Precedida de gran éxito en escenarios de Francia (donde obtuvo el codiciado premio Moliére) e Inglaterra y de próximo estreno en Nueva York, el estreno de Arte permite que conozcamos el talento de esa teatrista de extrañas raíces aposentada en Francia, Yasmina Reza. En la entrevista que Mario Espinosa y Otto Minera concedieron a Mónica Mateos, en estas páginas, hablan de las dificultades para conseguir los derechos que una comercialísima agencia argentina obtuvo de ésta y de muchas otras obras de éxito que impone con pésimas traducciones. Afortunadamente, el propio Otto Minera pudo hacer ``adecuaciones'', en realidad una íntegra versión fina, con lo que la comedia de la autora francesa, que se finca como pocas en la palabra, nos llega con todas sus virtudes.
Yasmina Reza plantea una situación insólita: la discusión que tres amigos sostienen acerca de una pintura moderna y que los lleva a todos los excesos, desnudando sus modos de ser y las condiciones de su entorno. Reza no recurre al alcohol para que sus personajes se dejen llevar y ``saquen sus trapitos al sol'', como podría ocurrir en otras obras, con situaciones dramáticas de esta índole. Atrás de la discusión hay toda una larga historia de juegos de poder entre los amigos, sobre todo entre Serge y Marc, con los contrapuntos del más joven Yvan, que poco a poco se van revelando. El perfecto final nos da la medida real de esta vieja amistad y de los personajes en ella inmiscuidos.
La dramaturga construye su texto a base de diálogos cortos y directos, con apartes muy directos al público en los que se entrecruzan las opiniones que cada amigo tiene del otro. De modo significativo, lo primero que Serge y Marc reprochan uno del otro es que hayan perdido su sentido del humor: la batalla que entablan ya no permite que rían juntos, ahora lo hacen uno a costillas del otro. El arte es lo que menos cuenta, aunque los gustos artísticos de cada amigo son representativos de su modo de ser; ninguno es un especialista. Serge es ingeniero en aeronáutica, Marc es dermatólogo e Yvan es agente de ventas. Y el discurso acerca del cuadro comprado por Marc se convierte en una disertación acerca del poder, de la amistad, de las relaciones familiares de los personajes.
Graciosísima, a la par que profunda, la obra requiere de tres excelentes actores que vayan perfilando a sus personajes a través de sus diálogos cortos como disparos, las reiteraciones que cada vez agregan algo de sí mismos, la elocuencia de su expresividad, incluso los cambios de tono entre sus apartes --a veces agresión con el otro congelado-- y los diálogos que sostienen entre ellos, al principio plenos de civilidad, agrios y brutales casi al final. Héctor Bonilla, Claudio Obregón y Rafael Sánchez Navarro --a quien el público premia con espontáneo aplauso su chispeante monólogo, en un regreso a los modos de antaño-- hacen gala de su inteligencia y sus recursos. Ninguno intenta sobresalir sobre los otros, antes bien, se apoyan y compaginan de tal modo que forman una terna de primer nivel. Esto se debe a su profesionalismo, a que sus tres papeles son en la misma medida materia para crear tres personajes relevantes, al buen entendimiento con su director.
Gabriel Pascal diseñó un espacio muy neutro en blanco y negro para las tres escenografías que se requieren con la singularidad de haber angulado el proscenio, lo que acentúa su deliberada falta de realismo. En una pared frontal, recortada sobre cámara negra, serán los cuadros --que colocan y retiran los propios actores-- los que marcan el habitat de cada personaje. Sin cuadro o con el de la disputa recostado sobre ella, en la casa de Marc; un paisaje de la provincia de Cognac para Serge, quien alardea de su desdén por el mundo moderno; una fea naturaleza muerta para el ignorante Yvan (los tres pintados por Saúl Villa). En este espacio y con el mobiliario apenas necesario, negro y neutro también, Mario Espinosa mueve a sus actores en un ritmo constante y en creciente, con soluciones y momentos brillantísimos, como sería la intencionada escena de las aceitunas que muestra, en silencio, las actitudes, tanto de prepotencia como de falsa civilidad que tienen Serge y Marc --junto a la casi inanidad de Yvan-- y que marca como pocas la amistad herida de muerte.
Estamos ante una de las pocas producciones privadas en que se conjugan texto, dirección y actuaciones de excelente nivel con la casi --el casi es por lo veleidoso que resulta el público mexicano-- certeza del éxito comercial. Lo que sin duda debería ser una pauta para los otros, cada vez más escasos, productores privados.