El pasado 4 de septiembre MTV transmitió su premiación particular. De acuerdo con los resultados, no es díficil adivinar que las estrellas que han hecho carrera en el canal y que han sabido sujetarse con docilidad a los requerimientos de la exhibición planetaria reciben, aunque su video no sea el mejor, su trofeo que es más bien un premio de buena conducta; muy a la manera de los oscares cinematográficos. Dentro del festejo siempre hay un hueco (por no escribir hoyo), donde aparecen bandas latinoamericanas para que la parte tropicalizada del canal, ésa que se transmite en las sucursales del continente, tenga un poco de juego. Mientras el famoso locutor Howard Stern desafiaba a su público contando chistes de Lady Di y Marilyn Manson exhibía su espantoso par de nalgas, en la Ciudad Universitaria de la ciudad de México 30 mil jóvenes asistían a un concierto múltiple para reunir alimentos, dinero y toda la conciencia posible en preparación para la llegada de los mil 111 zapatistas a la ``capital rebelde''. Este era el último de una serie de cinco conciertos en diversos planteles universitarios, que fue reducida a tres por alguna autoridad de esa institución para jóvenes, que aborrece la conducta de los jóvenes.
Ocho días más tarde los mil 111 llegaron a la ciudad. Conscientes de que las fotografías de sus actos suelen dar la vuelta al mundo y aprovechando esa malicia mediática que los ha hecho noticia desde el principio, lanzaron sus consignas en el Zócalo enmarcados por los diseños luminosos de las fiestas patrias. La decoración oficial como marco del discurso rebelde daba como resultado un cuestionamiento: ¿Quién se independizó de qué?
El concierto de Ciudad Universitaria, ése que perdía en rating contra los premios MTV, fue un hecho histórico que desde luego jamás registrará la historia; tuvo que hacerse en el único lugar de toda la Ciudad Universitaria que prestaron las autoridades: una explanada junto al Estadio Olímpico, de cemento durísimo, perfecta para un recital de Armando Manzanero y poco recomendable para un público que suele bailar a tope y ocasionalmente lanzarse de avioncito encima de la multitud, con el riesgo de que la multitud se quite y en su lugar quede el cemento. Con todo y la inclemencia física de lastimarse el nervio ciático, o de perder la alineación de las rodillas, los 30 mil bailaron y aunque no todos cumplieron con la cooperación de 15 pesos y un kilo de granos, sí se reunieron 10 toneladas y una cantidad de dinero que puede consultarse en la carta dirigida a El Correo Ilustrado de este diario, el 11 de septiembre.
Los zapatistas llegaron a la ciudad de México con esos mismos pasamontañas que les habían prohibido, la bienvenida fue casi unánime; no todos coinciden con sus ideas, pero sí hay un consenso general que dice que en esta ciudad estar en contra de los zapatistas es una pésima promoción política y viceversa.
Hace unos días La Bola, los organizadores del concierto, el mismo que en conciencia social y en conciencia en general derrotó a los premios MTV, asistieron al campamento zapatista para donar la comida y las ganancias.
Parte de los mil 111 estaba acomodada en los pisos de una unidad habitacional a medio construir, o a medio destruir según el optimismo del observador; la otra parte deambulaba por el patio atendiendo a los visitantes, que eran familias, periodistas y curiosos, convencidos de que había que participar de esa vibra sobrecogedora que rodea a los encapuchados. Cientos de ojitos dispuestos al diálogo y a la convivencia, reservada en todo menos en mofarse de sus interlocutores. ``¿Y crees que aquí sepan de nosotros?'', preguntaba uno con ojos de guasón, respaldado por la guasa silenciosa de sus compañeros. La cita para la donación tenía una hora específica, pero ninguno de los de La Bola calculó los márgenes amplios del tiempo indígena. Prisioneros del margen irremediable, se entregaron a la convivencia que ahora se daba en términos novedosos y distintos: los zapatistas jugando de visitantes. La Bola compartió con ellos fotografías de los conciertos, casetes y anécdotas mientras llegaban los superiores que recibirían el dinero y la información de su procedencia.
Esa misma noche acabaría de cerrarse un curioso círculo: Marilyn Manson, que había coincidido con el concierto de Ciudad Universitaria mostraría, ahora en el Palacio de los Deportes, su par espantoso de nalgas. Moisés y Omar recibieron a La Bola en un salón de clases a medio construir. Escucharon con atención la historia del concierto, vieron las fotografías, agradecieron el interés con un comentario parco y conmovedor, lamentaron que no iban a poder llevarse la montaña de cosas que les habían regalado porque no tenían dinero para alquilar más camiones; no sabían que unos instantes después sus interlocutores les entregarían en la mano la cooperación de esos 30 mil jóvenes que tienen ganas de vivir en un país mejor. Aun cuando los pasamontañas les cubrían todo, menos los ojos, La Bola asegura que Moisés y Omar sonrieron.