Lo único ineludible es tener una actitud ante el propio cumpleaños. Podría hacerse un estudio de las di- ferentes actitudes ante los propios cumpleaños. La gama iría de la desinhibición a la timidez, pasando por la falsa modestia y la distracción, desinterés o desprendimiento verdadero de uno mismo. Pienso y creo que no hay mucho más. Yo no especificaría entre hombres y mujeres, porque es cuestionable que el privilegio de la vanidad, que consiste en ocultar la edad, sea exclusivo de la mujer. En realidad se reduce a poco: estaría entre quienes piensan que su vida es celebrable y quienes no piensan que lo sea. En breve: cómo lo toman quienes pueden con su vida y cómo quienes no pueden con ella. Lo demás consiste en comprobar, como cuando deshojas una flor, si te quieren o si no te quieren.
De pronto recordé que se considera mala suerte de Prokofiev haber muerto el mismo día que Stalin porque, ¿adivinen sobre cuál de los dos funerales recayó la atención mundial? Mi intención no era hablar de la muerte, pero es que los cumpleaños te orillan a recordarla, sea la propia o la de otros. Más al caso de mi tema, sin embargo, pienso en una amiga de la infancia a la que siempre he supuesto puntual porque nació un primero de enero, y en cómo compadecíamos a uno de los primos al que no le tocaban regalos de cumpleaños porque había nacido un 24 de diciembre. Esta es la vida en acción, nacer y estar atento a qué sucede con tu nacimiento.
La mayoría de la gente nace en fechas comunes y corrientes, por más que en ocasiones, cuando alguien nace la víspera del Día de la Madre, o del cumpleaños de la madre, uno no deje de sentir que habría hecho mejor en esperar un día y casi se lo reclame. La precisión en los documentos es una necesidad tan reciente que explica la mayor distensión del pasado. A la fecha, mamá ignora si nació un 27 o un 28 de octubre, por ejemplo, y le creo, porque la confusión está en el día y no en el año. Cierto o desorbitado, atribuir características y destino a la gente según el día, la hora, el mes, el año y hasta el lugar de su nacimiento es por lo menos un entretenimiento que despierta la curiosidad de cualquiera. Para sus adentros, qué escritor de lengua castellana no se enorgullece de haber nacido el mismo día, pongamos por caso, que Cervantes, por más que un colega que sospeche del orgullo del otro se encargue de explicarle que antes las fechas se medían de otro modo y que, por tanto, lo más probable es que lo que se dice que tuvo lugar un día en realidad lo hubiera tenido otro día o año.
Hay coincidencias de fechas fatales de las que, si te tocaron, querrías zafarte. Si eres hombre, hay maneras. Mi perro Maco nada pudo contra haber nacido el mismo día que el Generalísimo, cosa que nos llevó a no celebrar a Maco por temor a que pareciera que celebrábamos al otro. Las fechas son tan importantes que a veces un ser inferior puede ganar un punto ante uno superior basándose en ellas. Allá por los años 70, mi sicoanalista pretendía hacerme entrar en razón, al señalarme que la relación con mi pareja era edípica, pues él era de la edad de mi padre. Me la puso en charola. ``No -le contesté-; será eléctrica, pues mi novio nació el mismo año que mi madre''.
Uno de mis hermanos ganó un concurso de diseño cuando construyó un cementerio en maqueta; la familia conocía el secreto: el arquitecto había nacido un 2 de noviembre en territorio mexicano. Una de las primas, desde niña y con razón, sentía orgullo de haber nacido, tanto que días antes de cada celebración pregonaba, en cuenta regresiva, que su cumpleaños se acercaba. Puede ser un buen augurio casarte el día de tu cumpleaños, pero si las cosas van mal corres el riesgo de arrepentirte no de un error, sino de haber nacido. Supersticioso o no, has de tener presente que las fechas traen cola. A veces me inquieta pensar qué tipo de efecto pueda tener en mí que un día de mi cumpleaños fuera el lunes negro, el del desplome de la Bolsa.
Con todo, el desenlace más desasosegante que conozco de festejo de cumpleaños es lo que le sucedió a Luis D. el día que cumplía 16 años. Lo celebraba bailando el primer vals con su mamá cuando ella, que se deslizaba dulcemente por la pista, entregada a la música de Sibelius en su Vals triste, quedó muerta en los brazos de su hijo.
No me imagino bailando un vals para festejar un cumpleaños, pero sí tomando una copa de vino tinto en celebración del mío. Con quién, con quiénes, en dónde. Busco dentro de mí y lo que encuentro es esto: la cita podría ser en el bar de la Ex Hacienda de San Angel, aquí en la ciudad de México, pero a falta de alguna de la gente que lo celebraría conmigo con gusto verdadero, no puede ser sino en la imaginación para brindar también con ellos. No quiero hacer lo que hice cuando cumplí los 16, que fue, a la hora del pastel, abandonar la mesa familiar y encerrarme a llorar en mi cuarto del segundo piso de casa de los abuelos.