MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Seguiré esperando
Me imaginé que ibas a disgustarte cuando te contara que había ido al Rosario. Siempre me dices lo mismo: que lo hice para torturarme. Te equivocas. ¿No puedes comprender que quería estar allí por si la niña llegaba? No tienes que recordármelo a cada rato. Sé perfectamente que han transcurrido doce años, ¡doce años!
Dios mío, cómo pasa el tiempo. Olga andará por los diecisiete. ¡Oyeme, no soy tonta! Comprendo que habrá cambiado muchísimo pero te aseguro que la reconoceré: sigo siendo su madre.
Esta mañana llegaron al Rosario muchas mujeres. Todas llevaban velas y flores. Una señora se fijó en que yo no traía nada y quiso regalarme una margarita. No se la acepté, le dije que no había ido allí para llorarle a mis muertos sino para esperar a mi hijita, como todos los años.
Se me quedó viendo como tú me miras a veces. Ella también debe haber pensado que estoy loca. ¿Y sabes cómo se despidió? Me dijo: ``Voy a pedirle mucho a Dios para que le mande resignación''. ¿Por qué todo el mundo me habla de eso? No, no me resigno.
¿Cómo que por qué? Pues porque no encontré a Olga sepultada entre las piedras, en ningún momento la vi hecha pedazos. Cuando nos despedimos estaba vestidita con su uniforme y disgustada porque ese jueves la había levantado más temprano que de costumbre.
¿Y sabes lo que hice? La regañé. Le grité que en vez de reclamarme y quedarse allí, como tonta, se pusiera a ordenar los juguetes regados por todas partes.
Margo, tienes razón si crees que me estoy volviendo loca. Es que no duermo. Me paso la noche recordando aquel día. Me dan ganas de darme de topes contra la pared cuando pienso que regañé a la niña en lugar de abrazarla.
Siento muchas ganas de hacerlo. A veces no me las aguanto y abrazo lo que sea. ¿Te imaginas que cosa tan terrible? Puedo abrazar a todas las personas que hay en el mundo -y son millones y millones- menos a mi hija. Es una tortura horrible, un castigo de Dios.
Me pregunto qué habré hecho tan malo como para merecer este tormento. Margo, tú me conoces, ¿crees que soy mala persona? No, nunca he matado ni robado, pero a veces tengo malos sentimientos.
Hoy en la mañana, cuando vi a las mujeres que asistieron a la misa en el Rosario, me dieron ganas de acercarme y preguntarles por qué a ellas Dios las quiere tanto. Imagínate: les permitió encontrar a su gente. Por terrible que haya sido su dolor al ver los cuerpos desechos entre las piedras, no se compara con esto.
Otra vez te equivocas. ¿Cómo se te ocurre que me gusta torturarme y sufrir? Al contrario, cada mañana, cuando me levanto, lo primero que hago es preguntarme cuándo acabará mi tormento. A veces pienso que nunca y entonces deseo la muerte. Sólo a ti te lo digo: si algo me detiene es la idea de que en cualquier momento mi hija entrará por esta puerta.
Voy a confesarte una cosa. Hoy no sólo envidié a las mujeres que estaban en la misa, también las odié, porque ellas duermen tranquilas, a sabiendas de que sus maridos, hermanos, padres, hijos, se encuentran en un sitio donde pueden ir a visitarlos, a llorarles, a ponerles flores. También pueden pedirles perdón. Yo no tengo adónde ir a suplicarle a mi hija que me perdone por haberla dejado sola aquella mañana.
Vi su cara de tristeza cuando cerré la puerta. En ese instante pude haberla tomado de la mano, pero no lo hice. ¿Por qué no me la llevé a la pensión? No lo sé. Me fui sola a sacar el coche y a ella la dejé en la casa para que ordenara sus juguetes.
Puede que en el momento en que se desplomó el techo Olga haya estado acomodando en la cuna a su Chilloncito. Si así fue, la niña murió pensando en las cosas feas que le dije. Pero sé, siento que mi hija está viva. El día en que nos encontremos voy a abrazarla fuerte, fuerte. Le diré todas las palabras bonitas que he estado guardando para ella durante estos doce años.
Así olvidará que aquella mañana le grité que era una niña floja y fea. Le dije algo más: que cada uno de esos juguetes a mí me costaban mucho esfuerzo, Sangre. ¿Por qué tuve que decirle algo tan espantoso? Imagínate, hablarle de sangre a una niña. No, no estoy exagerando. Le dije eso y más. Algo horrible: ``Si sigues portándote así ya no te voy a querer''.
Dejé a Olga solita en la casa, llorando. Ahora que te lo cuento me parece estar viéndola. No puedo olvidarme de esas cosas. Te juro que no me esfuerzo en recordarlas. Me llegan todo el tiempo. Estoy tan cansada... ¿Por qué Dios no se apiadará de mí?
Lo sé: es porque soy mala con El. A veces me enojo y le grito cosas horribles. No puedo evitarlo. Esta mañana, en el Rosario, le hice reclamaciones muy feas. Le dije que se pusiera a pensar en lo que sufriría su madre si anduviera buscándolo como yo a mi hija. Estoy segura de que hasta la Santísima Virgen se hubiera vuelto loca. Entonces cómo no voy a enloquecer de desesperación. Todo sería distinto si El en verdad me amara y me hiciera el milagro de decirme si Olga murió o si esta viva.
Mi corazón me dice que vive. ¿Crees que mi hija se acuerde de mí? Yo no puedo olvidarla. En todas partes me parece verla. Esta mañana, en el Rosario, pasó una niñita y la seguí. Pobre criatura, la asusté cuando le dije: ``Olga, Olguita, soy yo...'' Sí, no tienes que repetírmelo. Han pasado doce años, mi hija ya creció. Si está viva debe haber cambiado muchísimo.
Tal vez ya ni recuerde todo lo que le dije aquella mañana. Eso es lo que más me mortifica: pude haberle acariciado su cabecita, haberle dicho que se veía monísima de uniforme de gala. Lo estrenó el día 13 porque fue el día de los Niños Héroes y a ella la escogieron para recitar el poema a la Bandera.
Me parece que la estoy viendo peinadita y muy seria recitando delante de todos sus compañeros. Estudiamos juntas el poema y el día en que se lo aprendió bien le regalé su Chilloncito. Yo también llegue a saberme de memoria aquel comienzo: ``Verde es la esperanza amada, /Blanca es la inocente vida,/ Colorada enrojecida es la llama del amor...'' Lo demás ya se me olvidó.
Ultimamente todo se me olvida, todo menos mi hija. Eso a Angel le molesta muchísimo. Dice que un día de estos voy a tener un problema porque dejo la lumbre prendida. También me reclama que de noche no cierre la puerta con llave. Cree que es otro de mis olvidos. Se equivoca: lo hago por si Olguita regresa... Tal vez suceda este año. ¿Y si no? Ay, Margo, qué pregunta: seguiré esperando.