En las ciudades de Malasia, de Borneo, del sur del archipiélago filipino, la gente se asfixia y los ancianos y los niños no pueden salir a la calle mientras todos los demás tratan de respirar con mascarillas. El humo de un incendio de 600 mil hectáreas ha provocado ya el choque entre dos buques, con casi 30 muertos, en el estrecho de Malaca y la caída de un avión indonesio, con saldo de 234 víctimas. En el desastre ecológico más grande del Sureste asiático desde la guerra de Vietnam, que convirtió bosques enteros en zonas de apariencia lunar, está desapareciendo el segundo pulmón verde del planeta, sólo superado por la foresta amazónica.
La causa primaria de esta catástrofe reside en los métodos primitivos de explotación de los bosques de Borneo, pues los grandes terratenientes que los talan despiadadamente, para ahorrarse la limpieza del terreno una vez cortados los árboles preciados, prenden fuego al resto de la vegetación. Pero la responsabilidad principal es imputable a una línea económica basada en la exportación y en la explotación ``minera'', hasta su agotamiento, de los recursos naturales, filosofía que defiende el Fondo Monetario Internacional para acelerar la mundialización económica. Mientras la industria maderera trabajaba sólo para el mercado local, los métodos eran igualmente primitivos, pero los daños ecológicos eran reducidos y los bosques tropicales alcanzaban a recuperarse; en cambio, el hambre de madera del Japón, el principal importador asiático, por ejemplo, y la disolución y corrupción del control estatal destruyen anualmente en el bosque tropical húmedo del Asia suroriental el equivalente a la extensión de Austria y del Norte de Italia. El interés privado, el ansia de lucro, el individualismo, afectan así la supervivencia misma de la especie humana, al destruir la fuente del oxígeno que respiramos y se opone a la subsistencia de los propios estados cuyos recursos se transforman en humo.
Lo más grave es que esta destrucción acelerada y descontrolada de los ecosistemas no sucede solamente en Asia: un cuarto de los árboles de Europa está gravemente afectado por las lluvias ácidas o por el uso depredatorio del agua, de los suelos, del ambiente. La ciudad de México misma, como hemos comprobado el día de ayer, se colocó nuevamente en estado de contingencia ambiental.
Al mismo tiempo, una serie de temblores ha afectado terriblemente en Italia ciudades que son verdaderas joyas artísticas, como Asís, Orvieto, Urbino, Foligno y Perusa, y dañado irremediablemente obras del Giotto o de Cimabue que habían resistido siglos de desastres de todo tipo. Aunque no pueden impedirse los daños causados por los terremotos, sí podrían reducirse, a condición de respetar el territorio, de no aumentar la fragilidad del suelo talando las laderas de las colinas o quitando a los terrenos agua y humedad y, por lo tanto, elasticidad y resistencia.
La transformación de la naturaleza en mercancía y el uso privado de los recursos naturales e históricos --el territorio ha sido amorosamente construido por generaciones de campesinos-- se ha acelerado brutalmente con la mundialización y con la pérdida de funciones reguladoras por parte del Estado. Las recomendaciones de la Cumbre de Río de Janeiro sobre la defensa ambiental han terminado como los bosques de Borneo, en humo, y lo mismo le ha sucedido a las de las de reuniones posteriores. ¿Mundialización es acaso lo mismo que saqueo? Ante estos graves acontecimientos, cabe preguntarse si no sería necesario obligar a quien contamine o destruya el bien de todos que pague y repare el daño cometido e imponer una responsabilidad penal a quien adquiera bienes producto de la depredación de la naturaleza.