Carlos Bonfil
Contracara

A partir de 1986, el cineasta chino John Woo se convierte en figura de culto en Hong Kong, Europa y Nueva York al proponer en Sindicato del crimen, cinta de éxito inmediato, una relectura del cine asiático violento, remplazando las tradicionales películas de kung-fu y sus tramas inverosímiles (de Bruce Lee a Jackie Chan) por un cine de gangsters en el que el acto violento es propuesta de estilo, y las balaceras coreografías magistrales que culminan en un ritual de la fraternidad masculina, según códigos estrictos de honor y de lealtad. Películas como The killer (1989), Una bala en la cabeza (1990) o Hardboiled (1992) desean cuestionar el poder del dinero y la impunidad de la corrupción a partir de ejemplos de heroísmo e integridad moral. En este cine violento hay fuertes dosis de exaltación y ternura, inesperadas complicidades afectivas entre un delincuente y su perseguidor policiaco, y un componente de absurdo que a menudo conduce a las películas al terreno de la comedia. Algo original en el cine que John Woo realiza en Hong Kong es su manejo de la intensidad emocional y la astucia en oposición al elogio hollywoodense de la fuerza física. Es esta originalidad la que admira y emula el director Quentin Tarantino en Perros de reserva (Reservoir dogs, 1992), su película de culto instantáneo.

Antes de Contracara (Face/off), Woo había aceptado dirigir en Hollywood dos cintas, Operación cacería (Hard target, 1993), con Jean Claude Van Damme, y Código: Flecha Rota (Broken arrow, 1996), con John Travolta y Christian Slater. En esas cintas eficaces, la magnitud del presupuesto permitió no sólo un gran despliegue de efectos especiales, sino también la contratación de actores muy populares, capaces de garantizar la recuperación financiera del filme. En Estados Unidos, el cine de Woo gana espectacularidad (y público), pero pierde algo de su sustancia emocional. De la violencia ritual y erótica, el director pasa al artificio técnico y la trama convencional. Algo señala también la experiencia hollywoodense: el repliegue del humor un tanto cínico y canallesco de las cintas de Hong Kong a favor de las ganas de decir cosas serias, defender valores familiares y mostrarse solemne en tramas absurdas, involuntariamente humorísticas. A pesar de eso, John Woo permanece fiel a sus temas y su estilo, y las concesiones que hace a la industria estadunidense las muestra tan obvias que al final pareciera él mismo descalificarlas.

Contracara es probablemente la propuesta de guión más descabellada con la que John Woo haya podido toparse en su carrera. Un asesino terrorista, Castor Troy (Nicolas Cage), y un agente del FBI, Sean Archer (John Travolta), se persiguen y tiranizan mutuamente hasta el punto de intercambiar literalmente sus rostros con ayuda de la cirugía plástica. En manos de John Woo, un director célebre por el ritmo vertiginoso que imprime a sus cintas, este material de tira cómica se vuelve, en sus mejores momentos, una comedia eficaz, la gran comedia de enredos de los 90. Empero, la cinta soporta el lastre de una subtrama doméstica y un desenlace de rutinaria factura hollywoodense. La intensidad emocional de Hard boiled se transforma aquí en interminable lamento viril por la pérdida del pequeño Mike, hijo de Archer, asesinado por el archivillano Troy -como en cualquier secuela de El vengador anónimo (Death wish, Winner, 1974), con Charles Bronson. Al margen de esta rutina hay una estupenda diseminación de imágenes sugestivas: las escenas en una cárcel a la vez ultramoderna y medieval, con suelos magnéticos y reos con botas metálicas controladas a distancia: la secuencia en una iglesia, con una balacera entre vírgenes y santos y palomas en cámara lenta; la insinuación del incesto y la banalización del adulterio por la confusión de identidades; John Travolta y su conducta alucinada luego de ingerir droga.

Son muchos los elementos de humor, parodia y cinismo embozados en esta cinta. John Woo realiza un esfuerzo laborioso para extraer de un guión convencional inesperadas detonaciones explosivas. El cinéfilo admirador de Woo disfrutará nuevamente la célebre imagen de dos hombres apuntándose mutuamente los rostros con la punta de un revólver, como preludio a una ejecución o a un desbordamiento afectivo; luego son tres o cinco los personajes que participan del ritual, ensanchando el círculo, dando la primera indicación escénica para una coreografía apoteósica. La debilidad de John Woo por elaborar parábolas bastante superficiales sobre el bien y el mal, o por improvisar mensajes sobre la unidad familiar, no impide que finalmente perduren su talento expresivo y la calidad de sus imágenes, tan vigorosas hoy como hace 10 años.