La primera de las tareas que deben asumir los nuevos dirigentes del PRI es hacer el recuento de sus propias fuerzas. Es innegable que jamás, en su larga trayectoria como instrumento electoral del sistema político postrevolucionario, el PRI había obtenido resultados tan desfavorables como los registrados el 6 de julio del presente año. La anterior dirección nacional, formalmente responsable en esa funesta batalla, ya hizo el examen de las causas externas y los factores internos que determinaron tales resultados, análisis cuya utilidad dependerá de su grado de objetividad, es decir, de que su propósito no haya sido solamente justificar su propia actuación, sino descubrir realidades que, en su momento, no se tomaron en cuenta o no fueron evaluadas adecuadamente, y reconocer los consecuentes errores de diseño estratégico y de conducción política.
El siguiente paso sería responder con absoluta veracidad a varias preguntas: ¿Cuál es el estado real del aparato orgánico del PRI? ¿Dónde están sus efectivos, cuál es su número y su nivel? ¿De qué naturaleza son los vínculos que los mantienen leales a su partido? ¿Qué esperan de éste en lo inmediato? ¿Qué tipo de riesgos amenazan su adhesión? ¿Cuál es su actitud frente a demandas postergadas, como la democracia interna, el esclarecimiento de los crímenes políticos y la depuración del priísmo, mediante la expulsión de quienes simbolizan la corrupción y generaron el desprestigio que injustamente pesa sobre todos los militantes del PRI por el solo hecho de serlo?
Mientras la dirección cupular del PRI no posea la información que dilucide esas interrogantes, estará expuesta a dar pasos en el vacío e incurrir, como ha venido ocurriendo en los últimos años, en la gran equivocación (madre de todas las demás equivocaciones) de actuar como si la sustancia humana y la contextura social del partido no hubiera cambiado drásticamente en cantidad y en calidad, y no se hubiese alterado la identidad de intereses entre los postulados del partido y las políticas del gobierno.
Hay evidencias que no pueden ser ignoradas. Se reconoce unánimemente que el PRI ha perdido su capacidad de convocatoria y de movilización. La explicación es que dejó de ser, de tiempo atrás, una organización de masas.
Cuando Luis Donaldo Colosio impulsó la tesis, que la XIV Asamblea recogió parcialmente, de transformar al PRI en un partido de ciudadanos y no de sectores, el objetivo no era debilitar políticamente a las organizaciones de obreros y de campesinos y mermar la influencia de sus dirigentes en las decisiones internas del partido, sino procurar que éste diera un paso adelante en una operación estratégica de mediano plazo, con la finalidad de adecuarlo a las realidades demográficas y la composición sociopolítica de un país en donde es cada vez más numerosa la población que carece de filiación partidista. La llamada sociedad civil ya era entonces, potencialmente, la fuente mayoritaria de la voluntad electoral.
El PRI impuso su hegemonía durante décadas a través del control sectorial. Los ciudadanos organizados en las grandes centrales de obreros, campesinos y del denominado sector popular, respondían básicamente a la disciplina gremial y su adhesión al partido era una consecuencia de ésta y no la causa primigenia de su respuesta positiva a las convocatorias movilizadoras ni de su voto confirmatorio en las urnas electorales. Pero tales lazos disciplinarios se fueron aflojando, principalmente en las grandes urbes, como lo saben mejor que nadie los dirigentes obreros. La lealtad de éstos respecto del partido está fuera de toda duda, pero ahora carecen en sus propias organizaciones del número de seguidores que antes aportaban y que fueron las bases que hicieron del PRI el único partido de masas que registra la historia del país.
En cuanto a la estructura territorial del partido ha ocurrido un proceso similar. Subsisten los cuadros dirigentes, pero la afiliación masiva que fue característica de otras etapas es cosa del pasado. El programa de ``credencialización con fotografía'' que se intentó en el Distrito Federal durante el año previo al proceso electoral de 1997, arrojó resultados muy ilustrativos por su precariedad, pues la cifra total de afiliados y reafiliados fue apenas la quinta parte de la meta prefijada.
Si usted, lector, fuera dirigente del PRI ¿qué se propondría? ¿Reconstruir el partido de masas que dejó de existir o reorganizarlo como un partido de cuadros, ágil y actualizado en sus programas, estrategias y métodos de trabajo?