La metamorfosis que muchos esperaban no se produjo: el FZLN no es la crisálida para que renazca a través suyo un zapatismo sin armas. A la pretensión infundada de que el frente representa el abandono de la lucha armada por el zapatismo, Marcos responde: ``La guerrilla zapatista no se convertirá en fuerza política legal con la fundación del Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN)'' porque, dijo a la Afp el 23 de agosto, ``no está acabado el recurso de las armas''. El nuevo frente, a cuya constitución acabamos de asistir, nace en buena hora para ofrecer un cauce organizado a la corriente de la sociedad civil simpatizante del EZLN, no para remplazarlo.
A pesar de ello, a la pregunta de si el frente es el ``brazo político'' del EZLN, éste responde que no. El EZLN convoca, no dirige; auspicia, pero no se integra a la nueva organización. Formalmente el frente es una organización distinta del EZLN, que es una formación militar, un ``ejército''. Independiente ideológica, política y económicamente de partidos, iglesias y Estados, el frente no se considera un partido en el sentido clásico. El congreso fundacional del FZLN ha satisfecho esos objetivos.
Los dirigentes del frente, al igual que los zapatistas, han dicho reiteradamente que no quieren convertirse en una organización para conquistar el poder. Y en ese aspecto hallan el punto de definición respecto de otras fuerzas de la izquierda o no. La obsesión de Marcos, según la entrevista citada, es que el FZLN ``no se convierta en un partido político y que no entre al juego electoral'', esto es, por cargos públicos. Sin embargo, el frente que nace es también una organización política, provista de medios y fines políticos.
Políticos son sus objetivos más generales, entre ellos, ``la construcción de estructuras organizativas para que éste (el pueblo) pueda tomar colectivamente las decisiones políticas que respondan a sus intereses y ejerza su soberanía sobre el desarrollo económico, político y social''.
Aunque está más cerca de la idea del ``partido-movimiento'', no es bajo ningún concepto una organización social, una ``coordinadora de coordinadoras'' de la sociedad civil ni tampoco un movimiento equiparable a los muchos que desde la izquierda se propusieron cambiar el Estado, como bien lo demuestra la decisión de evitar la llamada ``doble militancia'' de sus propios partidarios.
Retomando algunos aspectos de la experiencia chiapaneca, aspira a construir una alternativa popular apoyándose en el ejercicio de la democracia directa, fundada en las comunidades y en los movimientos sociales objetivamente ``contestatarios'' por su ubicación en la sociedad global. Busca la unidad del pueblo, la ``sociedad civil'', con el fin de que éste decida por sí mismo, sin tratar de convertirse en la ``vanguardia'' de todo el proceso. Para decirlo con el mismo ejemplo puesto por Javier Elorriaga, uno de sus principales dirigentes, ``más que luchar por la transformación social de las relaciones sociales de producción [...], tal vez tenga que entender que su papel será más modesto (sic): luchar por crear las condiciones necesarias para que la mayoría decida si cambia o no las relaciones de producción''.
Esta visión ``extraparlamentaria'', que tiende a ver una oposición casi irreductible entre la acción social de las masas y la participación electoral de los partidos (aunque se admite que hay avances en este campo) tiene, en efecto, una larga tradición en México y el mundo. Cierto es que la política, por supuesto, no se agota en las elecciones. La construcción de una verdadera democracia requiere extender las formas de participación directa, buscar ``nuevas formas de relación entre la organización política y el conjunto de la sociedad'', pero este planteamiento no debería implicar exclusión de la lucha política, oposición a la construcción de un régimen democrático que reconozca sin ambages la vía electoral. Cabe preguntarse, por lo demás, si en las condiciones actuales de México se puede prescindir de los partidos ``clásicos'' y la política electoral sin renunciar a la democracia.
La constitución del frente representa, sin lugar a dudas, un avance en la consolidación del pluralismo político me-xicano que no se agota en los partidos actuales. Su sola existencia plantea interrogantes y cuestionamientos severos a la izquierda, en particular al PRD y a sus militantes más activos en la causa zapatista, obliga a reflexionar seriamente sobre el futuro del los partidos y los movimientos sociales, pero llama en primer lugar a plantear con seriedad la cuestión decisiva que no fue resuelta por el congreso fundacional del FZLN: ¿qué con las armas?