Eran los tiempos de la dictadura militar en Argentina. Primero algunos pocos fueron arrestados por los militares; nada se supo de ellos, desaparecieron de las cárceles; eran terroristas de la peor calaña, fue la explicación de los militares. Su versión de las detenciones y ejecuciones sumarias sustituyó a las leyes, y el país se convirtió en tierra de gorilas.
Pero a esta especie de gorilas le gusta la sangre, le excita la violencia, su violencia, y pronto necesitan más; las operaciones de detención multitudinaria se hicieron frecuentes. Las nuevas víctimas fueron primero los pobres, entre los que, desde luego, algunos eran delincuentes, pero la generalización como argumento de los militares fue siempre la misma y equivalente al ``eran pájaros de cuenta'', que dicho por la autoridad eran aceptado por algunos sectores como verdad irrefutable y justificación que eliminaba la necesidad de que la ley fuera respetada.
Luego vinieron las detenciones de los profesores universitarios y de intelectuales, seguida de sus traslados a las siniestras prisiones del sur, y la sociedad prefirió darles la espalda para no caer en riesgos similares. La justificación que corría de boca en boca era sólo una: ``algo deben haber hecho''. Ello bastaba para hacer a un lado la ley. Fue así como la sociedad argentina se hizo cómplice de quienes la destruían y mutilaban, porque todos, al aceptar tales prácticas, se convirtieron en pájaros de cuenta, como los del militar Salgado. Pero al mismo tiempo los argentinos se convertían también en gorilas.
Años después se supo la magnitud de las masacres cometidas, de los miles de víctimas inocentes, la inmensa mayoría, de delincuentes algunos, pero igualmente inocentes en cuanto no tuvieron derecho a juicio y su muerte no podía ser justificada por la existencia de ley alguna.
Para la sociedad argentina, la frase de ``algo deben haber hecho'' se convirtió en una frase maldita que evoca muerte y tragedia, que les recuerda la cobardía colectiva que les convirtió en gorilas y pájaros de cuenta al mismo tiempo, cuando se negaron a escuchar los gritos de angustia de las primeras víctimas.
No sé si el jefe de la policía del Distrito Federal estuvo en la Argentina, o de dónde se le ocurrió la inaudita justificación del desenlace que sus propias órdenes han producido. Lamento la irresponsabilidad de quienes han justificado las acciones, sólo porque se sienten seguros de que ellos no serán víctimas de este tipo de acciones brutales. Me uno, sí, a quienes hoy exigen que México no se convierta en país de gorilas ni de pájaros de cuenta, sino en uno de respeto a las leyes y a la dignidad de los seres humanos.
Al mismo tiempo, me uno también al recocijo que amplios sectores de la sociedad expresan por la llegada de indígenas de todo el país, encabezados por los representantes de las comunidades zapatistas de Chiapas. Su presencia es motivo de aliento y esperanza para un país mejor, ante su ejemplo de paz, de humildad y paciencia para recuperar lo que les ha sido quitado.