El gobierno insiste en que se debe continuar con las medidas de política económica que han mostrado dar buenos resultados, y dice también que hay que modificar aquello que no funciona. En esto último parece, sin embargo, que es todavía mayor el contenido discursivo y menos la decisión política para hacerlo. En ese marco puede discutirse la reciente adaptación que ha anunciado el Banco de México a las formas de gestión sobre la cantidad de dinero en la economía y que es el principal, si no el único, medio para reducir la inflación. Esta adaptación considera la posibilidad de acrecentar la liquidez en el sistema bancario mediante el instrumento de los saldos sobre las cuentas que el banco central mantiene a los bancos comerciales. El Banxico no renuncia a la forma en que se administra la política monetaria desde principios de 1995 y su reciente anuncio está dirigido esencialmente a decirle a los que participan del mercado financiero que podría aumentar la cantidad de dinero para reducir su costo, o sea, las tasas de interés, y forzar con ello una depreciación del tipo de cambio del peso frente al dólar.
Lo que el banco central está diciendo, en efecto, es que cuenta con un mecanismo para aflojar las presiones sobre el tipo de cambio y con ello intentar reducir la tendencia a la sobrevaluación del peso. Esto no significa que esté en posibilidad de hacerlo. Con ello el Banxico parece dar una respuesta --un tanto tangencial-- a las críticas que se han venido haciendo sobre el riesgo que entraña mantener barato el peso y la vulnerabilidad que ello representa para la economía. Los estragos del último episodio de la crisis están todavía muy frescos y los agentes del mercado financiero actúan con prontitud para salvar el pellejo. Eso lo saben en Banxico y por ello se manda esta señal. Por ahora los destinatarios del mensaje parecen estar satisfechos, cuando menos de boca para afuera y por un periodo que puede ser relativamente corto, pero no hay garantías de que con ello se evite no sólo la volatilidad del tipo de cambio y de su hermana siamesa, la tasa de interés, sino de que logre conjuntarse la estabilidad de las variables financieras con la recuperación productiva. Es ésta última la que constituye el criterio final de las virtudes del programa económico que se está aplicando.
La fortaleza actual del peso no se corresponde con las condiciones productivas que muestra ahora la economía, y es consecuencia de un entorno financiero que provoca la entrada de capitales que es la que abarata al dólar. Cuando el dólar se convierte en la mercancía más barata en esta economía se convierte en un presagio de desequilibrios que resulta muy costoso corregir. El Banxico no lo ve así, por supuesto, o cuando menos no lo admite públicamente, y en su informe sobre la política monetaria durante el primer semestre de 1997, que por ley debe presentar al Congreso, señala en cambio que el éxito macroeconómico del ajuste que ha ocupado todo este sexenio es la razón de la avidez de los capitales nacionales y extranjeros por colocarse en pesos. La verdad es que esas corrientes de recursos responden en gran medida a condiciones especulativas asociadas con los altos rendimientos reales en dólares que se obtienen aquí. Eso también lo saben en Banxico, pero tampoco se dice.
De lograrse reducir efectivamente el nivel de las tasas de interés, se ejercería una presión sobre el tipo de cambio pues cada dólar exigiría más pesos para aceptar un rendimiento financiero más bajo. La depreciación del peso, a su vez, elevaría la competitividad de las exportaciones, pero también incrementaría el costo de las importaciones necesarias para apoyar el crecimiento económico y, con ello, tendría un efecto adverso sobre la inflación. Las tasas de interés van a mostrar una resistencia a la baja, sobre todo en este periodo del año en que hay un aumento estacional de la inflación y será difícil vencer esta resistencia con una medida como la recientemente anunciada por Banxico.
Además, a medida que la economía se ha ido recuperando se ha agotado el superávit comercial, y la entrada de dólares por este concepto ya no existe. Aunque pudiera mantenerse una situación de menor entrada de dinero invertido en deuda pública, y por lo tanto vinculado con el costo del dinero, mucho del capital está ahora invertido en la bolsa de valores y sobre él no puede actuarse mediante la tasa de interés. Este capital es no sólo altamente especulativo, sino también muy volátil y aumenta la vulnerabilidad financiera. Al final todo se reduce a la apreciación del riesgo que vayan teniendo los inversionistas, y esta es una condición que ha mostrado ya que puede hacer mucho daño. Tal y como funciona hoy la economía mexicana, y sobre todo la gestión monetaria que se aplica, da la impresión de que son muchas pelotas en el aire y puede congestionarse la habilidad del malabarista.