Nos evocan los años de 1846-48 --justo hace 150 años-- en que México fue invadido por tropas estadunidenses que buscaban arrebatarnos parte de nuestro territorio, avieso fin que finalmente lograron. La puntilla final de la invasión fue la toma de la ciudad de México. Es patética la descripción de las batallas, muchas perdidas por la mala planeación que despierta duda de las intenciones profundas de Santa Anna, quien siendo un gran militar ordenó acciones que parecían tener el propósito de facilitar las cosas al enemigo. Valgan como ejemplo Churubusco y Chapultepec y el ``armisticio'' que posibilitó a las tropas invasoras reabastecerse de víveres, armas y municiones.
Actitud muy diferente fue la de la población; en un repaso de esos tristes días, son muchos los actos de heroísmo en muchos frentes: trincheras, calles, plazas, azoteas, con armas de todas clases: fusiles, piedras, palos, pistolas, lo que hubiese a la mano, la gente defendía su ciudad. No se pueden olvidar a esas mujeres que rechazaron al enemigo, pagando muchas de ellas con su vida. Baste leer en Guillermo Prieto las memorias de su querido amigo Zapatilla, protagonista de esos hechos, quien relata el ingreso de las tropas enemigas por las vías más importantes de la capital: Belem, la Mariscala, San Francisco, Plateros (léase avenidas Chapultepec, Hidalgo y Madero) y las mujeres increpando a Scott: ``cállate costalón, fuera, brujo...'' era tanta su furia y arrojo que en la esquina de la Plaza del Volador (hoy Suprema Corte de Justicia) ``subido en alto, un hombre pelón, de ojos muy negros, de cabello lanudo y alborotado, de chaquetón azul, que hablaba muy al alma... exclamaba: `Las mujeres nos dan el ejemplo ¿que ya no hay hombres? ¿que no nos hablan esas piedras de las azoteas?...'' Sus palabras se vieron interrumpidas por el silbido de una bala; ése fue el detonador para que la multitud se armara de lo que encontrara a mano atacando ferozmente al enemigo.
La reseña de Zapatilla es conmovedora: ``la lucha se empeña en la calle de Santa Teresa (actual Lic. Verdad); allí, un yanqui hiere con la culata de su fusil y destroza el cráneo de una niña que a nadie ofendía; don Pomposo Gómez, segundo jefe del alumbrado, que andaba cuidando el orden, se acuerda que es mexicano, se lanza sobre el yanqui, lo derriba y le planta los pies en el pescuezo. ¡Viva México! grita la multitud; sobre Gómez cayeron montones de soldados; las mujeres los jalaban o los herían por donde podían... Gómez perdía sangre y se atrincheraba contra la pared, siempre peleando... de las azoteas llovían piedras, ladrillos y hasta muebles que se despedazaban con estrépito al caer''.
Para controlar la situación Scott tomó severas medidas, entre otras instituyó los azotes, que en los mexicanos eran aplicados públicamente y en privado a sus connacionales. Sin embargo, continuaron los múltiples fallecimientos, derivados de la permanente resistencia de los capitalinos a la presencia invasora; se llegó al extremo de enterrar a los muertos en la Alameda y en San Lázaro. Fue necesario que el ayuntamiento emitiera un bando en el que se conminaba a la población a dejar de atacar a los invasores, porque Scott había manifestado que si eso no cesaba cada vez que recibieran una agresión serían ajusticiados todos los que estuvieran en la casa de donde había provenido y ésta sería destruida.
Esta pesadilla duró 10 meses en la capital y más de dos años en el país; el costo fue terrible: la pérdida de la mitad de nuestro territorio y el sabor amargo de la traición de varios infelices mexicanos. Con seguridad estos son de los recuerdos más tristes que tiene nuestra ciudad, aunque también conserva los del patriotismo y solidaridad de sus habitantes, sentimientos que allí están, aunque permanezcan guardados, pero los vemos surgir en las crisis mas agudas, como la que vivimos a raíz del infausto terremoto de 1985.
Sobre el tema de la invasión, el Archivo General de la Nación organizó la exposición y ciclo de conferencias En defensa de la Patria. La primera, muestra interesantes documentos como las cartas del cónsul mexicano en Nueva Orléans, que acusa al gobierno de Estados unidos de apoyar con armas a los colonos anglosajones en Texas, o el bando del presidente interino Mariano Paredes, en el cual ordena limitar la libertad de imprenta y castigar a todos los que escriban a favor de los invasores o en contra del gobierno. En las pláticas participan connotados especialistas: Silvio Zavala, Josefina Vázquez, Jorge Nacif, Carlos Martínez Assad, Margarita Loera Chávez, Elisa García Barragán y Vicente Quirarte, entre otros.
Estas reminiscencias no son para celebrar, pero para consolarnos sí podemos tomarnos un tequilita con su sal y su limón, en las innumerables cantinas del Centro histórico, como La Mascota, en Bolívar y Mesones, con excelente botana.