da respiros, lo que generalmente uno llama la felicidad o la alegría: la ausencia de dolor, la ausencia de dificultades. Pero, en el fondo, ahí está la tristeza, o sea las dificultades, lo duro que es el hecho de vivir, lo que hace que la cosa sea triste.

-NA: En efecto, un cuento triste lo es porque la vida misma es triste y, sin embargo, como la vida también, no está exento de ciertos ángulos cómicos. Pienso concretamente en tres de los cuentos que figuran en esta antología: ``Bartleby, el escribiente'', de Herman Melville; ``La gran rubia'', de Dorothy Parker; y ``El pequeño señor Friedemann'', de Thomas Mann, en los que las desventuras e infortunios de los personajes principales tienen ángulos casi fársicos, haciéndonos ver que no necesariamente un cuento triste lo es exclusivamente.

-AM: Sí, como no lo es la vida. Es necesario tener antídotos contra esa tristeza, y el hombre los ha encontrado. Instintivamente, o genéticamente -no sé cómo decirlo-, existe ese otro lado, el lado de la alegría, que en el mundo de la literatura y en el mundo real, diariamente, se manifiesta por medio del humor. El humor está presente también como un elemento que no desplaza necesariamente a la tristeza; son cosas que conviven. Si un personaje es risible, eso mismo lo hace también profundamente triste: los demás, incluso el autor, lo usan para hacer reír y ya eso lo está haciendo triste. No quiero extenderme mucho en esto, sino poner sólo el ejemplo máximo de la literatura de todos los tiempos que es el de Don Quijote. Don Quijote es un personaje risible, pero el buen lector de Don Quijote se da cuenta de que el personaje es patético y profundamente triste. Don Quijote, de ser el protagonista de la novela más regocijante que leyeron los públicos en el siglo XVII, se fue convirtiendo, a medida que estos lectores o los críticos examinaron verdaderamente lo que había ahí, en el personaje más triste de la literatura.

-Julio Trujillo: Un caso similar es el del personaje de Mann, Tobías Mindernickel: cada vez que sale a la calle, su patetismo provoca la burla de los niños. De hecho, los personajes de toda la antología, no sólo los de los cuentos de Mann, tienen siempre esos antídotos contra la tristeza, esas pequeñas e íntimas burbujas de felicidad. Cada personaje que lleva una vida más o menos patética, encuentra también, en ciertos pequeños detalles, momentos de felicidad que son el contrapeso a la gran tristeza en que está inmerso todo el tiempo. Pienso que tal vez una línea conductora de todos estos cuentos es precisamente el patetismo en que, por lo general, están inmersos sus personajes.

-BJ: Algunos pensarán que el común denominador de esta serie de cuentos es la muerte, como punto de partida de la tristeza, como meta. No es así. Hay un cuento que recuerdo ahora -pero podría ver el índice y quizás encontrar otro- en el que hay ausencia de muerte. En otros hay acumulación, exceso: por ejemplo en ``Un alma de Dios'' de Flaubert hay una acumulación tremenda de muerte, mientras que en ``La marcha'' de Sherwood Anderson es el principio de una vida lo que causa una tristeza absoluta; si uno lo vuelve a leer -y más, quizás, en el contexto del libro- se puede ver muy bien, como decíamos, ese principio de que la vida es triste aunque no hubiera muerte, aunque no hubiera esas enormes dificultades. Es la expectativa de la vida lo que causa una tristeza muy, muy profunda.

-AM: Yo creo incluso que la vida podría ser aún más triste si no existiera la muerte, esa cosa tremenda que nos amenaza a todos. Recuerdo un texto de Swift en el que existe una república de señores que no mueren -sólo envejecen- y eso hace sus vidas mucho más tristes de lo que uno se imagina cuando piensa que si no hubiera muerte todo sería menos angustioso.

-JT: Además acabaríamos con la vocación de muchos suicidas ¿no?

-AE: Hay un relato, ``Una rosa para Emily'' de Faulkner, en el que la tristeza estriba precisamente en que no le llega la muerte a Emily: va decayendo y decayendo y no muere sino hasta una edad avanzadísima... Por cierto, hablando de eso, y también del asunto de la acumulación, la mayoría aplastante de los cuentistas que aparecen en la antología son estadunidenses: ¿eso significa que escriben literatura más triste?, ¿que son más tristes?, ¿que ustedes venían de Nueva Orleáns y por eso se acordaron de los Estados Unidos?

-BJ: En la antología la gran mayoría de los cuentos no son norteamericanos; muchos son de lengua inglesa, que es diferente...

-AE: Pero yo estoy pensando solamente en los norteamericanos: son ocho, sin contar a uno que repite: Faulkner...

-BJ: ...¿sin contar a Joyce, ni a Katharine Mansfield, ni...? Yo no me había tomado el trabajo de contarlos...

-NA: Alvaro es un experto en estadística literaria.

-BJ: Yo creo que tiene que ver con que el cuento es un género que los norteamericanos practican mucho, pero también con que la selección fue hecha, como decíamos, al azar, y esos fueron los autores que recordamos entonces. He pensado que si volviéramos a hacer la lista, o si la hubiéramos hecho en otro momento, dándonos oportunidad de pensar en otros autores, habríamos mantenido algunos de los cuentos, pero la selección sería distinta. Digamos que la base sería la misma: no voy a decir cuáles creo yo que conservaríamos, pero algunos cambiarían. Ahora, quizá también serían autores de lengua inglesa, o norteamericanos, porque hay muchísimos... por lo menos yo los conozco más que a otros.

