Mientras siga así, habrá que decirlo: pese a los discursos y las apariencias, la relación entre México y Estados Unidos está torcida. Está viciada por algo muy parecido al sadomasoquismo. Y de esa forma jamás será una relación fructífera. Más bien dará pie a la evocación, no de la alta diplomacia, sino de grupos musicales como Maldita Vecindad.
Realmente es difícil aplaudir una relación en la que México pone las concesiones y EU los palos, cada vez más eficaces para arrancar nuevas concesiones. Pena de muerte y narcotráfico son los temas del último episodio de esta suerte de trágica telenovela, que bien podría llamarse Mirada de ujier (empleado de la categoría más baja en el escalafón de las burocracias).
Con ese tipo de mirada, el gobierno mexicano una vez más tuvo que apechugar la muerte de un mexicano (Mario Murphy Rodríguez, como hace poco Irineo Tristán Montoya) a cargo del nada civilizado y harto racista, sistema judicial de EU. Una vez más ello ocurre no obstante los ruegos ``al más alto nivel'' para que la pena de muerte endilgada a Mario fuese conmutada por una sentencia menos inhumana, para lo cual incluso se ofrecieron las cárceles de México.
Y una vez más, como en el caso de Irineo, EU se salió con la suya aun a costa de violar el derecho internacional, específicamente el artículo 36 de la Convención de Viena, que establece el derecho de todo extranjero detenido a entrar de inmediato en contacto con la misión diplomática (embajada, consulado) de su país; cosa que no ocurrió sino años después de la detención de Mario. Pese a las súplicas del gobierno mexicano y las exigencias de Amnistía Internacional junto con muchas otras organizaciones civiles dentro y fuera de EU, Mario alcanzó a Irineo en el rincón del cielo para los ejecutados, si lo hay.
Tal vez por tantas sinrazones, funcionarios del gobierno estadunidense tuvieron a bien decir: ``Nos estaremos comunicando para ofrecer nuestras disculpas formales al gobierno de México'' (La Jornada 18-IX-97). Y tal vez por lo mismo, el canciller de México calificó la ejecución de Mario como algo ``extraordinariamente doloroso para México y todos los mexicanos'' (idem).
Para colmo de dolores, la insensibilidad de EU transcurre codo a codo con la obsecuencia de México. Sólo un día antes de la ejecución de Murphy, el zar antidrogas en EU, Barry McCaffrey, informó a su Congreso sobre los avances de México en la lucha contra el narcotráfico. Y en ese informe apareció un buen cúmulo de concesiones a otras tantas exigencias del vecino: ingreso de aeronaves estadunidenses al espacio aéreo de México, y ya no sólo para fines de reabastecimiento. Autorización --eso sí, ``caso por caso''-- para persecuciones de aeronaves sospechosas de narcotráfico. Capacitación en EU de un número creciente de soldados mexicanos (300 el año pasado, mil 500 conforme a la más reciente programación). Ello, en materias también crecientes: lucha antinarcóticos, comunicaciones, inteligencia, ``fuerzas especiales'', entre otras. Presencia de miembros de la Guardia Costera de EU como testigos en juicios contra narcotraficantes desahogados en tribunales mexicanos. Aumento de los agentes que operan en México, así de la DEA como del FBI, a quienes además se confieren ``actas oficiales de inmunidad''. Y muchas otras cosas que, juntas, permiten al informe de McCaffrey esta conclusión: ``Durante la administración (de) Zedillo, México ha progresado sustancialmente en la reorientación de sus prioridades [...] para mejorar la cooperación con Estados Unidos contra el narcotráfico'' (La Jornada 17-IX-97).
Lo cierto es que una vecindad sana jamás podrá edificarse con base en golpes y disculpas por parte de EU, ni de lamentos y concesiones por parte de México. Acaso es esto el principal mentís a informes sobre la política exterior del gobierno mexicano, como el rendido ayer ante la Cámara de Diputados. Y acaso sin duda alguna, el saneamiento, la dignificación de nuestra vecindad con la gran potencia constituye la tarea número uno si dicha política ha de brillar otra vez.