-NA: Además he de decir -sin aspirar a la erudición matemática de Alvaro- que muchos de los cuentos estadunidenses que figuran en esta antología fueron escritos entre las dos guerras mundiales, una época particularmente triste para los Estados Unidos, tomando en cuenta la depresión económica y las condiciones sociales y políticas prevalecientes. Quizás esto haya influido en el gran número de cuentos tristes escritos en aquel país y en aquel tiempo, que además fue un momento particularmente bueno para la literatura estadunidense.

-AM: Así es... pero yo quisiera volver al tema del periodo que abarca esta antología. Creo que se dijo antes que abarcaba cien años pero, en realidad, abarca doscientos: doscientos años de cuento moderno. Insisto, en cuento moderno, porque eso es lo que contiene la antología. Es notable ver que desde Melville, o más bien desde Flaubert, comienza el cuento moderno. Antes teníamos a Edgar Allan Poe, pero no encontramos cuentos tristes de Edgar Allan Poe; naturalmente hay cuentos maravillosos, impresionantes, de horror y de suspense, pero ninguno tiene la tristeza que nosotros buscábamos al hacer esta antología. Vuelvo a lo del cuento moderno: decíamos al principio que eran cien años, porque contamos desde 1819, el año de nacimiento de Melville, hasta 1922, el año en que nació la cuentista norteamericana Grace Paley; pero si la antología se inicia con Melville, que nació a principios del siglo XIX y escribió desde muy joven, y termina con Grace Paley, una autora que sigue viva, a dos o tres años de que se acabe este siglo, diremos que la antología abarca en realidad dos siglos de cuento moderno. Me gusta ver este libro a veces como un manual del cuento moderno que pudiera estudiarse en las universidades, en las preparatorias, en las secundarias, en las primarias... quizás en el kinder ya sería excesivo...

-AE: Para los niños deprimidos...

-AM: A mí me gustaría llamar la atención sobre el hecho de que esta antología es como una historia del cuento moderno, sin teorías ni nada; los cuentos están puestos ahí tal cual... La antología no los explica, pero esa es tarea de los profesores de literatura, que podrían pasarse un año estudiando a estos autores, enseñando a sus alumnos quiénes son. Tengo varios amigos profesores que ya lo están haciendo y eso me mueve a señalarlo.

-JT: ¿Sería una especie de iniciación a la tristeza?

-AM: Sería una iniciación al aprendizaje de que la tristeza es, como dijimos, inherente al hombre y de que hay que saber convivir con ella. Este libro servirá, si no de consuelo, por lo menos de enseñanza de que no somos nosotros los únicos tristes; en seis idiomas están aquí representadas todas las tristezas que nos pueden acometer, y no es una cosa personal: es una cosa del ser humano.

-BJ: El hecho de que la antología abarque doscientos años, como señala Monterroso, es una confirmación de la presencia constante de la tristeza. El hecho de que estén representadas catorce nacionalidades, de que haya autores hombres y mujeres, blancos y negros, significa que, sea uno como sea, de donde sea, de la época que sea, trae la tristeza adentro. Está en el escritor bucear, encontrarla y representarla: reflejarla en la literatura. También es claro que este parámetro, la tristeza, ayuda a encontrar ejemplos literarios de calidad. Si se tiende a lo superficial, a la anécdota, sin ahondar en los sentimientos, en la verdad, en lo que nos une con todos los tiempos, con todos los hombres, será muy diferente lo que se consiga y lo que se provoque.

-NA: Además hay un goce en cultivar la tristeza...

-AE: ... y la belleza.

-AM: Aquí hemos de aclarar, hasta donde nos sea posible, este concepto de tristeza, que es muy fino, muy delicado. Hay quienes han dicho que la tristeza es lo mismo que la melancolía; otros la comparan con la depresión. Me gusta más compararla con la melancolía que con la depresión: la melancolía, aunque sí es una enfermedad, es ``menos clínica'' que la depresión. No debemos confundir tristeza con depresión. Si alguien está deprimido, es otro tipo de tristeza la que tiene: puede ser clínica, puede ser tratable por un médico y debería serlo. ``Melancolía'' ya se parece más a un término literario. Nos gusta esta palabra porque pensamos en atardeceres y tristezas y ausencia del ser amado. Creo que la tristeza es un sentimiento más suave, más manejable; a veces pienso que puede ser hasta deseable, gozable. Se dice ``una dulce tristeza'': no vamos a decir ``una dulce depresión''. La tristeza tiene posibilidades de ser manejada e incluso disfrutada: por eso un cuento triste se disfruta en determinados momentos melancólicos.

-BJ: En el cuento de Monterroso que se incluye en este libro, ``Homenaje a Masoch''...

-AE: Hay un lector triste, ¿no?

-BJ: ...hay una especie de disposición...

-NA: ... a cultivar la tristeza...

-AM: Claro, pero eso ya se parece un poco al masoquismo; por eso se llama ``Homenaje a Masoch''. El personaje es alguien que verdaderamente está en el masoquismo...

-AE: Gozando su patetismo...

-JT: ...sus ejercicios de tristeza.